En nuestras conversaciones cotidianas ocurre bastante a menudo que, cuando queremos hablar sobra la "esencia" de las personas, hablemos sobre la mente de estas.
La película (Martín Hache), por ejemplo, popularizó una de las proclamas que mejor expresan esta idea aplicada a la atracción: lo interesante no son los cuerpos en sí, sino la faceta intelectual de los seres humanos, algo así como su psique. En otros casos, pensamos que aunque el paso de los años modifique nuestro aspecto, hay algo que se mantiene más o menos igual, y que eso es la mente, lo que nos identifica como individuos pensantes.
Ahora bien... ¿sabemos algo acerca de eso a lo que llamamos mente? ¿Dónde está localizada, para empezar? Esta es una pregunta con trampa y que da pie para hacernos unas cuentas reflexiones bastante provocadoras.
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La localización de la mente en el cuerpo
Pasan las décadas en la historia de la psicología y de la neurociencia, pero seguimos sin atribuirle un lugar específico a la mente; como máximo, es el cerebro el conjunto de órganos al que le atribuimos, de manera bastante imprecisa, esa capacidad para albergar la vida mental. ¿Pero es esto acertado? Para comprenderlo, vayamos a los orígenes de la pregunta de dónde está la mente.
La teoría dualista de Descartes es posiblemente el primer gran esfuerzo de la historia de la humanidad para localizar esa vida mental en la anatomía humana: el francés propuso la glándula pineal como la estructura de la que emanan nuestros pensamientos. Ahora bien, todo el edificio conceptual se venía abajo en el momento en el que negamos la posibilidad de que exista el alma. No por nada, Descartes era un firme defensor de la división entre cuerpo y espíritu, algo que no se sostiene científicamente.
Pero a pesar de que en teoría las ideas de Descartes son rechazadas por la ciencia actual, solemos asumir que lo correcto es pensar tal y como lo hacía este filósofo, aunque cambiando el concepto de alma por el de mente. Los seres humanos tenemos una tendencia innata a crear categorías para cualquier fenómeno y parcela de la realidad, y por eso creemos que hay algo llamado "mente", de la que emanan todos los pensamientos emociones, decisiones, etc. Y, a la hora de atribuir un lugar a esa fuente de la que surge toda la psique, elegimos el cerebro, igual que Descartes.
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La mente más allá del cerebro
Tal y como hemos visto, tenemos una tendencia casi instintiva a creer que las mentes están en nuestras cabezas, pilotando nuestros cuerpos como si fuesen hombrecillos diminutos. A su vez, muchos científicos, tanto en psicología como en neurociencias, asumen que la mente está ubicada en un lugar concreto del cuerpo. Por ejemplo, se le suele dar mucha importancia al lóbulo frontal, ya que esta parte del encéfalo tiene un rol muy importante en la toma de decisiones y en la iniciación de movimientos.
Otro investigadores han hecho lo contrario, asociando la mente a localizaciones más grandes. Más allá de teorías pseudocientíficas que hablan de mentes cósmicas que mantienen recuerdos sobre vidas pasadas, están los defensores de otras maneras de la idea de que la mente está más allá del sistema nervioso. Por ejemplo, desde la teoría de la embodied cognition se considera que las posiciones, movimientos del cuerpo, así como los estímulos que captan, forman parte de la vida mental, ya que condicionan lo que pensamos y lo que sentimos.
Por otro lado, autores como Andy Clark, defensores de la teoría de la mente extendida, creen que esta va más allá del cuerpo individual de las personas, y se encuentra también en el entorno con el que interactuamos, ya que tanto esos elementos externos como las partes de nuestro organismo son imprescindibles para que la mente se comporta tal y como lo hace en el aquí y el ahora. Los ordenadores, por ejemplo, son lugares en los que almacenamos información, y nuestra manera de funcionar ya los incluye totalmente como parte de una memoria expandida.
La pregunta fundamental: ¿existe la mente?
Hasta ahora hemos visto intentos por ubicar la mente, pero para preguntarnos dónde está la mente es necesario, en primer lugar, asegurarnos de que hay motivos suficientes para considerar que esta existe.
Los psicólogos conductistas se han caracterizado justamente por rechazar la existencia de algo llamado mente... o al menos, una que pueda ser localizada en algún lugar. Del mismo modo en el que el movimiento de un tren o el dinero que tenemos en la cuenta no pueden ser entendidos como algo limitado a un sitio, lo mismo ocurre con la mente.
Desde esta perspectiva, creer que la mente es algo similar a un objeto o un sujeto es el resultado de haber caído en una trampa conceptual. La mente no es una cosa, es un proceso; un conjunto de disposiciones que tienen sentido cuando se dan una serie de respuestas a estímulos. De ahí surge el concepto de falacia mereológica, la tendencia a atribuir a un lugar (en el caso que nos ocupa, normalmente, al cerebro), algo que se caracteriza por ser un conjunto de cambios.
Y es que si algo caracteriza a nuestras experiencias y a nuestra manera de comportarnos es que siempre se da en circunstancias diferentes. Del mismo modo en el que la primavera no está en un paisaje ni en un país concreto, aquello a lo que llamamos mente debería ser entendido no como sustantivo.
Puede que la idea de que la mente no existe suene provocadora, pero no es menos cierto que asumimos que sí existe como dogma, sin paranos a pensar si realmente es acertado. Lo que está claro es que este es un tema que da para debatir largo y tendido. ¿Y tú, qué opinas?
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