Los procesos judiciales son un intento de aplicar la justicia teniendo en cuenta indicios y pruebas que permiten conocer en la medida de lo posible lo ocurrido en el pasado para que, a partir de esos hechos, sea posible aplicar la ley.
Ahora bien, todo esto se complica mucho cuando la información a considerar no tiene que ver con objetos ni lugares concretos, sino con patrones de comportamiento o incluso procesos psicológicos, fenómenos que por su propia naturaleza son muy difíciles de plasmar en un juicio si no han quedado plasmados directamente en vídeos, grabaciones… Algo que, de todos modos, no permite una interpretación infalible y totalmente libre de sesgos.
En estos casos es de gran importancia la psicología forense, la rama de la psicología jurídica que ayuda a desarrollar procesos judiciales aportando toda la información relevante para conocer con la máxima exactitud posible lo ocurrido y sus implicaciones penales o legales. En este sentido, aquí hablaremos acerca de cómo se puede intervenir desde la psicología forense para contribuir a la defensa ante una acusación de malos tratos.
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Las implicaciones psicológicas de los malos tratos
Los casos de maltrato pueden producirse incluso si no dejan secuelas fácilmente observables e identificables como tales. El ejemplo clásico es el del matrimonio o relación de noviazgo en el que la persona que suele atacar y poner a la otra en una posición de victimización nunca recurre a la violencia física, sino que se limita a dañarla a través de los insultos, las humillaciones constantes, etc.
Podría parecer que mientras todo se realice de manera verbal y evitando dejar nada por escrito, no hay manera de mostrar que ese maltrato se ha dado en ausencia de testigos; sin embargo, el maltrato muy raramente se da en esa clase de vacíos, y en la gran mayoría de los casos deja rastros que dan pistas acerca de su existencia, tanto en la víctima como en el agresor o en la agresora. Aunque las acciones pasadas no sean palpables, eso no significa que no sean fenómenos objetivos y que, por consiguiente, no puedan ser estudiadas partiendo de hechos objetivos.
Esto tiene implicaciones a la hora de defenderse de las acusaciones de malos tratos. Y es que existen ciertos patrones de comportamiento y maneras de exteriorizar las emociones y las ideas que restan plausibilidad a la hipótesis de que se han producido ataques que puedan ser interpretados como malos tratos, o al menos no según las explicaciones dadas por la acusación. Veámoslo con algo más de detalle en el siguiente apartado.
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¿Cómo defenderse ante una acusación de malos tratos desde la psicología forense?
Existen diferentes vías a través de las cuales es posible defenderse de una acusación de malos tratos desde la psicología forense, pero por lo general, todas ellas pueden ser clasificadas mediante tres categorías.
- La realización de un informe pericial sobre la persona acusada, en la que se muestren patrones de conducta incompatibles con la acusación.
- La realización de un informe pericial sobre la persona acusada, en el que quede plasmadas las secuelas de victimización ante una presunta dinámica de manipulación por parte de la persona que acusa.
- La realización de un contraperitaje o un análisis valorativo en respuesta a un informe pericial previo que aporte información a favor de la hipótesis del maltrato por parte de la parte acusada.
En los dos primeros casos, desde la psicología forense se aporta información que contribuye a contextualizar o refutar parte o la totalidad del material aportado por la acusación para intentar demostrar que se ha dado maltrato.
Por ejemplo, puede ocurrir que el uso de determinadas palabras que pueden ser interpretadas como insultos directos y parte de un patrón de comportamiento que encaja con el maltrato psicológico sea, en realidad, una rutina de juego sexual de tipo BDSM (y por consiguiente, previamente consensuada y con mecanismos para saber parar en cualquier momento), o incluso se pueden mostrar pruebas o indicios de que la persona acusada ni siquiera es la principal interesada en estas dinámicas, sino que todo surge a iniciativa de la otra persona.
Otro ejemplo sería el caso de una persona acusada de maltrato que lleva tiempo mostrando una actitud de plena sumisión ante el miedo de las amenazas de denuncia, y que en situaciones en las que sería razonable que tomara el control total de la relación en caso de mostrar tendencias violentas y/o autoritarias, hace todo lo contrario, sin que esto sea visto como una anomalía por parte de ninguna de las dos partes (sugiriendo que es lo que suele ocurrir en casos así).
En el tercer caso, el del contraperitaje y el análisis valorativo, desde la psicología forense se realiza un informe valorativo de un informe pericial previo. En el análisis valorativo se muestran contraargumentos y explicaciones alternativas a la información objetiva contemplada en la realización de ese primer informe.
Por otro lado, en el contraperitaje se analizarán los posibles fallos metodológicos o limitaciones no comentadas previamente acerca del informe pericial sobre el que se trabaja, para que en la realización del juicio se disponga de una información más rica, llena de matices y, por consiguiente, con menos probabilidad de estar sesgada. Así pues, mientras que en el informe valorativo de un peritaje psicológico se abordan temas más de fondo, mientras que en el contraperitaje se abordan temas técnicos y formales.
Cabe decir que un informe pericial psicológico no es un documento de parte de la persona que lo contrate: el psicólogo no se ve “atado” por los intereses del cliente ni adopta el rol de un abogado, sino que se limita a explorar un tema concreto en busca de información que no haya sido considerada y que pueda ser relevante en un juicio. De esta manera se unifica la información significativa para preparar la defensa en un juicio, los abogados de la defensa tienen la ocasión de plantear preguntas clave en el juicio a partir de lo reflejado en el peritaje, y se puede contraargumentar mejor.
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Azor & Asociados
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Psicología clínica, pericial y aeronáutica
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