Jeanne de Clisson o Jeanne de Belleville fue la señora absoluta del Canal de la Mancha a mediados del siglo XIV. Durante casi una década estuvo navegando por sus aguas y saqueando todos los buques franceses que encontraba en su camino. La apodada “tigresa bretona” tenía un solo objetivo: cobrarse venganza por la muerte violenta e injusta que el rey francés, Felipe VI, había dado a su marido. Hoy hablamos de Jeanne de Clisson, la pirata medieval que puso en jaque a los franceses durante la Guerra de los Cien Años.
Breve biografía de Jeanne de Clisson, la sanguinaria pirata medieval
Todavía hoy en día son pocos los que conocen a esta intrépida mujer aristócrata que se hizo a la mar para perseguir sin tregua a los barcos franceses que cruzaban el canal. Su vida parece sacada de una película, pero es real; la historia de Jeanne de Clisson o Jeanne de Belleville, una mujer que, en el siglo XIV, y en el marco de la Guerra de los Cien Años, opuso resistencia a la corona francesa con el apoyo del rey inglés Enrique III.
Una muchacha noble como tantas otras
Jeanne de Belleville (pues ese era su nombre de nacimiento) nació alrededor del año 1300 en el Poitou, una región que actualmente linda con la Bretaña francesa. Su padre era Maurice IV de Montaigu, señor de Belleville, y su madre, Leticia de Parthenay, una mujer de la aristocracia local aquitana. Así pues, la infancia de Jeanne tuvo que transcurrir en los dominios de su padre, y durante estos primeros años recibió, con toda probabilidad, la educación que recibían todas las muchachas nobles de la época.
Una educación que, en su mayor parte, estaba encaminada hacia el matrimonio, pues recordemos que la principal misión de una mujer medieval (así como en tantas otras épocas) era perpetuar los linajes a través de herederos. La suerte de Jeanne no fue diferente; a los doce o catorce años (no se sabe con seguridad, pues se desconoce su fecha exacta de nacimiento) contrae matrimonio con Geoffroy de Chateaubriant, con quien tiene dos hijos.
A la condición de esposa le sigue muy pronto la de viuda, puesto que Geoffroy fallece en 1326, cuando Jeanne cuenta con unos veinticinco años. La joven se vuelve a casar poco después (esta vez, casi con toda probabilidad, por amor) con Olivier IV de Clisson, de quien tomará el apellido por el que es conocida y con el que tendrá cinco hijos más.
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Todo el mundo codicia la Bretaña
La vida de Jeanne podría haber terminado aquí. Sin embargo, todo cambió para ella en 1343, cuando, imprevisiblemente, su marido fue condenado a muerte y ajusticiado. Pero ¿de qué había sido acusado Olivier de Clisson?
A mediados del siglo XIV, la Guerra de los Cien Años, que enfrentó a las coronas francesa e inglesa y a sus respectivos aliados, estaba ya en marcha. En el marco de esta gran contienda se desató un conflicto “menor”, la llamada Guerra de Sucesión bretona (1341-1364), que implicaba también, aunque indirectamente, a los reyes francés e inglés.
En 1341, al morir el legítimo duque de Bretaña, Juan III, dos linajes se enzarzan en una contienda para ocupar el ducado vacante. Por un lado, Jeanne de Penthièvre (1319-1384) junto con su marido, Carlos de Blois; y, por otro, Juan de Montfort (m. 1283), que implicó, a su vez, a su esposa, Juana de Flandes, por lo que la guerra también es conocida como “la guerra de las dos Juanas”.
El conflicto va más allá del ducado de Bretaña, puesto que, en el ínterin, Enrique III de Inglaterra se ha autoproclamado rey de Francia, y Juan de Montfort lo apoya. Todo lo contrario hace su rival, Carlos de Blois, que se inclina por su primo, el legítimo rey de Francia Felipe VI. Mientras, los nobles bretones dividen sus preferencias, y el fantasma de la guerra civil se hace cada vez más pesado y oscuro.
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Una cabeza en Nantes
En medio de este espinoso conflicto, el esposo de Jeanne de Clisson, Olivier, es detenido por los ingleses y milagrosamente liberado por sus captores. El hecho levanta ciertas murmuraciones, que apuntan a que el noble ha pactado en secreto con los ingleses en contra, por supuesto, de Carlos de Blois y su primo el rey. Pero Felipe VI de Francia no está dispuesto a dejar sin castigo a sus enemigos. Así, pone en marcha un plan que le permitirá atraer de un plumazo a todos los caballeros que, supuestamente, apoyan a su rival, y a los que eliminará sin miramientos. Entre ellos está el marido de Jeanne.
