La Teoría del Apego tuvo sus inicios en la década de 1960 gracias a los aportes del psiquiatra y psicoanalista británico John Bowlby. A finales de la II Guerra Mundial, Bowlby se dedicó a estudiar el efecto que tenía la privación materna en niños que habían quedado sin familia (Gago, 2014). Sus descubrimientos concluyeron que como seres humanos tenemos una predisposición para establecer un vínculo emocional fuerte e imprescindible con un cuidador primario, que nos garantice nuestra supervivencia y nos brinde seguridad y conexión.
Esta primera relación afectiva va a tener un papel esencial en la configuración de los modelos internos psíquicos, los cuales regulan la interacción con nuestro entorno tanto en tiempo presente como a futuro. Así pues, en sentido práctico, esta teoría ha sido una herramienta indispensable para comprender el dolor emocional y trastornos de la personalidad que se producen cuando estos lazos se ven amenazados. Posteriormente, este malestar emocional se puede manifestar como ansiedad, depresión, ira, bajo autoestima, adiciones, relaciones tóxicas y demás.
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Los estilos de apego y las implicaciones en la parentalidad
Más adelante, las aportaciones realizadas por Mary Ainsworth (1969) con el experimento Situación Extraña enriquecerán esta teoría, permitiendo la clasificación de los patrones de apego (López, 2020). Los cuatro estilos de apego son: seguro, ansioso-ambivalente, evitativo y desorganizado. A través de este artículo veremos cómo se moldea nuestra personalidad según nuestro estilo de apego y las repercusiones que pueden tener en nuestros hijos.
1. Apego seguro
Las personas con apego seguro muestran la capacidad de tener relaciones saludables y duraderas. Un desarrollo correcto de la confianza hacia los demás y en su entorno les permite: disfrutar de la intimidad con otras personas, buscar apoyo cuando lo necesiten, compartir sus sentimientos abiertamente, gozar de una buena autoestima y valorar su autonomía e independencia.
Los padres con apego seguro aprenden muy rápido a leer las señales de su bebé, se muestran emocionalmente disponibles y responden a sus necesidades de forma constante, cálida y empática. Buscan la conexión permanente, y sin embargo, comprenden que sus hijos son seres diferentes a ellos con sus propios deseos y necesidades, de tal manera que estos padres funcionan como una “base segura” que les facilita a sus hijos explorar el mundo que les rodea con tranquilidad y confianza. Estos niños logran adaptarse a los cambios sin mayores complicaciones y con un nivel de ansiedad muy bajo.
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2. Apego inseguro: ansioso-ambivalente
Las personas con apego ansioso-ambivalente se caracterizan por su baja autoestima y poca confianza en sus relaciones con los demás. Son personas inseguras y dependientes, con mucho miedo al abandono y al rechazo y con una necesidad extrema de atención y cariño. Además, viven las emociones de forma muy intensa hasta el punto de sentir que no las pueden controlar.
Los padres con un apego ansioso-ambivalente se muestran disponibles a veces sí y a veces no. Su cuidado se caracteriza por ser inconstante, lo cual produce inseguridad y desconfianza en el bebé, quien no saben qué esperar de ellos. Tienen mucha dificultad gestionando las emociones del bebé y frecuentemente lo culpabilizan por sus problemas y emociones negativas. Estos padres son emocionalmente dependientes de sus hijos y buscan permanentemente la afirmación de que son amados por ellos, esto les genera sentimientos de celos, inestabilidad y miedo al abandono. De la misma manera, los hijos exploran el mundo con preocupación, desconfianza y elevados niveles de ansiedad.
3. Apego inseguro: evitativo
Las personas con apego evitativo muestran una gran dificultad para establecer relaciones profundas y estables. Se caracterizan por ser excesivamente independientes y por su incapacidad de expresar sus sentimientos y pedir ayuda cuando lo necesitan. Estas personas han aprendido que los sentimientos de angustia traen rechazo y desprecio; por lo tanto, ya no esperar nada de nadie. Además, tienen una idea pesimista del amor, no toleran la intimidad emocional y les incomoda el contacto físico y las manifestaciones afectivas.
Los padres con apego evitativo ignoran las necesidades emocionales de su bebé, ya que su constante demanda se les hace amenazante e intrusiva. Se relacionan con el bebé con una mezcla de angustia, repulsión y contrariedad. Mientras tanto, los hijos no muestran malestar por la separación y retorno de sus cuidadores, situación que muchas veces es malinterpretada como calma; sin embargo, los niños sufren, pero no lo expresan. Esta carencia de vínculo causa una reacción defensiva en los hijos, quienes desde muy temprano han aprendido que nadie atenderá sus necesidades. Estos niños suelen sentir una profunda soledad y esto les genera altos niveles de estrés y angustia, que suprimen bajo la fachada de ser emocionalmente autosuficientes.
4. Apego inseguro: desorganizado
Las personas con apego desorganizado muestran un desequilibrio interno grave. Se considera un modelo relacional de carácter caótico. Son personas que crecieron en un ambiente hostil, amenazante y sin ningún tipo de apoyo emocional. Por consiguiente, han internalizado que son malas personas, que merecen el maltrato que recibieron y que la violencia es normal en sus distintas relaciones. Estas personas pueden mostrar características de hipervigilancia, estrés postraumático, disociación e incomprensión total de sus emociones y las de los demás.
Los padres con apego desorganizado tienen una incapacidad parental severa. Por lo general, se caracterizan por ser padres agresivos, impredecibles y desconcertantes. En consecuencia, el niño siente terror hacia su figura de apego y su entorno. Además, frente a una situación angustiante estos niños experimentan un colapso emocional. Este se considera el estilo de apego con peor pronóstico, ya que es el más desestabilizador y como resultado puede llegar a producir patologías psiquiátricas graves.
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Reorganización de los patrones de apego
Los patrones adquiridos durante la infancia ejercen una profunda influencia en la conducta adulta. Por lo tanto, es fundamental trabajar en una reorganización de apego con personas que muestren señales de apego inseguro para así prevenir la transmisión intergeneracional del trauma.
Emma R. Zarak
Emma R. Zarak
Psicóloga Clínica / Psicoterapeuta
Dentro de un encuentro terapéutico es posible sanar y corregir estos patrones relacionales, garantizando un desarrollo emocional, social y psicológico óptimo para nosotros y futuras generaciones.