Sentir una cierta sensación de soledad es algo perfectamente normal en el día a día. Hay situaciones que nos hacen sentirnos aislados, como por ejemplo la preparación para unas oposiciones o el hecho de pensar en la muerte. Estas son formas perfectamente normales en las que se expresan sentimientos totalmente humanos.
Sin embargo, una cosa es sentirnos solos de vez en cuando y otra es transformar la soledad en un modo de vida, voluntaria o involuntariamente. Lo segundo puede llegar a arrastrarnos hacia una situación patológica, aumenta sensiblemente los niveles de estrés e incrementa las probabilidades de morir relativamente pronto.
Estos datos son especialmente preocupantes teniendo en cuenta que muchas investigaciones señalan un fenómeno social de masas: durante las últimas décadas, y especialmente las personas jóvenes de la generación milenial, el sentimiento de soledad se ha extendido de un modo increíble.
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La soledad se extiende
Según los datos del American Social Survey, la cantidad de personas que declaran no tener ningún amigo íntimo se ha triplicado durante las últimas décadas desde los años 80; de hecho, la respuesta más frecuente ante la pregunta de cuántas amistades sólidas se tiene es “cero”, algo que contestó alrededor de un cuarto de los individuos encuestados.
Del mismo modo, la media de personas con las que el estadounidense medio asegura poder hablar acerca de cosas importantes ha pasado de tres a dos.
Esta clase de datos, hallados también en muchos otros países occidentales, nos muestran hasta qué punto la soledad se está transformando en una especie de epidemia psicológica. Pero… ¿por qué ocurre esto? La psicóloga Caroline Beaton ofece dos explicaciones que se complementan entre sí.
La sensación de aislamiento se contagia
Beaton llama la atención de que la soledad no es algo que afecte solo a la persona que la experimenta en propia piel; también deja una marca en los demás. Los individuos que se sienten de esta manera acostumbran a adoptar una actitud a la defensiva y, de media, actúan de un modo ligeramente más hostil o distante de lo que sería esperable.
De hecho, muchas veces su aislamiento es auto-construido; a la mínima señal de que la relación con una persona se ha estancado un poco o no es tan intensa como antes, abandonan esa relación, dándola por perdida. Esto puede ocurrir incluso en cuestión de minutos, en una conversación; cuando el diálogo pierde fluidez, la persona que se siente sola se retira de manera prematura, aunque segundos antes hubiese estado muy interesada en el intercambio de ideas.
El resultado de esto es que la persona con la que se relaciona quien se siente solo termina experimentando esta sensación también, y aprende este estilo relacional.
Una vez que alguien ha experimentado la soledad a través de la mirada de otro, adopta esa perspectiva y tiende a ir reproduciéndola en su vida diaria. La causa es que, al igual que quienes se sienten solos, pasan a desconfiar de su criterio a la hora de reconocer las reacciones positivas de los demás en situaciones sociales; como una sonrisa sincera puede ir seguida de una retirada, se deja de estar seguro de cuándo el diálogo va bien y cuándo no.
El impacto de Internet
La otra gran causa de la epidemia de la soledad es, según Beaton, la normalización del uso de Internet como un entorno que sustituye las relaciones sociales cara a cara.
Sentir que se está en conexión con los demás a través de la red de redes resulta muy adictivo, porque es algo que se puede hacer desde casa, o bien en cualquier momento y lugar, y permite evitar buena parte de las consecuencias del fracaso social. Sin embargo, Internet es un sucedáneo de las relaciones sociales, y por eso sus efectos, a pesar de ser inmediatos, se desvanecen en el momento en el que nos alejamos de los aparatos tecnológicos que nos permiten estar en línea.
Mientras que los lazos de amistad forjados mediante los diálogos cara a cara y el contacto físico deja un rastro que se experimenta incluso cuando hace días que no se ve a la otra persona, los vínculos mantenidos a través de Internet son mucho más superficiales y menos significativos, por lo que hay que estar alimentándolos constantemente para no experimentar otra vez la sensación de soledad.
Así, por un lado Internet ofrece una sustitución de los lazos de amistad con efectos inmediatos y poco costosos, y por el otro el tiempo dedicado a estas conexiones evita que se creen amistades cara a cara. De hecho, algo tan simple como tener un Smartphone cerca hace que una reunión de amigos se vuelva significativamente menos estimulante.
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¿Cómo prevenir la soledad masificada?
Para revertir los efectos de esta generalización de la soledad parece imprescindible educar en el uso de las nuevas tecnologías y en habilidades sociales. Esto pasa por poner ciertas normas con respecto al uso de tablets y smartphones, pero también por ayudar a que la autoestima no quede dañada por interacciones que son percibidas como un fracaso o una pérdida de tiempo.
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