En 1343, Olivier de Clisson es invitado por el monarca francés a un suntuoso torneo. Al llegar, es apresado junto con otros nobles sospechosos de traición y conducido a París. Allí se le enjuicia (en un juicio de pantomima y con un veredicto ya resuelto de antemano) y se le condena a morir decapitado. Su cuerpo, horrorosamente mutilado, permanece en París, colgado en Montfaucon para escarnio público, mientras que su cabeza es enviada a Nantes, la capital de Bretaña, y colgada en una pica.
Allí es donde Jeanne de Clisson, ya viuda, contempla la cabeza de su esposo, empalada y cubierta de sangre seca. Junto a ella están sus dos hijos varones, Guillaume y Olivier, a la sazón dos niños todavía muy pequeños. La mujer había acudido a Nantes con la esperanza de encontrar a alguien que intercediera por su marido, pero todo en vano. El juicio de pantomima y la posterior ejecución han sido demasiado rápidos. Su amado Olivier no solo ha sido asesinado, sino que han cubierto su buen nombre con la peste de la traición.
Según las crónicas, fue en ese momento, ante la cabeza inerte de su esposo, cuando Jeanne juró venganza. No solo eso; obligó a sus hijos, de cinco y siete años, a acompañarla en su juramento. A partir de entonces, Jeanne dejaría de ser Jeanne de Clisson o Jeanne de Belleville y se convertiría en “la tigresa bretona”, que llevaría a cabo su venganza a sangre y fuego.
La venganza de “la tigresa bretona”
En este punto, las fuentes históricas son un tanto confusas. Se sabe que la muerte de Olivier había comportado, además, la confiscación de sus bienes, por lo que Jeanne había quedado en la pobreza. Al parecer, vendió las pocas pertenencias que le quedaban (joyas y algunas ropas) para financiar un ejército de fieles bretones que se levantaran con ella contra los franceses. Durante algún tiempo estuvo saqueando, quemando y matando por varios lugares de Francia, hasta que, en una fecha imprecisa, se hizo a la mar con un par de buques, con el objetivo de hostigar a los barcos franceses del canal.
¿Cómo financió aquella viuda empobrecida nada menos que dos navíos con su correspondiente tripulación? Algunos estudiosos apuntan a que Enrique III de Inglaterra la ayudó en la empresa. Sea como fuere, la realidad es que, por el espacio de diez años, “la tigresa bretona” (en otras fuentes, la “leona de Bretaña”) sembró el terror por el Canal de la Mancha y envió a las profundidades a un sinnúmero de barcos franceses, para desesperación de su gran enemigo, Felipe VI de Francia.
Los mitos y las leyendas se sucedieron. Algunos decían que la historia de la mujer que se había convertido en pirata para vengar a su marido no era cierta y solo constituía una artimaña para atemorizar a los marineros franceses. Otros aseguraban que sus barcos estaban pintados de negro, y sus velas, con el rojo de la sangre de sus víctimas. También se decía que la misma Jeanne iba a la cabeza de los abordajes, y que luchaba armas en mano como un auténtico soldado.
Dónde había aprendido Jeanne a manejar las armas y a capitanear embarcaciones, no lo sabemos. De lo que sí hay constancia es de que, ya en 1343 (justo al inicio de sus saqueos), la corona de Francia la declara proscrita. Sin embargo, no consiguen darle alcance… por espacio de una década.
La batalla final
Hacia 1350 (de nuevo, no existen datos concretos) se produce la batalla final y decisiva. Los barcos de Jeanne son finalmente capturados y hundidos, y sus hombres, masacrados, pero ella consigue escapar en un bote junto a sus hijos. Durante cinco días con sus noches, los tres pasan hambre, sed y frío, completamente a la deriva. Finalmente, arriban a las costas inglesas, donde, por supuesto, Jeanne y Olivier son cordialmente acogidos. Por desgracia, el otro hijo, Guillaume, no sobrevivió.
A partir de la década de 1350, la vida de esta mujer extraordinaria vuelve a “normalizarse”. Segura en tierras inglesas y, más tarde, de regreso en Bretaña en la corte del nuevo duque, Juan V de Monfort, contrae un tercer matrimonio con un oficial inglés y se retira a Hennebont. Tristemente, la antigua pirata no vio del todo cumplido su juramento. Jeanne falleció en 1359, pero no fue hasta el año siguiente cuando la memoria de su esposo fue rehabilitada por el rey francés y le fueron devueltas a su hijo Olivier (ahora Olivier V de Clisson) todas las posesiones confiscadas.
La figura de Jeanne de Clisson, Jeanne de Belleville, «la tigresa bretona » o « la viuda sangrienta » empieza a ser descubierta. Sin embargo, y a pesar de que se trata de un personaje singular por su extraordinaria bravura y decisión, no debemos olvidar que fue la causante de muchísimas muertes, entre ellas, de personas inocentes que nada tenían que ver con la muerte de su marido. El arrojo y la indudable valentía de Jeanne de Clisson no debe enturbiar su verdadera imagen: una pirata cruel sedienta de sangre que no cejó hasta ver cumplido su terrible juramento de venganza.
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