¿Sabías que 2 de cada 3 niños sufren algún tipo de castigo físico o violencia psicológica como forma de disciplina? Estos alarmantes datos los facilita la UNICEF en una reciente publicación. A pesar de los intentos por erradicar este tipo de situaciones, todavía hay demasiados niños y niñas que crecen bajo amenazas, gritos y golpes.
Lamentablemente, en la mayoría de casos los progenitores que hacen uso de este tipo de disciplina es porque la consideran la mejor opción. Creen que, de esta forma, los infantes aprenden a comportarse “bien” y que, por lo tanto, no pasa nada por recurrir a las nalgadas, las bofetadas o los gritos para educar.
Sin embargo, hoy en día disponemos de una gran cantidad de información basada en estudios neurocientíficos que demuestras que estas prácticas no sólo no son inocuas, sino que tienen graves efectos en el desarrollo físico, emocional y mental de las criaturas. A lo largo de este artículo te explicamos por qué no son efectivas estas técnicas y planteamos algunas alternativas más eficaces.
¿Qué entendemos por castigo físico y por qué se sigue usando?
Se considera castigo físico cualquier acción llevada a cabo con el fin de hacer daño físico a otra persona —en este caso, niños y niñas— para controlar su conducta. Se incluyen desde aquellas que algunas personas consideran erróneamente más leves o menos perjudiciales como las bofetadas y los azotes hasta los golpes más severos, bien se propicien con la mano o con algún objeto.
El principal motivo que lleva a algunas personas a seguir usando este tipo de castigo en su forma de disciplinar a sus hijos es cultural. La idea de que sin violencia los niños no aprenden está muy arraigada a nivel social. De hecho, según datos proporcionados por UNICEF, 1 de cada 4 cuidadores a nivel mundial creen que pegar a sus hijos es necesario para educarlos.
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¿Por qué no funciona?
Pese a estas creencias tan extendidas a nivel social, hoy en día disponemos de evidencia científica más que suficiente como para saber que la violencia no funciona como método educativo. Es cierto que puede hacer que las criaturas obedezcan de forma inmediata, pero solo lo hacen por miedo.
Los múltiples estudios realizados para investigar sobre este tema señalan que la violencia usada como herramienta educativa suele generar los efectos contrarios a medio y largo plazo. Así pues, mientras que se observa obediencia de forma inmediata, posteriormente suelen darse más episodios de desobediencia y, además, una mayor dificultad para seguir las normas siempre que no hay una figura delante que imponga autoridad.
Por si esto fuera poco, la violencia no enseña habilidades que los niños y las niñas necesitan como son la autorregulación, la empatía y el respeto. Tampoco enseña habilidades importantes para poder resolver conflictos o comunicarse. Al contrario, lo que sí hace es perpetuar el ciclo de violencia y que estos niños y niñas aprendan a usarla para solucionar sus problemas.
Los niños y las niñas no aprenden a “portarse bien”, aprenden a evitar el castigo. El dolor físico, el emocional y las carencias (tanto emocionales como en herramientas y habilidades) generadas por el uso de la violencia física pueden producir un fuerte resentimiento hacia las figuras adultas.
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Las consecuencias del castigo físico
Toda la evidencia científica disponible señala que, además de no ser una herramienta educativa eficaz, los castigos físicos tienen un fuerte impacto negativo en la salud física, mental y emocional de las personas. Además, también interfiere en la forma en la que los niños aprenden a relacionarse consigo mismos y con el resto de personas.
Por un lado, se ha observado que los niños que son criados con violencia tienden a mostrar una actitud más agresiva, rebelde y desafiante con el tiempo. Es decir, tienen a presentar más problemas de conducta. Además, corren un mayor riesgo de padecer ansiedad, depresión, inseguridad y baja autoestima.
Por otro lado, se ha demostrado que cuando los niños y las niñas están expuestos de forma frecuente al castigo físico hay más problemas de aprendizaje y atención. Esto se asocia con un peor rendimiento académico. Hoy en día sabemos que el estrés experimentado de forma constante interfiere en el desarrollo cerebral.
Por último, los padres y madres que validan y usan este tipo de herramienta educativa deben tener en cuenta que la violencia usada como castigo empeora la relación con los padres. La confianza y la seguridad no pueden establecerse cuando hay violencia. En su lugar pueden instaurarse el miedo, la distancia emocional e incluso el resentimiento.
Alternativas efectivas sin violencia
Gracias a los avances en neurociencia hoy sabemos lo importante que es establecer conexiones fuertes con nuestros hijos e hijas para que se sientan seguros. Cuando está conexión se da, ellos se muestran mucho más dispuestos a cooperar.
Al contrario de lo que muchos de estos padres y madres piensan, la crianza respetuosa no es sinónimo de falta de límites y que los niños “hagan lo que les dé la gana”. Los límites son necesarios en la infancia porque ayudan a comprender el funcionamiento del mundo que les rodea. Lo Importante es que sean límites que realmente les cuidan y que se pongan de forma respetuosa.
Teniendo esto en mente, a continuación mencionamos algunas estrategias prácticas que pueden ayudarnos a guiar a nuestros hijos e hijas de forma más eficaz que la violencia. Las prácticas mencionadas a continuación previene los problemas conductuales posteriores y fomentan el vínculo entre padres e hijos, la regulación emocional, la resolución de problemas, la autonomía y la responsabilidad desde la conexión y el respeto:
- Establecer límites claros y consistentes.
- Conectar (ponerse a su altura, mirar a los ojos, etc.) con la criatura antes de corregir.
- Nombrar las emociones del niño/a y validarlas.
- Enseñar habilidades que les permitan poco a poco aprender a regular sus propias emociones.
- Ser el modelo para transmitir los valores que queremos que tengan.
- Aplicar las consecuencias naturales (limpiar el líquido que se derramó).
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