Algo es seguro: a priori, prácticamente ninguna persona quiere morir. La gran mayoría de las personas concibe al proceso de muerte como lo más terrible que le puede suceder a un individuo. Nosotros, los humanos, en nuestro constante deseo de poseer total “omnipotencia” (además de marcados ideales de trascendencia), anhelamos la permanencia en la vida.
Para el suicida, en cambio, la muerte adquiere un sentido especial. Su manera de pensar en el fallecimiento es muy diferente a la de la gran mayoría, y eso influye en su comportamiento y sus actitudes.
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La muerte, según los suicidas
Hay dos formas distintas en las que los suicidas pueden llegar a conceptualizar el fallecimiento. Son los siguientes.
Una salida de emergencia
Aquí, el suicida entiende la muerte como la liberación de las ataduras y las dificultades de la vida, un cambio para pasar de lo vivido en otro plano existencial imaginado y caracterizado por la ausencia de sufrimiento.
El suicidio puede ser planeado y llevarse a cabo como una manera de liberarse de aquellos problemas que asfixian a esa persona. ”No puedo más”, “estoy harto de este sufrimiento”, etc. son solo algunas de las afirmaciones que la persona en crisis formula en los momentos más profundos de su ideación, aunque no tiene por qué expresarlos abiertamente. La posibilidad de cometer el acto es visto como una salida de emergencia ya que su situación personal, familiar o social se vuelve prácticamente insoportable.
Para el individuo no tiene tanta importancia aquello con lo que se va a encontrar después de haber muerto, como el hecho de alejarse de algo: dolor, pena, sufrimiento de los familiares y seres queridos, etc. Lo verdaderamente importante es salir de su estado de una vez por todas, atravesar ese “callejón sin salida” en el se encuentra. El objetivo principal de cometer el acto suicida es superar la angustia presente de manera rápida.
El suicidio visto en positivo
Para otros, el suicidio puede tener un objetivo diferente al anterior: realizar un cambio, ya sea en uno mismo o en el entorno en el que se encuentra el suicida. Desde esta otra visión lo importante no es liberarse de aquella situación de angustia sino que más bien se centra en aquello que la persona desea lograr: tranquilidad, paz, felicidad...
En este caso, el concepto se transforma en una especie de portal en el que el sujeto se adentra para obtener una experiencia de vida (en un plano trascendental) más armónica y placentera. Por lo anterior, aunque parezca ilógico y confuso, es posible afirmar que para estas personas el objetivo principal de suicidarse es vivir plenamente, aunque suene paradójico.
Desde la visión ya mencionada, el suicidio se transformaría como puerta de entrada a una nueva vida donde la de tranquilidad y el sosiego emocional son los protagonistas, además de que para aderezar la nueva etapa de vida y pasar a otra en la que no existirá ni la angustia ni el sufrimiento que puede presentarse en algún momento de la vida presente. Sería algo así como volver a esa seguridad del útero materno.
Así, el acto del suicidio se puede explicar con un encauzamiento hacia el rechazo por la vida, o bien, por una pronta aproximación hacia la propia muerte.
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El razonamiento suicida: una curiosa contradicción
En la trama existente del suicidio, la vida y la muerte son los protagonistas del drama. Entre esos dos polos se gesta la decisión de terminar con la propia vida; en la dialéctica suicida, el miedo a vivir y sufrir, por un lado, y el miedo a morir por el otro, serían los dos extremos de existentes.
El objetivo, pues, es morir, pero también comenzar a vivir de otra forma. Diversos autores afirman que la conducta suicida es, en primer lugar un acto de vida y no de muerte. Aquél que desea suicidarse añora liberarse de sus problemas, cambiar las circunstancias existentes o regresar a un estado de seguridad, sin embargo, en el fondo de su ser subyace un ferviente deseo de vivir.
¿Una forma de esperanza?
Otros estudiosos del fenómeno consideran que el suicidio significa esperanza, esperanza de seguir viviendo en plena paz y tranquilidad. Con lo anterior, el suicidio se convierte en la manera de eliminar la desesperanza existente, la depresión sofocante y la culpa permanente. También es una manera de desaparecer, pero permaneciendo en la conciencia de los familiares y amigos como un recuerdo doloroso y difícil de superar.
En el extremo de aquellos que observan a la vida, se encuentra el gran espectro de aquellas personas que manifiestan un primer síntoma de malestar general identificado como “negación de la vida” y descalificación de sí mismo, lo cual produce un profundo deseo de no vivir, no existir más.
Es a partir de este momento cuando se presenta un giro repentino hacia la muerte: del deseo constante de morir al deseo de cometer suicidio, y de este al suicidio. En la medida en la que nos vamos aproximando al extremo de la muerte, la vivencia del pensamiento suicida se vuelve más firme y el riesgo de autodestruirse es más alto.