La Inteligencia Emocional no es una moda, tampoco un concepto que esté en desuso. Más bien todo lo contrario; su aprendizaje y desarrollo se antoja imprescindible en todos los contextos, áreas y niveles. Más si cabe, en los entornos familiares, educativos y empresariales actuales, en los que la tecnología, la velocidad del cambio y la incertidumbre nos exige un nivel de adaptación, flexibilidad y resiliencia sin precedentes.
¿Qué es exactamente la Inteligencia Emocional?
Podemos definir la Inteligencia Emocional como la capacidad de reconocer, comprender, gestionar y regular las emociones propias y ajenas, a fin de incentivar estados emocionales que favorezcan el desarrollo personal y relaciones basadas en la autenticidad, la escucha activa, la empatía, la asertividad, etc.
Considerando todo lo anterior, se puede deducir que la Inteligencia Emocional se compone a su vez de dos tipos de inteligencia: la intrapersonal (hacia nosotros mismos) y la interpersonal (hacia los demás). Comprender esto es fundamental, ya que nos permite alejarnos del concepto clásico de la inteligencia como un factor fijo, genético e innato, basado a su vez en el razonamiento verbal y matemático, y que dio lugar al desarrollo de pruebas como el test de cociente intelectual, empleado como medida predictiva del nivel de desempeño en entornos académicos y laborales.
Por suerte, con el transcurrir de los años esa creencia de que la inteligencia era fija y que no se podía desarrollar fue dando paso a otras teorías que consideraban que existían diferentes tipos de inteligencia, y que cada uno de nosotros podíamos presentar diferentes aptitudes para cada una de ellas. Entre los grandes precursores de esta teoría cabe mencionar a Howard Gardner, precursor de los conceptos de inteligencia interpersonal e intrapersonal entre otras.
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Lo mental está ligado a lo social
Teorías aparte, lo realmente importante es que el contexto social actual ha evolucionado a un ritmo vertiginoso. No así la educación, que aún continúa anclada en muchos casos en sistemas ideados en pos de eras como la revolución industrial. Pensemos sin ir más lejos en el sistema de ingreso a la función pública, cuyo origen en España se remonta a finales del s.XIX, diseñado a su vez para seleccionar funcionarios públicos en base a méritos y capacidad, dotando de especial relevancia a competencias como la memorización y obviando otras de carácter práctico, además de transversales, como pueden ser el liderazgo, el trabajo en equipo, adaptabilidad, etc.
Si bien la ley educativa actual (LOMLOE) reconoce una serie de competencias clave para el aprendizaje permanente necesarias para afrontar los retos y desafíos del s.XXI, entre las que se incluye por primera vez, la competencia personal, social y de aprender a aprender, el proceso de enseñanza-aprendizaje actual la incorpora como competencia a desarrollar de forma transversal, no como asignatura o módulo profesional.
Con todo esto, nos situamos en un panorama en el que por un lado el sistema educativo nutre al mercado laboral de profesionales que destacan por sus competencias técnicas, pero entre los que se reclama un mayor desarrollo de competencias socioemocionales, y un entorno empresarial en el que se hace necesario reciclar las competencias aprendidas y adaptarlas a los nuevos contextos.
¿Es nuestra concepción de la inteligencia demasiado incompleta?
Atendiendo al Informe del Futuro del Trabajo (Foro Económico Mundial, enero 2025) entre las quince principales competencias clave para el desempeño laboral en el período 2025-2030, al menos siete se encuentran relacionadas directamente con la inteligencia emocional: pensamiento creativo, resiliencia y flexibilidad, liderazgo e influencia social, desarrollo del talento, motivación, empatía, escucha activa, etc.
A su vez, el modelo familiar tradicional ha dado paso a un modelo de diversidad familiar, en el que mujeres y hombres reparten sus roles por igual, en el que se ha incrementado el número de divorcios (+8,2% vs 2023, INE 2025), dando lugar a familias monoparentales o reconstituidas, en el que la natalidad decrece (-2,6% vs 2022, INE 2024) a ritmos agigantados, los niveles de estrés y los casos de ansiedad y depresión se disparan, en el que las personas pertenecientes a la generación Z (nacidos entre 1995 y 2009) presentan niveles de Inteligencia Emocional más bajos y niveles de agotamiento más altos (Estado del Corazón 2024, Six Seconds) que generaciones anteriores.
Mención aparte merece el fenómeno de la Gran Dimisión (Gallego, Domínguez y López, 2024) en el que el número de renuncias voluntarias entre empleados crece de forma constante desde 2023, más que duplicándose desde entonces, existiendo una correlación directa entre tasa de desempleo y número de renuncias, siendo esta mayor cuanto menor la tasa de desempleo.
