Como ya sabemos, un estado óptimo de salud física y mental actúa como factor preventivo ante el deterioro cognitivo experimentado con la edad. Cuando nos referimos al tipo de factores que previenen el deterioro, nos refereimos muchas veces a un concepto llamado "reservas". Pero... ¿qué sabemos acerca de la reserva cognitiva y la reserva cerebral? ¿Cuál es su influencia ante el deterioro?
En el siguiente artículo hablaremos de los tipos de reserva de los que dispone nuestro cerebro y explicaremos su contribución como factor preventivo ante el deterioro.
La reserva cerebral y reserva cognitiva
La capacidad de reserva es aquella que permite al cerebro afrontar los cambios debidos al envejecimiento normal o a procesos neuropatológicos retrasando la aparición de los síntomas clínicos.
Según Arenaza-Urquijo y Bartrés-Faz (2013) existen dos modelos teóricos interrelacionados para el estudio de la reserva:
1. Modelo de la reserva cerebral
Este tipo de reserva corresponde al modelo pasivo, el cual hace referencia al potencial anatómico del cerebro: tamaño cerebral, número de neuronas, densidad sináptica, etc. Este tipo de reserva plantea un modelo estático e invariable, puesto que hace hincapié en los factores genéticos y anatómicos.
2. Modelo de la reserva cognitiva
Corresponde al modelo activo o funcional, referido a la habilidad individual para la utilización de procesos cognitivos o redes neurales preexistentes o alternativas (compensatorias) para realizar de forma óptima una tarea. Debido a que dicha reserva puede verse aumentada a causa de la influencia de diversos factores ambientales a los que nos exponemos a lo largo de la vida (serán explicados más adelante), se podría decir que este modelo, a diferencia del anterior, responde a un carácter dinámico.
¿Cuál es la influencia de la reserva ante el envejecimiento?
Ahora que ya conocemos ambos tipos de reserva, vamos a explicar su contribución ante el proceso de envejecimiento, ya sea éste normal o patológico.
Reserva cerebral
Los cerebros que poseen un grado elevado de dicha reserva tienen un mayor sustrato de base, lo cual les permitirá una mayor resistencia al daño cerebral ante fenómenos patológicos o durante el envejecimiento, por lo tanto favorece una prolongación del estado preclínico en los procesos de predemencia y demencia (Arenaza-Urquijo y Bartrés-Faz, 2013).
En cuanto al envejecimiento normativo, mayores estimaciones de reserva corresponderán con cerebros más preservados estructuralmente.
A través de técnicas de neuroimagen como la resonancia magnética anatómica, podemos detectar los cambios cerebrales en personas con alta reserva cognitiva que pueden servirnos como indicadores ante un trastorno patológico en la vejez antes de que éste se haya manifestado clínicamente, como por ejemplo en la enfermedad de Alzheimer.
Reserva cognitiva
La reserva cognitiva hace referencia a la capacidad de procesamiento cognitivo. Tal reserva permite la utilización de redes neuronales de una forma efectiva intentando disminuir el impacto de los cambios asociados al envejecimiento y a procesos neuropatológicos (Arenaza-Urquijo y Bartrés-Faz, 2013). Se podría decir que la reserva cognitiva potencia la plasticidad y conectividad interneuronal.
Mediante diversas investigaciones se ha demostrado que una alta reserva cognitiva actúa como factor preventivo ante el deterioro y, en el caso de las demencias, generalmente retrasará la aparición de los síntomas, y consecuentemente, el diagnóstico. Sin embargo, el progreso patológico subyacente será el mismo independientemente de su reserva cognitiva, por lo tanto, los síntomas se presentarán cuando el proceso patológico esté más avanzado y, consecuentemente, la progresión de la enfermedad será más rápida una vez se haya superado el umbral de afectación clínica y cerebral.
Esto se debe a que un cerebro con alta reserva cognitiva presentará más facilidad para el uso de redes neuronales alternativas cuando las redes utilizadas normalmente resulten dañadas, sin embargo, esta compensación finalizará cuando la enfermedad neurodegenerativa se vuelva más severa (Pousada y De la Fuente, 2006).
En cuanto al envejecimiento normativo, la reserva cognitiva supone un mejor rendimiento, un cerebro más eficiente funcionalmente, por este motivo resulta importante el hecho de mantener actividades que estimulen nuestras funciones cognitivas a lo largo de la vida. En diversos estudios (Arenaza-Urquijo y Bartrés-Faz, 2013), los altos niveles de actividad mental se han relacionado con hasta un 50% menos de riesgo de desarrollar demencia.
Por tanto es primordial tener en cuenta el entrenamiento cognitivo como intervención para minimizar el riesgo de padecer deterioro cognitivo asociado a la edad y/o demencia. Asimismo, se ha demostrado que existen también otro tipo de factores ambientales que contribuyen a modo de factor protector ante el declive cognitivo, tales factores son: el estado de salud física y mental, la ocupación, las horas de sueño, la alimentación, las actividades de ocio y el mantenimiento de las relaciones sociales.
Este tipo de reserva la podemos analizar a través de una resonancia magnética funcional (RMf) o mediante tomografía por emisión de positrones (TEP).
Algunas conclusiones
En conclusión, se ha evidenciado que la capacidad de reserva actúa como factor protector ante la manifestación de los cambios cerebrales subyacentes al proceso de envejecimiento o a la enfermedad tolerando un mayor daño en sus cerebros y minimizando, a su vez, el impacto de la enfermedad en sus manifestaciones clínicas.
Este hecho es de gran importancia puesto que, aunque el proceso subyacente sea el mismo, el paciente mantendrá una calidad de vida por más tiempo. La reserva, por tanto, resulta ser uno de los numerosos factores que demuestran el porqué de la variabilidad interindividual en cuanto a la manifestación sintomática ante una misma afectación cerebral.
Así pues, resulta interesante remarcar la necesidad de llevar a cabo en un futuro investigaciones centradas en el estudio exhaustivo de actividades concretas que contribuyan a aumentar la reserva cognitiva y analizar su consecuente interacción con los factores biológicos.
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