En el ejercicio de la psicoterapia, la idea de que el terapeuta esté meramente “haciendo algo” con el cliente queda corta ante la magnitud de lo que significa verdaderamente acompañar al paciente. Y es que cultivar una presencia consciente, alineada tanto con uno mismo como con el paciente, es uno de los pilares clave del trabajo de los psicólogos. De hecho, a través de este proceso se genera un espacio terapéutico de protección y seguridad que facilita la autorregulación de la persona que acude al profesional, y que la vuelve más proclive a hablar abiertamente sobre sus problemas y experiencias.
Así es como se cultiva la presencia en psicoterapia
Estos son los principales “bloques de trabajo” que los profesionales de la psicología abordamos para cultivar la presencia intra e inter-personal.
1. Presencia consciente del terapeuta: fundamento de seguridad
Cuando el terapeuta aporta una presencia consciente, no se trata simplemente de aplicar técnicas, sino de “ser” en el encuentro: corporalmente, emocionalmente, cognitivamente y relacionalmente. En este sentido, la evidencia científica señala que la percepción que tiene el cliente de la presencia terapéutica de su terapeuta se correlaciona significativamente con la alianza terapéutica y los resultados del proceso.
Desde la óptica de la teoría polivagal, ese estado del terapeuta que transmite seguridad (a través de una postura abierta, contacto visual sosegado, un tono de voz regulado y una sintonía receptiva) activa lo que se conoce como “neurocepción” de seguridad en el paciente: un mecanismo neural que evalúa, sin necesidad de conciencia, señales de peligro o seguridad.
De este modo, la presencia del terapeuta genera condiciones para que el cliente desactive defensas automáticas, baje el nivel de activación defensiva y permita que su sistema nervioso pase de un estado de alerta a uno de disponibilidad para explorar, sentir y regular. Así, la presencia consciente del terapeuta se convierte en uno de los fundamentos para que el espacio terapéutico se perciba como seguro.
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2. Presencia compasiva y espacio de exploración de experiencias traumáticas
Más allá de la seguridad básica, cuando el terapeuta aporta una presencia compasiva, el espacio se vuelve capaz de albergar mayor vulnerabilidad: se abre el umbral para explorar experiencias traumáticas o disociadas que normalmente estarían protegidas por defensas rígidas. Un ambiente terapéutico en el que el terapeuta actúa con el cliente, más que sobre él, favorece que emerjan capas más profundas del sufrimiento.
Por ejemplo, en trabajos con trauma complejo o disociación, se ha observado que la sintonía terapéutica, la receptividad del terapeuta a la experiencia interna del cliente y la validación de partes fragmentadas permiten que los contenidos previamente inaccesibles comiencen a integrarse.
La compasión, entendida como la capacidad del terapeuta para acoger sin juicio, para sostener la angustia del cliente sin huir ni reaccionar con rigidez, facilita que el cliente pueda experimentar “ser visto” mientras se conecta con lo que hasta entonces se mantenía al margen o en sombra. Así, la presencia compasiva del terapeuta activa tanto el sistema de seguridad social como el sistema de regulación interna del cliente, habilitando la exploración de lo que estaba fragmentado. Esta doble función —seguridad y apertura— permite que la autorregulación del cliente se fortalezca al explorar lo que previamente movilizaba hiperactivación, hipoactivación o disociación.
3. Alineación del terapeuta con su propio proceso y la co-regulación relacional
Para que un terapeuta pueda ofrecer esa presencia consciente y compasiva, es indispensable que trabaje activamente su propio estado interno: sus somas, emociones, preguntas, límites y la calidad de su sintonía con el cliente. Estudios cualitativos muestran que los terapeutas que realizan prácticas de mindfulness, autocompasión y atención somática reportan mayor capacidad de permanecer centrados, más flexibilidad cognitiva y afectiva frente a afectos intensos del cliente.
En la sesión, el terapeuta se convierte en un co-regulador: al mantener una presencia mientras observa su propio cuerpo, su ritmo, sus sensaciones y la resonancia con el cliente, pone en juego un modelo de regulación externa que el cliente puede ir interiorizando. Al encontrarse con un profesional que no está funcionalmente distanciado, que mantiene límites claros y al mismo tiempo una apertura auténtica, el cliente puede ampliar su ventana de tolerancia: ese rango óptimo de excitación emocional donde puede reflexionar, procesar y responder sin quedar ahogado o desconectado.
De esta manera, el terapeuta alinea su propia sintonía interna (autorregulación) con la sintonía relacional (co-regulación) y crea el espacio en el cual el cliente puede poco a poco asumir que él también es capaz de regular, que no está solo ante sus impulsos, sus fragmentos o sus defensas. Esa alineación terapéutica es material para la integración de partes disociadas y para que la autorregulación se convierta en experiencia relacional y luego en experiencia interna.
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Adhara Psicología
Adhara Psicología
CENTRO DE PSICOLOGÍA HUMANISTA & MEDITACIÓN
Así pues, cultivar la presencia en la terapia no es una técnica más entre muchas; es la condición relacional y neurofisiológica que sustenta un espacio de protección y seguridad donde el cliente puede desplegar su capacidad de autorregulación, explorar vulnerabilidades profundas y reducir la fragmentación que caracteriza las heridas traumáticas. Al integrar la presencia consciente del terapeuta, la compasión activa y la alineación interna/co-regulación, se promueve un proceso terapéutico en el que el cliente no sólo es contenido sino también invitado a entrar en un encuentro donde sentirse escuchado, validado y apoyado. De este modo, la presencia del terapeuta se vuelve un vehículo para el cambio, la integración y la sanación.


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