Posiblemente, Ludwig van Beethoven es el compositor más conocido después de Mozart. Sobre él se ha escrito mucho y se han realizado multitudes de películas, generalmente haciendo hincapié en su proverbial mal humor, su solitaria existencia y su famosa sordera.
Pero ¿qué hay detrás del mito? ¿Quién fue, realmente, Ludwig van Beethoven? En esta biografía de Beethoven conocerás la vida de este compositor, desde su infancia en Bonn hasta su adultez en Viena, y analizaremos por qué está considerado uno de los mayores genios de la música.
Breve biografía de Ludwig van Beethoven
Beethoven es, efectivamente, uno de los mayores compositores de la historia. Y no sólo por su talento natural, que muchos situaron al mismo nivel que Mozart, sino porque, a pesar de la creciente sordera que padeció (y que se volvió prácticamente completa durante la última etapa de su vida) consiguió crear composiciones que son auténticas obras maestras de la música universal. Vamos a viajar brevemente por su vida y por su obra.
Una infancia triste
Ludwig nació en Bonn en diciembre de 1770, una ciudad de la actual Alemania que, en siglo XVIII, pertenecía al Arzobispado de Colonia. Había sido bautizado el 17 de diciembre en la iglesia de San Remigio con el nombre de su hermano mayor, fallecido el año anterior. Así, desde el mismo momento de su nacimiento, Ludwig cargaba sobre sus espaldas al fantasma de su hermano, el llorado primogénito.
Su madre, María Magdalena Keverich, había enviudado de su primer marido con tan sólo 19 años. En 1767 contrajo matrimonio con Johann van Beethoven, hijo de un maestro de capilla de la corte de Colonia, por lo que, en un primer momento, el progenitor se opuso al enlace, al considerar a la familia de María Magdalena como socialmente inferior. Fue sin embargo este abuelo uno de los que alentó la vocación musical del pequeño, adentrándolo desde muy niño en las artes musicales, en las que Ludwig destacó desde sus primeros años.
Su padre era también aficionado a la música y, al observar el talento innato de su retoño, se propuso convertirlo en un “nuevo Mozart”. En aquellos años estaba muy de moda que los hijos e hijas de las familias más o menos pudientes realizaran giras musicales por las casas y las cortes acomodadas de Europa. Así lo había hecho Leopold Mozart con sus pequeños Wolfgang y Anna María, que desde muy niños actuaron en varias capitales europeas. Johann van Beethoven no quería que su hijo se quedara atrás, y no sólo aprovechó sus innegables y sorprendentes cualidades musicales en este sentido, sino que le puso los mejores profesores para que perfeccionaran su talento.
Sin embargo, detrás de todo este escenario de luces, fama y gloria, no parece que el pequeño Ludwig fuera demasiado feliz. Para empezar, su padre era alcohólico, adicción que, al parecer, había heredado de su madre, la abuela de Beethoven. Más tarde, cuando Ludwig era todavía muy joven, su madre falleció a causa de la tuberculosis, como también lo haría su hermano Karl años más tarde, lo que provocó en el joven músico una especie de terror a desarrollar la enfermedad, miedo que le acompañaría el resto de su vida.
La muerte de María Magdalena y el alcoholismo de su padre, que acabó en la cárcel, hizo que Ludwig tuviera que hacerse cargo, desde muy temprana edad, de sus hermanos menores. Por ellos siempre sintió una especie de afecto paternal, especialmente por Karl, con quien estaba muy unido.
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El “sucesor de Mozart”
El primer maestro que Johann pone a su hijo es Christian Gottlob Neefe, compositor alemán, que se tomó muy en serio la educación musical e intelectual del pequeño. Más tarde, Beethoven recibió clases de personajes tan insignes como Joseph Haydn y Antonio Salieri, e incluso, si se dan por ciertos algunos rumores que no se han podido confirmar, hasta del mismísimo Mozart. Pero, aunque sí que es cierto que los dos genios se encontraron en Viena en algún momento del año 1787, cuando Beethoven contaba dieciséis años y Mozart treinta y uno, no existen pruebas que verifiquen que mantuvieran un contacto extenso.