Según el Informe Mundial sobre Salud Mental (OMS, 2022), las pérdidas de productividad y otros costos indirectos para la sociedad suelen superar con creces los costos de atención de la salud. Ahondando aún más en el tema, la OMS ha publicado en marzo de 2025 una serie de directrices para ayudar a todos los países a reestructurar y afianzar sus políticas y sistemas de salud mental, entre las que destacan:
- Promover una atención integral, con especial atención a los hábitos, la salud física y las intervenciones psicológicas, sociales y económicas.
- Aplicar estrategias preventivas y promover la salud mental y el bienestar de toda la población.
Al modelo de inteligencia emocional descrito al comienzo de este artículo, basado en el modelo de Inteligencia Emocional de Goleman en el que se diferencian competencias de inteligencia intrapersonal e interpersonal, es posible añadir otras competencias que por su importancia y relevancia se antojan necesarias en el contexto actual. Competencias de vida como gestión la del cambio y la gestión del tiempo, competencias de bienestar como la práctica de la gratitud y la compasión, y facilitadores emocionales como el humor, la resiliencia, el optimismo y la creatividad, entre otros.
A estas competencias me gustaría añadir otra que considero fundamental, y que en la actualidad es objeto de estudio y desarrollo: el eje microbiota-intestino-cerebro, y cómo a través de una alimentación saludable y rica en prebióticos y probióticos podemos influir en nuestro estado de ánimo. Hay que considerar que en nuestro intestino delgado se fabrica y almacena el 90% de la serotonina (neurotransmisor responsable de la felicidad) que reside en nuestro cuerpo, al igual que el 50% de la dopamina (motivación) y otros neurotransmisores como el AGAB (calma), por tanto, cuidar nuestra alimentación presenta un doble beneficio: nos permite mejorar nuestro estado físico y nuestro estado de ánimo.
Sir ir más lejos, preocupa igualmente la prevalencia de casos de sobrepeso y obesidad en España (Encuesta de Salud, 2023), presentando el 55% de los adultos exceso de peso, siendo a su vez, la alimentación uno de los principales factores relacionados con la obesidad.
Aprovechando nuestro potencial
Con todo esto, se hace imprescindible la inversión en programas de desarrollo de competencias socioemocionales en todos los contextos, sectores, niveles y grupos de edad, desde familias, adolescentes, jóvenes, ampas, centros educativos, equipos directivos, empresas, empleados, directivos, etc.
Llevar a cabo programas de desarrollo de competencias socioemocionales a nivel personal, educativo y/o empresarial presenta innumerables beneficios. Algunos son:
- Favorece el autoconocimiento, permitiendo identificar creencias, valores, fortalezas, áreas de mejora, sentimientos, etc.
- Contribuye al despertar de la conciencia, lo que nos permite vivir en coherencia a lo que realmente somos, creemos y sentimos.
- Desarrolla la automotivación, conectando con nuestro propósito vital, estableciendo objetivos, definiendo planes y llevando a cabo acciones para alcanzarlos.
- Incrementa la autoconfianza y fortalece la autoestima.
- Permite comprender, gestionar y regular emociones y sentimientos.
- Desarrolla la resiliencia.
- Fomenta relaciones más auténticas y satisfactorias.
- Mejora la capacidad para la resolución de conflictos.
- Estimula estilos de negociación basados en relaciones win-win.
- Favorece estilos de liderazgo más humanos y comprometidos.
- Incrementa la atención, la concentración y mejora el rendimiento académico. • Fomenta hábitos de vida saludable.
- Estimula el trabajo en equipo y la cooperación.
- Permite aumentar la productividad y la creatividad gracias la creación de entornos laborales positivos.
- Reduce la rotación y la fuga de talento.
Si además de todo lo indicado, acompañamos el desarrollo y entrenamiento de competencias y habilidades socioemocionales, a través del ejercicio del coaching profesional, mediante planes personalizados y adaptados, lo realizamos desde edades tempranas canalizando a través de la escuela, y haciéndolo extensivo a todos los niveles, personas, familias, empresas y organizaciones, estaremos en disposición de contribuir a un incremento del nivel de bienestar en la sociedad.

Javier Aguilar Riqueni
Javier Aguilar Riqueni
Coach Personal, Educativo y Ejecutivo. Experto en Propósito Vital, Inteligencia Emocional y Cambio.
Si eres particular, padre, madre, escuela, centro de formación profesional, universidad, empresa, organización, etc., y crees que la Inteligencia Emocional puede marcar la diferencia en tu vida a través del Coaching Profesional como vehículo conductor, no lo dudes, contacta conmigo y comencemos.


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