En psicoanálisis, el humor no es solo una ocurrencia graciosa ni un recurso para “relajar” el clima de la sesión. Puede convertirse en una intervención precisa, capaz de interrumpir la tiranía del superyó y abrir un espacio para que el sujeto se piense desde otro lugar. Freud, en El chiste y su relación con lo inconsciente, ya lo ubicaba como un mecanismo que “ahorra” afecto: en lugar de someterse a la severidad del juez interno, la subvierte.
El superyó, como instancia psíquica, internaliza normas, prohibiciones y mandatos, operando como una voz que evalúa y corrige, pero que también carga de peso emocional ciertas experiencias. Puede orientar con un ideal, pero cuando se vuelve implacable, exige una perfección inalcanzable. Esta rigidez es especialmente visible en la neurosis obsesiva, donde el control y la vigilancia sobre los propios actos pueden ahogar la espontaneidad.
En este contexto, el humor funciona como un acto: corta la inercia del “deber ser” y habilita un resquicio por el que algo nuevo puede entrar. No es evasión, sino una suspensión momentánea de la presión interna que permite a la subjetividad respirar.
Humor en la neurosis obsesiva
En la clínica con pacientes obsesivos, la risa compartida puede actuar como una llave que desbloquea repeticiones aparentemente inamovibles. Recuerdo el caso de un paciente que traía una y otra vez el relato de cómo escribía ideas valiosas… y luego “perdía” las hojas. Lo narraba con seriedad absoluta, como si cada extravío fuera una tragedia. Hasta que, en una sesión, la repetición misma despertó una risa inesperada.
Esa risa no fue trivial: cortó el circuito cerrado del superyó y abrió la posibilidad de otra lectura. La frase que surgió, “es que usted no quiere encontrar las llaves”, condensó el sentido latente: sus pérdidas eran también una forma de no entrar a ciertos espacios internos que lo inquietaban.
Poder reírse de sus propias trampas, para un obsesivo, es un logro clínico: significa que por un instante dejó de estar colonizado por el mandato de perfección y pudo mirarse con cierta distancia.
Humor en la histeria
En la histeria, el trabajo con humor requiere más cuidado. Aquí la imagen narcisista —la manera en que el sujeto quiere ser visto— y la escena imaginaria que sostiene su posición son centrales. Una intervención humorística que toque directamente esa imagen puede vivirse como una injuria, activando defensas y resistencia. Sin embargo, cuando el humor no ataca sino que incluye, puede producir una complicidad que desarma sin humillar.
En estos casos, la risa funciona como un puente: no expone ni ridiculiza, sino que invita al sujeto a participar de una mirada más ligera sobre sí mismo. Así, el humor no se coloca en contra, sino al lado, ayudando a soltar una escena que se vive como rígida o dramática.
Freud, el chiste y la economía del afecto
Freud distinguió entre el chiste, que busca la risa a través de recursos formales y asociaciones inconscientes, y el humor, que transforma una situación penosa en algo risible. En este último, el yo se coloca por encima del sufrimiento y “ahorra” el gasto emocional que de otro modo sería inevitable. Esto implica, aunque sea por un instante, burlar la severidad del superyó y relativizar sus exigencias.
En clínica, ese instante puede ser decisivo: rompe la repetición, abre una rendija para que aparezca algo del deseo y permite que el paciente se vea desde un lugar menos castigador.
Una herramienta que no sustituye, pero potencia
El humor no reemplaza el trabajo analítico, pero puede impulsarlo. No elimina el conflicto, pero lo vuelve más habitable. Y en ocasiones, logra lo que la interpretación sola no consigue: que el sujeto se apropie de su historia con menos peso y más libertad.

Alicia Susana Ronzoni Rebelino
Alicia Susana Ronzoni Rebelino
Lic. en Psicología, Clínica Posg. Psicoanálisis
Porque hay risas que no distraen, sino que revelan. Carcajadas que no tapan, sino que dejan ver. Y momentos en los que reír juntos en el consultorio no significa tomarse las cosas a la ligera, sino dar un paso hacia lo más serio que puede ocurrir en análisis: que el sujeto se reconozca en su propio deseo, sin que la exigencia interna lo deje sin aire.


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