La autoexigencia es una cualidad que, llevada al extremo, hace que las personas sientan malestar y ansiedad al estar disconformes con sus vidas. Tiene mucho que ver con una mente sobresaturada y con mucha dificultad para reconocer y expresar nuestra vulnerabilidad que es inherente al ser humano.
La vida es incierta, impermanente, y cambia constantemente... Y la autoexigencia justamente tiene que ver con el miedo a la incertidumbre, porque una forma de intentar tapar este miedo es asumir metas difíciles de alcanzar, con el fin “falso” o casi imposible de querer controlar la situación.
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¿De dónde proviene la autoexigencia excesiva?
La autoexigencia surge de la combinación de las presiones externas junto con el miedo hacia lo incontrolable.
Las normas que vamos aprendiendo a lo largo de nuestras vidas se pueden traducir, o no, en presiones. Todo depende de cómo uno interiorice los mensajes que se le presenten desde las diferentes fuentes externas, que son las siguientes.
1. Sociedad
El simple hecho de haber nacido en el siglo XX-XXI hace que tengamos ciertas presiones que personas de otro momento histórico no tendrían. Por ejemplo, actualmente existe mucha más presión en cuanto a la imagen corporal que hace cientos de años.
2. Cultura
El aspecto cultural también tiene su papel. Difieren mucho las presiones que pueda tener una persona de China a una persona de España. Por ejemplo, una persona de China puede tener la presión de no mostrar sus sentimientos y ser más reservada frente a una persona de los países del sur de Europa.
3. Educación Familiar
Dependiendo de las expectativas (expresadas o silenciosas) que existan en el ambiente familiar, las personas pueden desarrollar unas exigencias u otras. Por ejemplo, unos padres que premien en exceso las buenas notas, podrán hacer que sus hijos desarrollen una necesidad de conseguir el éxito siempre. O también que su autoestima sea dependiente de los logros externos.
4. Educación Escolar
Dependiendo de lo que se viva en unos colegios u otros, ello hará que los alumnos puedan desarrollar unas exigencias u otras.
5. Relaciones sociales
Tendrán efecto tanto las amistades de la escuela, como los amigos, parejas... Estas constituyen una de las formas de influencia más importantes en la juventud, porque cuando se desarrolla nuestra identidad durante la adolescencia, es cuando damos más importancia a nuestro grupo de iguales.
6. Eventos que nos han marcado
Aquellos hitos importantes que nos hayan marcado, pueden hacer que creemos una norma rígida de funcionamiento.
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¿Cómo se traduce?
Cuando uno genera autoexigencias que le interfieren en su vida, los presenta como “debo” o “tengo que”... Esto se siente como una norma rígida de la que uno no puede salirse ni lo más mínimo, “no se puede fallar”, es muy impositiva. Se diferencia de los valores en que estos son flexibles, elegidos libremente y más basados en la compasión; si un día “fallamos” no ocurre absolutamente nada porque entendemos que somos humanos.
¿Quién presenta este tipo de problemas? En cierta medida, todos. Otro aspecto diferente es que uno sea consciente o no. Por ello, a algunos les afecta en mayor medida que a otros. Cuanto menos se haya reflexionado sobre ello más sufrimiento existirá, porque así, uno no es “dueño” de los patrones “enquistados” y repetitivos que uno presenta, sino que son estos los que gobiernan la conducta de manera rígida, como si uno no tuviese las riendas de su vida, como si no pudiese elegir libremente.
Dentro de este colectivo, los que más sufren son aquellas personas que se ponen metas elevadas (perfeccionismo) o cuando los objetivos propuestos son muy inflexibles.
¿Cómo afecta a las personas?
La autoexigencia actúa en valores dicotómicos y extremos de siempre/nunca, blanco/negro... Por ello, cuando se llega a extremos, esto se traduce en ansiedad porque las normas son muy rígidas y acaban paralizando a la persona.
Esto se produce porque la consecución real de dicha autoexigencia, con todo lo que conlleva (altas metas), es muy improbable que se pueda conseguir. Es un factor de estrés muy elevado que hace que la persona no pueda abarcar todo lo propuesto; de hecho, en algunas ocasiones facilita el que finalmente no se haga nada.
¿Cómo solucionarlo?
El primer paso es ser consciente de cuáles son nuestros propios “debos”, de dónde vienen, y no martirizarnos por ello. Ser conscientes de que somos consecuencia de lo que hemos vivido, pero no culpables de ello. A partir de ese momento, y desde la consciencia y la responsabilidad, sí que podemos aprender a responder de manera diferente y más adaptativa, en vez de reaccionar de manera automática reproduciendo constantemente los mismos patrones (“debos”) que nos hacen sufrir.
Con un trabajo personal de introspección, podemos bajar el nivel de autoexigencia y desde ahí poder decidir en pro de nuestros propios valores y no tanto por los “debos”.
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