Pasión o ley: ¿libertad intensa o seguridad que encierra?

Amar sin contrato puede ser un acto de libertad... o de autodestrucción.

Pasión o ley: ¿libertad intensa o seguridad que encierra?

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La eterna búsqueda de lo absoluto, de la felicidad, de lo que “completa” al ser humano, es la tragedia de nuestra condición. Caminamos por el mundo fisurados, en una constante persecución de alguna totalidad que, al no concretarse nunca, adopta el carácter de una ilusión.

Estar apasionado muchas veces significa no estar en concordancia con nosotros mismos, sino más bien proyectados hacia deseos que aún no podemos tener y ansiamos concretar. En este sentido, la pasión no es un estado, sino vivir en constante dinamismo.

Olvida y desprecia otros sentimientos, aísla vínculos, reemplaza entusiasmos y actividades diversas por un único objeto, persona, trabajo o causa. Esta pasión suele pasar a ser la “razón de nuestra existencia”. Suele mantenernos en un constante estado de alerta. Nos da la sensación, por momentos, de no poder estar en paz.

La pasión nos empuja a transferir cantidades desmesuradas de afecto hacia algo externo. Es un estado de dependencia —o mejor dicho, de sometimiento elegido— que, paradójicamente, nos hace sentir vivos. Nos rescata del aburrimiento y nos empuja al vértigo. Nos hace pasar el tiempo como si no transcurriera: tiempos largos y bien disfrutados. Nos saca de la parálisis y de la rutina diaria y, a la vez, abre un camino hacia la preocupación por el otro, hacia la compasión y la ternura. O bien, a la completa dedicación a algo externo.

Pasión, creatividad y dolor

Es, muchas veces, la base misma desde donde despega la inspiración. La usamos como trampolín hacia logros extraordinarios, en el ámbito laboral, artístico o personal. Podría ser la base para desarrollar una carrera en la pintura, la escritura o, en lo personal, dedicarse a la vida social —si eso es lo que apasiona— o a poner todo el afecto en construir y sostener una familia. Puede ser también la impulsora de logros con nuestro propio cuerpo o con nuestros deseos más profundos. Por ejemplo ser una excelente bailarina o tenista o crear un jardín y cuidarlo a lo largo de nuestra vida.

Dicen también que, donde duele, nace el arte. Pasión y dolor son hermanas. Rara vez se da una sin la otra. La pasión nos enciende, pero también nos desborda y nos vuelve vulnerables. Es en esa herida que deja —en ese quiebre del alma— donde aparece la chispa de la creación.

El arte, la literatura, la música, la danza, la excelencia en el trabajo… nacen con frecuencia de estados de exceso: un exceso de emoción, de deseo, de pérdida, de conflicto, de tristeza. La herida que deja la pasión —como todo lo que desborda lo cotidiano— produce un vacío que empuja a decir algo. No se trata solo de una catarsis, sino de una necesidad más profunda: compartirlo con otros.

Compartirlo para que nos entiendan, para mostrar partes nuestras que otros no conocen ni imaginan. Ese “decir algo” puede tener un efecto grandioso en personas que estén atravesando situaciones similares, que ya las hayan vivido, o les toquen a futuro. Decir algo, de cualquier forma que sea, es darle herramientas a otros.

De esa herida —del amor no correspondido, del duelo, de la imposibilidad, de la espera sin fin, del exilio emocional, de grandes decepciones o de haber sido estafados— han nacido tantas obras maestras.

La pasión, en tanto dolor activo, empuja a la obra. La escritura, por ejemplo, permite tramitar el ardor interno, sostener lo que arde sin consumirse por completo. La escritura nos rescata del tiempo y se convierte en símbolo eterno.

A Dios gracias, si bien la pasión y el dolor no son sostenibles como estados permanentes, pueden dejar una huella indeleble: un ensayo, un libro, una canción, una obra de arte, un jardín, algo en el mundo para quienes nos precedan. Una forma de permanencia más sutil y elegante que la legalidad y más auténtica que la posesión.

Clarice Lispector: una advertencia sobre la pasión

Clarice Lispector escribió: “Tener pasiones no es vivir bellamente, sino sufrir inútilmente. El alma está hecha para que la guíe la razón, y nadie puede ser feliz si está a merced de los instintos. (...) La pasión destruye porque disocia. La pasión nace en el cuerpo, y sin comprenderlo, la ubicamos en el alma y nos perturbamos. (...) Si no puedes librarte de desear pasiones, lee novelas y aventuras, que también para eso existen los escritores. Y otra cosa: cuéntale lo que te dije a algún joven que no duerma de noche, imaginando nuevas aventuras quijotescas. Explícale que el ‘después’ de la pasión sabe a cigarrillo apagado. Pídele, de mi parte, que sea hombre y no héroe, porque la naturaleza no le exige sino que sea feliz y encuentre la paz del claro del bosque a través de atajos menos dolorosos.” (Lispector, 2021, p. 80-81)

El amor fuera de la ley

La pasión, inherente al ser humano, nos eleva hacia la cima más alta y, al mismo tiempo, nos esclaviza. No podemos librarnos de ella del todo. Y si desaparece, quedamos a la deriva: será momento de reinventarnos… o bien, entregarnos a la libertad de la soledad, haciendo con ella un pacto fuera de la ley.

