El juego es una actividad necesaria en el día a día de los niños. Les permite explorar y conocer el entorno que les rodea, descubrir el mundo y, a la vez, conocerse mejor a sí mismos. Jugar permite que las criaturas se desarrollen en los diferentes ámbitos: físico, emocional, cognitivo y social.
A veces nos piden a los adultos que juguemos con ellos y a veces prefieren jugar solos. Es comprensible que nos cuestionemos de qué forma jugar, a qué juegos y, en definitiva, hasta qué punto debemos, como adultos, intervenir en el desarrollo de esta actividad tan necesaria para ellos y ellas. Además, las diferentes corrientes pedagógicas nos dicen cosas opuestas.
A lo largo de este artículo respondemos a todas esas preguntas. Empezaremos hablando sobre la importancia de juego en la infancia. A continuación, exponemos los beneficios y argumentos a favor de la intervención adulta en el juego; seguidamente, hablamos sobre los argumentos en contra de la intervención adulta. Finalmente, hablamos sobre el equilibrio entre ambas posturas.
La importancia del juego en el desarrollo infantil
El juego no es algo que los niños hacen únicamente para divertirse. Además de ser una actividad lúdica y recreativa, es absolutamente necesaria para su desarrollo. Mediante este mejoran las siguientes habilidades:
- Motoras: control corporal, motricidad tanto gruesa como fina y coordinación.
- Cognitivas: creatividad, pensamiento crítico, aprendizaje, resolución de conflictos.
- Emocionales: expresión, reconocimiento y regulación de sus emociones además del fortalecimiento de la autoestima.
- Sociales: comprensión de normas y roles, comunicación, negociación y cooperación.
La psicología del desarrollo defiende que mediante el juego los niños y niñas también procesan mejor sus emociones, pueden resolver conflictos internos y mejorar su capacidad de adaptación. En esta línea, hay ramas de la psicología infantil que apoyan su abordaje terapéutico en el juego a la hora de intervenir con infantes.
Por último, es interesante destacar que diversos estudios señalan que el juego libre, espontáneo y no dirigido, impactan de forma más profunda en el desarrollo infantil. Se considera que esto es así puesto que permite una mayor exploración y desarrollo de la autonomía que las actividades estructuradas.
¿Qué aportan los adultos cuando intervienen?
Es habitual encontrar posturas diferentes, incluso opuestas, entre las diferentes ramas o propuestas pedagógicas. Sin embargo, es innegable que los adultos desempeñan un papel clave en el desarrollo infantil y, por tanto, también en el juego.
Es interesante que la intervención de las figuras adultas en el juego infantil sea cuidadosa y se ajuste a las necesidades evolutivas de cada infante. En primer lugar, es necesario que la figura adulta represente seguridad y permita que las criaturas exploren el entorno sin riesgos. Es decir, el adulto debe encargarse de minimizar al máximo los posibles riesgos de lesión.
En segundo lugar, la intervención de los adultos puede suponer un enriquecimiento de la experiencia puesto que puede aportar materiales variados para estimular su creatividad, fantasía y pensamiento divergente. La mayoría de autores defienden actualmente la importancia de que los adultos motiven a los infantes motivando su autonomía, sin imponer normas o resultados.
En este sentido, también puede aportar materiales o intervenir de cierta forma en la que vaya guiando y modelando el aprendizaje tanto de habilidades específicas como de valores y normas sociales. Por otro lado, las interacciones sociales pueden verse potenciadas y mejoradas mediante la presencia de un adulto que las module.
¿Qué pasa si los dejamos jugar sin intervenir?
Cada vez más son los autores que apuestan por este tipo de juego en el que los adultos no interfieren ni intervienen de forma directa. Se considera que el juego libre aporta múltiples beneficios, entre los cuales destacan:
- Desarrollo de la autonomía: aprenden a resolver problemas y tomar decisiones por su propia cuenta.
- Potenciación de la creatividad: usan su imaginación para jugar, crear sus propias normas e inventar diversas historias.
- Fomento de la espontaneidad: la exploración se da de forma libre y genuina sin adultos que dirijan.
- Regulación emocional: aprender a regular sus propias emociones e integrar y resolver sus conflictos.
- Exploración y aprendizaje: tienen una mayor capacidad para experimentar con el entorno sin límites externos impuestos que coarten sus ideas.
- Desarrollo de habilidades sociales: cuando los adultos no intervienen, los niños deben aprender a negociar, pactar, cooperar y resolver conflictos por sus propios medios.
Dicho todo esto, no se puede olvidar bajo ningún concepto que el entorno de juego debe ser seguro para los niños y eso debe estar garantizado y supervisado por las figuras adultas responsables.
Lo mejor de cada situación: cómo y cuándo intervenir
Con todo lo expuesto hasta el momento, es fácil darse cuenta de que ambas situaciones tienen beneficios. Así pues, lo mejor es encontrar un equilibrio entre ambas posturas con el fin de garantizar tanto el desarrollo óptimo de las criaturas como su bienestar.
Es necesario comprender que intervenir en el juego no tiene que implicar que se dirija. En este sentido, es interesante poder potenciar el valor de la experiencia interviniendo en el momento adecuado y de la forma óptima.
Sin duda, los adultos deberán intervenir de forma inmediata cuando exista un riesgo físico o emocional para cualquiera de las personas que esté implicada en el juego. Como decíamos anteriormente, es imprescindible asegurar que el entorno, y las actividades, sean seguras.
En ocasiones son los mismos niños y niñas quienes reclaman la participación de los adultos. En tal caso, es importante seguir sus normas y convertirse en su compañero/a de juego en lugar de en el/la líder. Es necesario que potenciemos la creatividad infantil y evitemos que los niños acaben haciendo del juego una actividad “adulta”, rígida y con muchas reglas, que ya no disfruten.
Si reclaman ayuda porque están frustrados, se recomienda acompañar, guiar o hacer preguntas para que ellos mismos encuentren la solución al problema en lugar de resolver la situación directamente. Por último, ya hemos comentado anteriormente también que la intervención del adulto puede resultar interesante para enriquecer el juego con materiales o preguntas abiertas que ayuden al niño a profundizar.
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