¿La Edad Media era misógina? En parte sí, por supuesto, especialmente a partir del siglo XIII, con la llegada de la filosofía de Aristóteles a Europa y el auge del derecho romano, que situaba al pater familias (es decir, al varón de la casa) como cabeza indiscutible del núcleo familiar.
Sin embargo, no es menos cierto que durante la primera Edad Media la mujer gozó de una libertad y unos derechos impensables para las mujeres de otros siglos. En los siglos X, XI y XII encontramos numerosos testimonios de mujeres que ostentaron un gran poder; que decidían en materia de política, que manejaban las riendas de la economía familiar y que fundaban iglesias y monasterios y que, por supuesto, los gobernaban.
En estos siglos no era para nada inusual que la esposa quedara al mando del feudo o del reino mientras el marido estaba en la guerra, por ejemplo. No solo eso; las mujeres también podían ser las titulares de esos feudos, como es el caso de Leonor, la legítima duquesa de Aquitania. Si te interesa conocer más sobre algunas de estas mujeres, sigue leyendo. Hoy te contamos la vida de algunas mujeres medievales que ejercieron un enorme poder.
5 mujeres poderosas de la Edad Media
Existen muchas, muchísimas; desde las poderosas reinas y emperatrices hasta las abadesas, que regían vastos territorios como sus compañeros los abades. En el artículo de hoy nos centramos en varias reinas, una emperatriz y una amante papal que ostentaron un poder inimaginable.
Irene de Bizancio (752-803)
Irene Sarantapechaina (en portada) fue una de las emperatrices bizantinas más poderosas, y también una de las más temibles. Proveniente de una familia noble de Atenas (los Sarantapechos), se casó con el emperador de Bizancio León IV, con quien tuvo un hijo, Constantino, el futuro emperador.
Irene era una mujer fuerte y ambiciosa que no estaba decidida a conformarse con el mero título de “consorte”. De hecho, en los documentos aparece como Basileus (emperador), en lugar de Basílissa, el título oficial de emperatriz. A la muerte de León IV tomó las riendas del imperio en calidad de regente de su hijo, pero pronto los aristócratas bizantinos se dieron cuenta de que Irene no iba a dejar tan fácilmente el poder. Por ello urdieron una conspiración, liderada por el cuñado de Irene, con el propósito de derrocarla.
Esta pugna por el poder debe enmarcarse en el cruento enfrentamiento entre iconódulos (partidarios de las imágenes, con los que Irene simpatizaba) y los iconoclastas, que materializaron su oposición en el bando de su hijo Constantino. El conflicto terminó de forma escalofriante: decidida a ser la única en sentarse en el trono, Irene no dudó en apresar a su hijo y cegarle los ojos, heridas por las que Constantino falleció.
Tras la desaparición de Constantino, Irene se declaró emperatriz titular de Bizancio y, por supuesto, instauró de nuevo el culto a las imágenes. En Occidente, Carlomagno no podía tolerar que una mujer se sentara en el trono romano; él mismo se coronó emperador, con el apoyo del papa, en la Navidad del año 800.
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Marozia (h. 892-955)
Se desconoce el origen de este enigmático personaje (citado también en las fuentes como Mariozza). Algunos dicen que fue la hija del senador Teofilacto I, pero también se afirma de ella que era hija del papa Juan X. Lo que sí es cierto es que Marozia o Mariozza fue una de las mujeres más poderosas del siglo X, que instauró en el Vaticano lo que la historia ha denominado la pornocracia.
El apelativo es suficientemente explícito. Con solo quince años, Marozia se convierte en la amante del papa Sergio III, y, desde la cama papal, toma las riendas de la política vaticana de la época. Su poder se alargó nada menos que veinticinco años, durante los que influyó en la elección de algunos papas e incluso en la muerte de algunos de ellos.
La relación con el papa no impidió que Marozia contrajera matrimonio en varias ocasiones con personajes influyentes. En su primer enlace se encontraba encinta de Sergio III, pero su marido, Alberico, marqués de Spoleto, legitimó al niño, que con los años pasó a ser nombrado papa con el nombre de Juan XI.
Marozia cayó finalmente en desgracia y fue recluida por uno de sus hijos (Alberico II) en el castillo de Sant’Angelo. Más tarde fue trasladada a un convento, donde falleció en 955. Terminaba con ella la pornocracia, uno de los periodos más turbios de la historia del papado.
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Matilde de Inglaterra (h. 1102 -1167)
Oficialmente, nunca fue coronada reina. Solo obtuvo el título de “señora de los ingleses” y, aunque era la legítima heredera de su padre, el rey Enrique I, diversos sucesos favorecieron que el trono inglés fuera usurpado por Esteban de Blois, primo de Matilde, lo que dio origen a una guerra civil que la historiografía inglesa conoce como la “Anarquía”.