La primera obra publicada de Beethoven, Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Christoph Dressler, vio la luz en 1782. El joven compositor tenía sólo once años y ya era un prometedor músico con una exitosa carrera por delante. Neefe, impresionado por el precoz talento de su pupilo, intercedió ante el príncipe elector de Colonia para que Beethoven fuera contratado para la orquesta de la corte. Tenía doce años, y en ciertos círculos culturales ya hablan de él como el “sucesor de Mozart”.
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La soledad de un genio de la música clásica
En 1792, con veintidós años, Beethoven se instala definitivamente en Viena, a instancias del príncipe elector, que desea que el joven perfeccione su talento y encuentre mecenas que le ayuden a subir a la cúspide. Beethoven acepta su destino, principalmente porque ama su trabajo y sabe que en Viena tiene muchas posibilidades de éxito. Sin embargo, en el fondo de su corazón siente cierta animadversión hacia una ciudad en la que nunca se sintió del todo aceptado ni comprendido.
A esta condición de “alma solitaria” que siempre ha acompañado a la figura de Beethoven contribuyó, sin duda, un mal que comenzó a aquejarle a partir de 1796 y que no dejó de agravarse con el tiempo: la sordera. Por la carta que se encontró entre sus papeles después de su muerte (una carta a sus hermanos que nunca llegó a enviar), y que es conocida como el “testamento de Heiligenstadt” por el lugar donde fue escrita, sabemos que este mal hundió a Beethoven en una depresión, pues temía que la sordera le impidiera realizar su sueño de componer obras inmortales.
En esta carta llega a confesar a sus hermanos que le ha pasado por la cabeza la idea del suicidio, y que solo su arte, es decir, la música, le ha hecho renunciar a ello. Se trata de un testimonio desgarrador en el que comprobamos que, si Beethoven era una persona taciturna y malhumorada, era en parte por sus problemas de audición y por los múltiples achaques que padeció, algunos muy severos y que, a la postre, le provocaron una muerte prematura.
El Dr. Osvaldo Llanos López, en su trabajo titulado Las enfermedades de Ludwig van Beethoven (ver bibliografía), señala varias de las enfermedades que padeció el músico. Según el Dr. Llanos, Beethoven padeció viruela en su juventud, que le dejó en la cara las características marcas de la enfermedad. Durante toda su vida tuvo crisis respiratorias frecuentes, que aumentaron su miedo a padecer tuberculosis (la terrible enfermedad que, recordemos, había matado a su madre y hermano).
Entre 1790 y 1795 Beethoven empezó a desarrollar síntomas de problemas intestinales que se traducían en diarreas y cólicos frecuentes, a los que se añadían dolorosas cefaleas. Con semejante cuadro de salud y los episodios depresivos que iba arrastrando, no es de extrañar que el músico mantuviera casi siempre un humor oscuro, así como un trato brusco y limitado con sus semejantes.
En el trabajo del Dr. Osvaldo se incluye también la autopsia que se efectuó al cadáver del compositor al día siguiente de su deceso, en la que se menciona el tamaño inusual de órganos como el páncreas, el bazo y el hígado. Por otro lado, un reciente estudio de algunos de sus mechones de cabello ha sacado a la luz que el compositor tenía en su ADN factores de riesgo en lo que respecta a enfermedades de tipo hepático, así como que padeció Hepatitis B.
Entre el clasicismo y el romanticismo
Volvamos a Viena, donde, a pesar de todo, es donde su carrera despega y crece como la espuma. En 1798 decide componer una sinfonía en honor a Napoleón Bonaparte, el “gran hombre” del momento (el corso formaba parte del Directorio francés, el gobierno que se había hecho con las riendas de Francia tras el fin del Terror). Beethoven admiraba mucho a Napoleón, y le dedicó solemnemente su 3ª sinfonía, a la que llamó Bonaparte. Sin embargo, cuando más tarde el Gran Corso se autoproclamó emperador, Ludwig no pudo soportar lo que consideró una traición y cambió el nombre a su sinfonía, que desde entonces se conoce simplemente como La Heroica.
Beethoven compuso nueve sinfonías a lo largo de su vida, y dicen que, poco antes de morir, tenía la idea de componer una décima, e incluso dejó algunos bosquejos. De todas ellas, las más famosas son la ya citada 3ª sinfonía, la 6ª (conocida como Pastoral) y, por supuesto, la 9ª, donde incluye un fragmento de coro de impresionante fuerza. Además de las sinfonías por las que es famoso, Beethoven compuso conciertos, música de cámara y composiciones para piano, como los famosos Claro de luna (Sonata para piano nº 14), publicada en 1802, y la Sonata para piano nº 8, conocida como La patética por su extraordinaria capacidad expresiva.
