Muchos padres y madres creen en un mito que, si se aplica a todas las facetas de la crianza, puede resultar muy dañino para los más pequeños de la casa. Esta creencia consiste en la idea de que los niños y las niñas deben limitarse a relacionarse con sus emociones expresándolas de manera espontánea, sin esforzarse por aprender de ellas ni de las consecuencias que tiene regularlas de una u otra forma.
En realidad, ayudar a que los niños aprendan a controlar sus emociones es fundamental. A continuación veremos por qué esto es así y de qué manera podemos poner de nuestra parte para que se acostumbren a vivir su parte emocional haciendo que esta juegue a su favor.
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¿Por qué es bueno que los niños controlen sus emociones?
Es importante tener en cuenta que aunque el modo en el que experimentamos las emociones en primera persona sea subjetivo, las consecuencias de expresarlas de uno u otro modo son objetivas. Tanto, que buena parte del proceso que nos convierte en personas adultas consiste en dominar unas competencias básicas de regulación emocional que nos permitan conseguir objetivos a largo plazo y vivir en sociedad.
Si damos por hecho que lo único que importa es experimentar emociones, sin más, estamos alimentando una filosofía de vida que ve el aspecto emocional y afectivo como algo de lo que somos sujetos pasivos y de lo que no participamos más que como receptores. Lo ideal es, en todo caso, tener claro que uno debe y puede influir conscientemente sobre los procesos psicológicos vinculados a los sentimientos y afectos… y que esta habilidad debe ser enseñada ya durante la niñez.
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Cómo enseñar autocontrol emocional a los niños y niñas
Así pues, a continuación daremos un repaso a varios consejos orientados a cómo favorecer que los niños controlen sus emociones de acuerdo a sus objetivos e intereses, en vez de limitarse a ser un mero recipiente de estados emocionales.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que los niños muy pequeños, de 7 años o menos, tendrán dificultades a la hora de pensar en ciertos matices atribuibles a las emociones. Por ejemplo, comprenderán lo que significa “miedo”, pero les costará mucho comprender lo que es el temor a no ser capaz de hacer algo. Es por eso que los padres, madres y tutores deben adaptarse al grado de abstracción en que el pequeño es capaz de pensar.
1. Educa en predicción afectiva
La predicción afectiva es la habilidad mental que nos permite establecer pronósticos sobre nuestro estado emocional en el futuro. Poner el foco en esta aptitud hace más fácil que los pequeños aprendan por qué es útil y bueno aprender a gestionar las emociones, ya que favorece el hábito de comparar las expectativas, por un lado, y la realidad, por el otro.
Una actividad propuesta, por ejemplo, puede ser pedirle al pequeño que piense en cómo cree que se sentirá si va a hablarle a un niño o niña con el que le gustaría entablar amistad, y pedirle, una vez haya ido al encuentro de esa otra persona, que piense en cómo se siente y compare su estado emocional con el que predijo. En estos casos es muy frecuente que se haya pronosticado un grado de miedo y tensión muy superior al que luego se experimenta.
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2. Enséñale a aplazar la gratificación
La capacidad para aplazar la gratificación es una de las más importantes, ya que permite optar a unos objetivos a largo plazo que exigen renunciar a otros a corto plazo pero que aportan beneficios mucho mayores.
Poner retos basados en poner un tiempo durante el cual hay que renunciar a un premio para acceder a una meta más importante es muy bueno, ya que genera el hábito basado en el esfuerzo constante que traerá sus frutos a largo plazo.
Para ello, es importante tener en cuenta que cuanto más joven se es, más cuesta aplazar las gratificaciones; la idea es no excederse con este tiempo mínimo durante el cual hay que aguantar, ya que esto haría que la tarea sea vista como algo poco realista.
Por ejemplo, si se calcula que hay unas actividades de matemáticas a hacer en casa que llevarán una media hora de trabajo, se puede dividir esa media hora en segmentos de 10 o 15 minutos, al final de los cuales hay algunos minutos de descanso o de ocio.
3. No premies sus rabietas
Esto es muy importante. Algunos padres y madres, sin darse cuenta, hacen que compense el hecho de tener una rabieta, dado que estas situaciones causan incomodidad y malestar, y dar lo que se quiere es la manera más simple de hacer que el problema inmediato desaparezca. Sin embargo, la sociedad no funciona así.
Por un lado, la familia es el único grupo de personas que tiene el deber y la responsabilidad de pasar tiempo con ese futuro adulto, así que el resto no tiene motivos por los que plantearse ceder a ese chantaje, y por el otro, montar en cólera no favorece que uno mismo aprenda a solucionar las cosas, sino todo lo contrario.
Así pues, una de las mejores maneras de ayudar a que los hijos e hijas de corta edad, o niños y niñas al cuidado de uno mismo aprendan a controlar sus emociones, es simplemente no dar recompensas por expresar de manera muy extremada sus sentimientos de ira y enfado.
4. Construid juntos explicaciones sobre los fracasos
Controlar las emociones es siempre poner una cierta cantidad de esfuerzo para poder aspirar a metas a largo plazo o que tienen que ver con la participación en círculos sociales. La frustración puede hacer que los niños abracen la idea de que regular las emociones para poder llegar a objetivos a largo plazo no sirve de nada, y que las renuncias que se hacen por el camino no han valido la pena.
Así pues, es bueno que ante situaciones que pueden producir frustración, los mayores ayuden a los pequeños a comprender lo que ha pasado, y a ver que allí donde en un principio parecía que los esfuerzos han sido en vano, lo que ha ocurrido es que se ha tenido mayores posibilidades de triunfar, aunque pueda no ser evidente.
Por ejemplo, si después de haber estudiado algo más de lo normal para un examen la nota recibida ha sido mala, el niño o niña puede pensar que este resultado habría sido exactamente el mismo que habría obtenido si hubiese cedido al sentimiento del miedo y no se hubiese molestado en enfrentar este malestar exponiéndose a la incómoda tarea de practicar con ejercicios que uno encuentra difíciles. Hacerle ver que detrás de ese aparente fracaso ha habido un progreso es clave.