El amor fuera de la ley es considerado a veces como una transgresión. Desde un enfoque anclado en estereotipos suele confundirse, erróneamente, con el adulterio. Aunque la ley estructura, también aburre, enjaula y aterra. Aun así, el enamorado —que no es verdaderamente libre— suele aspirar a legalizar su pasión. No advierte que la legalidad es antinómica del amor.

La pareja enamorada está fuera de la ley porque es libre. Para ellos, la ley resulta mortífera. Los amantes viven en un paraíso donde rige una lógica amorosa propia.

El marido o la mujer infiel no huye solamente de la ley, sino también de una madre o un padre posesivos. A través de cada conquista, busca inconscientemente regresar al estado de idilio perdido, al amor incondicional que alguna vez sintió o idealizó. O bien repite infidelidades de sus padres vividas en la infancia, terminando con una sensación de vacío y culpa que lo lleva hacia su propia y elegida infelicidad.

El infiel, cava de a poco su propia tumba, vive en el engaño. Siendo el primero en engañarse a sí mismo. Por momentos les resulta “excitante” sentir que se salen con la suya… porque “zafaron” una vez más, hasta que los descubren, y su mundo se desmorona. Se quiebra la falsa estructura de la ley que sostenían hacia los de afuera. El precio a pagar, es, en algunos casos muy alto. Generalmente, el “damnificado” o la “víctima”, hace reclamos de por vida.

El conflicto entre pasión y ley

Vivir bajo el manto de la ley puede llevar al cinismo y a la fatiga emocional en el marco del matrimonio convencional. La ley organiza, pero también esclaviza. Pensar que no podemos escapar de ella es vivir en una auténtica jaula.

El amor apasionado y la ley se enfrentan como fuerzas que operan bajo lógicas distintas. La pasión es intensidad. La ley, en cambio, es estructura, regulación, contención amorosa y —en muchos casos— económica.

Legalizar una relación amorosa, puede vivirse como una necesidad afectiva, económica o simbólica. Sin embargo, muchas veces implica un movimiento de encierro: se encorseta el deseo en una figura jurídica. Lo que antes era espontáneo, único, impredecible, ahora entra en el campo de lo previsible, lo permitido y lo “correcto”. La ley da seguridad, pero también puede matar el misterio.

La pasión, por su parte, es la excepción. No tolera rutina ni repetición. Cuando entra en los márgenes legales, se transforma. A veces desaparece, otras se resiste, otras huye. En el intento de legalizarla, se puede terminar vaciando su contenido. Como dice Lacan: “No hay acto más subversivo que amar fuera del contrato”.

Desde una mirada social, las formas de amor que no se ajustan a la norma —amores clandestinos, imposibles o múltiples— suelen ser penalizadas. Se convierten en objetos de juicio moral o condena social, en patologías o en errores. Sin embargo, tal vez sea ahí, en esa zona sin nombre, donde el amor muestra su potencia más auténtica: la de escapar a toda definición.

Pasión y equilibrio: una mirada desde el Tao

La paradoja es que muchas personas buscan refugio en la ley para sostener su amor. Como si firmar un contrato pudiera asegurar lo que, por naturaleza, puede cambiar. Desde la mirada del Tao, el equilibrio no se alcanza forzando la forma, sino fluyendo con el movimiento.

La pasión, entendida como fuerza vital, no necesita ser dominada ni eliminada, sino reconocida y canalizada. El Tao no propone reprimir el deseo, sino armonizarlo con el ciclo natural de las cosas. Así, el amor puede habitar la libertad sin destruirse, y la legalidad puede existir sin asfixiar el misterio.

Conclusión: El delicado arte de habitar en el equilibrio

La pasión y la legalidad son dos fuerzas que conviven en tensión dentro del ser humano. Una nos eleva, nos inspira y nos conecta con lo más profundo de nuestro deseo; la otra nos ordena, nos protege y nos ofrece seguridad. No es que la ley sea decente y la pasión peligrosa: ambas tienen luces y sombras, y en su diálogo se juega gran parte de la experiencia humana.

Tal vez no se trate de elegir entre una u otra, sino de aprender a habitar en equilibrio. De aceptar que el amor no siempre puede ser encajonado y que el deseo, cuando se vuelve demasiado ingobernable, también puede volverse destructivo. Encontrar el equilibrio implica construir un modo propio de estar en el mundo, donde la libertad no implique caos, y la estructura no signifique prisión.

Como psicóloga, creo que en ese espacio, entre lo permitido y lo prohibido, entre la entrega y el límite, es donde sale el verdadero ser. Quizás sea ahí, donde también nazca lo más auténtico del amor: cuando no se lo domestica del todo, pero tampoco se deja que se devore todo.

No creo que tengamos que elegir entre la pasión y la ley como si fueran caminos excluyentes. Tal vez se trate de aprender a moverse entre ambas, sabiendo que no hay respuestas universales ni recetas seguras. Hay decisiones que nos transforman, riesgos que valen la pena, y otros que no, y solo uno puede saberlo cuando mira hacia dentro con honestidad.

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Dolores Irigoin. (2025, julio 25). Pasión o ley: ¿libertad intensa o seguridad que encierra?. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/psicologia/pasion-o-ley-libertad-intensa-o-seguridad-que-encierra

Psicóloga

Miami

Dolores Irigoin es Licenciada en Psicología y Licenciada en Comunicaciones Internacionales, Posgrado en Harvard School of Humanities and Social studies. Atiende de manera presencial y online.

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