La obra de Beethoven se enmarca principalmente en la llamada música clásica, común y erróneamente identificada con toda la música anterior al siglo XX. Esto no es así; estrictamente, la música “clásica” corresponde sólo al período musical de fines del siglo XVIII y principios del XIX, y se caracteriza por su equilibrio y claridad (en paralelo con la estética neoclásica de las artes plásticas) y por la instauración definitiva de las formas musicales de la sonata, la sinfonía y el concierto, entre otros.
Pero un genio como Beethoven no podía ser ajeno a los cambios que se iban produciendo en el panorama musical europeo. Ya a finales del siglo XVIII su obra empieza a acusar influencias del temprano Romanticismo, con su alta expresividad y su brusquedad cromática. Ejemplos claros de ello son el ya citado Claro de luna y la 5ª sinfonía, cuya poderosa introducción es uno de los pasajes musicales más famosos de todos los tiempos.
La “Amada inmortal”
Beethoven nunca se casó, pero, a pesar de su soledad crónica, mantuvo relaciones tanto de amistad como afectivas con diversas mujeres. De todas ellas, las más conocidas son la relación que mantuvo con Josephine Brunsvik, a la que, según la Beethovenhaus de Bonn, el compositor había dirigido unas catorce cartas amorosas. El lenguaje de estas misivas, realmente apasionado, hace pensar que Beethoven estaba sinceramente enamorado de Josephine, a la que llama “mi ángel” y “mi todo”.
Parecido es el estilo de la famosa carta que se encontró entre los papeles de Beethoven una vez fallecido el compositor. En ella, Ludwig se dirige a una “amada inmortal”, según él mismo la llama, y se dirige a ella también como “mi todo” y “mi yo”. Esto ha hecho suponer a muchos estudiosos de la vida del músico que la misteriosa “amada inmortal”, la destinataria de la carta que se encontró en el escritorio de Beethoven y que está fechada en julio de 1812, no es otra que Josephine Brunsvik.
Otros estudiosos apuntan como candidata ideal a ser la “amada inmortal” a otra de las grandes mujeres en la vida de Beethoven: Antoine Brentano. El compositor conoció a la joven en la primavera de 1810 y, desde entonces, mantuvieron una gran amistad, en la que no se puede descartar el romance.
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Los últimos oscuros años
Al final de su vida, la sordera que padecía el compositor desde los veintiséis años se había vuelto casi completa. Su oído derecho ya no captaba ningún sonido, y con el izquierdo tenía ya serias dificultades auditivas. A pesar de ello, Beethoven consiguió componer su 9ª sinfonía, una de sus obras más famosas, que se estrenó con gran éxito de público.
Su hermano Kaspar Karl había fallecido en 1815 de tuberculosis, y desde entonces Beethoven mantenía una tormentosa rivalidad con su cuñada, que no deseaba que la tutoría de Karl, el sobrino de Beethoven, recayera en su tío. La madre llevó el tema a los tribunales, y el pequeño cambió constantemente de manos. Karl no podía ver a su tío, que, en cambio, parecía profesarle una especie de adoración, quizá en recuerdo de su padre, por quien Ludwig sentía un entrañable afecto.
Los problemas con su cuñada y con su sobrino, que intentó suicidarse en 1826, agravan la salud mental de Beethoven, ya bastante deteriorada por su obcecada soledad y sus interminables enfermedades. Durante el último año de su vida, su salud declina rápidamente, y en marzo de 1827 está ya postrado en la cama. El 26 de marzo, y tras lamentarse del retraso en la llegada del vino del Rin que había pedido, Beethoven exhala su último respiro. Tenía 56 años.
Enormemente admirado por sus contemporáneos (a pesar de su carácter difícil), su entierro congregó a una multitud de 20.000 personas. En su funeral se interpretó el Requiem de Mozart, el otro gran genio de la música, que hacía ya 37 años que había fallecido. Franz Schubert, ferviente admirador de Beethoven, asistió a su entierro. El joven músico ignoraba que no tardaría en seguir a su ídolo, pues fallecería en 1828, a los 31 años.