Matilde (Maude en el inglés original de la época) fue enviada muy joven a la corte del emperador del Sacro Imperio, pues estaba destinada a casarse con el futuro emperador Enrique V. Allí pasó parte de la infancia y juventud, hasta que Enrique falleció en 1125. Como el matrimonio no había tenido hijos, Matilde regresó a Inglaterra.
En el ínterin, el hermano de Matilde y heredero al trono inglés, Guillermo, había fallecido en extrañas circunstancias durante el famoso naufragio del Barco Blanco, desgracia que convertía a la princesa en la legítima reina de Inglaterra tras la muerte del padre de ambos.
Así lo supuso ella, que pronto reivindicó sus derechos de sucesión, algo sobre lo que no todos los nobles ingleses estaban de acuerdo. Inglaterra se partió en dos bandos; los que apoyaban a Matilde y los que se decantaban por Esteban, su primo. De facto, Matilde nunca fue coronada como reina (como sí lo fue Esteban), y, al final de la sangrienta contienda que masacró la población inglesa, favoreció a su hijo, fruto de su segundo matrimonio con Godofredo de Anjou, como futuro rey. Este hijo sería coronado, a la muerte de Esteban, como Enrique II de Inglaterra, y tendría a su madre como consejera y confidente hasta la muerte de Matilde en 1167.
Leonor de Aquitania (1122-1204)
Duquesa de Aquitania y dos veces reina, Leonor de Aquitania es sin duda una de las grandes mujeres de la Edad Media. Inteligente, decidida e intrépida, marcó su propio camino e impuso su voluntad a sangre y fuego. Era hija de Guillermo de Aquitania, a quien sucedió tras convertirse en su única heredera legítima. Más tarde, en 1137, se convierte en delfina de Francia por su matrimonio con el futuro Luis VII y, una vez coronado este, en reina consorte.
Atrapada en un matrimonio que no le satisfacía, Leonor presionó sin descanso hasta conseguir la anulación de su matrimonio con Luis. Durante toda su unión había demostrado con creces su fuerte personalidad y su innegable valía política, que contrastaban con el carácter más pusilánime de su marido. Una vez libre de nuevo, tardó apenas unos meses en contraer segundas nupcias con Enrique de Anjou, que, tras la guerra civil que había azotado el país y tras la renuncia de su madre Matilde, sería coronado rey de Inglaterra en 1154.
Al parecer, Leonor tuvo mucho que ver con la confabulación de sus hijos contra Enrique, entre los que se encontraba Ricardo, conocido como Lionheart (Corazón de León). En consecuencia, fue prisionera de su marido durante un largo periodo de tiempo, hasta que la muerte de Enrique facilitó su libertad. Más tarde, cuando la corona de Inglaterra ya reposaba sobre la cabeza de Ricardo, se puso al frente de la operación de rescate de su hijo, que había caído prisionero del emperador en Viena.
El carácter de esta mujer indomable se pone más de manifiesto si cabe durante sus últimos años. Con casi ochenta años, Leonor emprende viaje hacia Castilla para recoger a una de sus nietas (hijas de su hija Leonor Plantagenet y el rey Alfonso VIII) y llevarla a Francia como reina consorte. La afortunada fue Blanca, otra mujer notable de la que hablaremos en el siguiente apartado.
Blanca de Castilla (1188-1252)
La leyenda quiere que sea el nombre de esta mujer, Blanca, el que ejerció como catalizador principal para la decisión de Leonor de Aquitania de que fuera ella, y no su hermana, la futura reina de Francia. Corría el año 1200 y la anciana reina había viajado a la corte de Castilla para conocer a sus nietas y decidir cuál de las dos sería la esposa del delfín Luis.
Al parecer, la siempre inteligente Leonor decidió que el nombre de la otra hermana, Urraca, sería impronunciable para los franceses, por lo que se decidió por Blanca. Este novelesco pasaje no tiene ningún viso de ser real; probablemente fue el carácter de Blanca (que tenía solo doce años pero que ya apuntaba maneras de reina) lo que hizo a su abuela decidirse por ella.
Así, en mayo de 1200, la adolescente Blanca de Castilla (en adelante, Blanche de Castille) se convertía en la esposa del delfín y futura reina de Francia. Su influencia en su marido fue grande, pero más lo fue en su hijo, llamado también Luis que, a la muerte de su padre, y con solo doce años, fue coronado como Luis IX de Francia. Más tarde, la historia le daría otro nombre: San Luís.
Es innegable el ascendiente que tuvo Blanca sobre el nuevo monarca. De hecho, dada la minoría de edad del rey, fue nombrada regente y, por tanto, fue ella la que lidió con los numerosos problemas de su época, como el espinoso conflicto cátaro. La poderosa reina falleció en 1252 y fue sepultada en Maubuisson, la abadía que ella misma había fundado.