Pataletas, berrinches, lloriqueos y gritos. Estas son algunas de las formas con las que los más peques de la casa nos muestran lo enfadados que están y, a veces, hermanos, padres, abuelos y demás adultos, por muy mayores que seamos, nos sentimos sobrepasados por la situación.
Sorprende ver cómo estas personitas, cuando se enfadan, lo hacen de una forma para nada “pequeña”. Hay niños que muestran su enfado callándose y simplemente ignorándonos, pero no suele ser lo común. Lo normal es que griten, lloren bien fuerte y nos dejen claro que no se sienten a gusto.
Ante situaciones como esta no es de extrañar que muchas personas se pregunten cómo ayudar a un niño a controlar su ira y, para su fortuna, hoy vamos a descubrir unas cuantas técnicas para conseguirlo.
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¿Cómo ayudar a un niño a controlar su ira?
Todo el mundo, incluso los más tranquilos, se enfadan alguna vez, y esto es también aplicable a los más pequeños de la casa: los niños se enfadan, y no de forma proporcional a su estatura. Los motivos detrás de su berrinche pueden ser muy variados, como que no les hayan comprado un helado, les obliguen a ir a la escuela un día que no quieren, no les dejen ver la tele un poquito más…
La ira infantil se puede manifestar de múltiples formas, todas ellas combinando enfado, irritabilidad y resentimiento, al igual que sucede en la adultez. Hay niños que lo muestran su enfado callándose, haciéndonos el vacío o ignorándonos, pero otros, la gran mayoría, son más “expresivos”: gritan, lanzan objetos, los rompen o, incluso, llegan a pegar y a insultar a sus padres, compañeros y profesores. La ira es una emoción que, si no es debidamente gestionada ni controlada, puede convertirse en algo muy socialmente disruptivo.
En sí, la ira es como cualquier emoción. No debemos pensar que, pese a ser desagradable, es algo malo. Naturalmente preferimos estar contentos y felices antes que enfadados o tristes pero todo nuestro amplio repertorio emocional no deja de ser un recurso evolutivo, una forma que tenemos los seres humanos para adaptarnos a nuestro ambiente, tanto natural como social.
La ira es un recurso evolutivo que nos permite sobrevivir, ponernos en situación de lucha ante una situación que consideramos injusta. Es algo adaptativo, siempre y cuando nuestra respuesta sea proporcional a la amenaza a la que nos enfrentamos.
La ira es algo normal en el desarrollo infantil, la cual refleja los esfuerzos del niño en su búsqueda de autonomía, comprensión y atención. Esta emoción se manifiesta más fuertemente en varias etapas del desarrollo, en especial entre los 2 y 4 años, la preadolescencia y la adolescencia. Al igual que en la adultez, la ira infantil se presenta cuando el niño tiene la sensación subjetiva de estar ante una amenaza o ante el miedo de una amenaza futura, no necesariamente peligrosa para su vida pero sí para su bienestar físico, emocional y social.
Los niños se sienten amenazados por más cosas que los adultos, en el sentido que perciben más elementos como factores que ponen en riesgo su bienestar personal. Un ejemplo bastante sencillo de entender es cuando no les compramos un helado.
Un niño verá esta situación como una auténtica violación de sus derechos, mientras que un adulto, como mucho, se va a sentir ligeramente molesto. Por fortuna, a medida que crezcan aprenderan a distinguir entre situaciones gravemente injustas de las que no son tanto, además de gestionar mejor sus emociones.
La ira no es una emoción fácil de manejar en la infancia y, cuanto más pequeño sea, peor todavía. Naturalmente, no todos los niños son igualmente irascibles ni tienen por qué comportarse de la misma manera cuando se sienten enfadados, pero sí que los métodos que podemos usar para todos ellos son los mismos, aunque también puede que unos sean mejores para unos niños que otros.
1. Mantener la calma
Muy difícilmente nuestro hijo va a aprender a controlar su ira si nosotros, los adultos, no somos capaces de controlarnos. Debemos dar ejemplo, especialmente cuando el niño se enfada. No debemos gritarle, dar portazos y, muchísimo menos, zarandear al niño. Para que el niño aprenda a manejar su ira deberá ver cómo nosotros, los adultos, lo hemos conseguido y que, por lo tanto, es algo que se puede aprender.
Si nuestra respuesta ante el enfado del niño es agresiva su enfado irá todavía a más. Si gritamos, nuestro hijo nos imitará y gritará más fuerte. Es difícil controlarse en estas situaciones, pero igualmente como padres debemos hacer el esfuerzo para tener buenos resultados.
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2. Enseñarle a reconocer esta emoción
Cuanto más pequeño es el niño más difícil es calmarlo en pleno ataque de ira. Estando tan enfadado es difícil hacer que entre en razón. Tarde o temprano la rabieta se va a pasar, y habrá llegado el momento de charlar de lo sucedido. Puede que el niño, especialmente si es muy pequeño, experimente dificultades a la hora de reconocer sus emociones, por esto los adultos debemos decirle que la emoción que ha sentido se llama ira, preguntándole por qué ha reaccionado así y qué siente una vez se ha calmado.
Debemos ayudarle a identificar la causa de su enfado. Es habitual que los niños no sepan en muchas ocasiones cuál ha sido el motivo por el que se han enfado, mientras que en otras puede tratarse de que un compañero los ha insultado o pegado o porque ha pasado algo grave en su entorno. Es por esto que, lejos de castigarle o recriminarle lo que ha hecho, debemos averiguar por qué se ha sentido así y ver en qué medida está en nuestras manos solucionar la situación problemática. Como padres debemos apoyarle siempre.
3. Enseñar al niño a actuar sin ira
Es común que los niños se comporten de forma irascible porque carecen de las habilidades para solucionar aquello que les ha frustrado de forma más pacífica. Nosotros, como adultos que somos, es posible que veamos lo que ha hecho que se sientan así como algo fácil de solucionar, pero eso es debido a que tenemos una amplia experiencia y conocimiento del mundo, mientras que un niño de, por ejemplo, solo tres años, no.
Por esto, una vez sepamos qué es lo que ha hecho que se sienta así, debemos ofrecer pautas para solucionar el problema en cuestión. Como parte de su crecimiento y aprendizaje, debemos entrenarlos para aprender a identificar aquellos factores que suelen motivar sus ataques de ira. Una vez visto aquello que causa su frustración, debemos ayudarle a buscar soluciones para próximas situaciones.
El motivo por el que el niño o niña se siente frustrado puede ser muy variado y, como padres, oiremos todo tipo de problemas. Una vez nos lo hayan dicho, podemos darles las respuestas más adecuadas para cada situación y hacer que compare cómo se sentía después de su ataque de ira y cómo se siente tras haber aplicado el consejo que le hemos ofrecido. Será cuestión de tiempo que vaya incorporando en su repertorio conductual las respuestas pacíficas que le hemos ofrecido.
4. Expresar las emociones
Muchas formas de expresar la ira en los niños suelen ser socialmente disruptivas, en especial romper cosas, insultar y pegar. A sus edades estos comportamientos, aunque ni deseables ni aceptables, son menos graves que cuando lo hace un adulto, claro está, pero aún así es mejor que no se manifiesten.
Si no hay forma de hacer que el niño aplique soluciones más calmadas ante episodios de frustración o cuando no le salen las cosas bien puede ser que tenga en su interior mucha rabia contenida. En este caso nunca debemos dejar de lado acudir a un psicólogo infantil, quien tratará de averiguar cuál es la causa de tanta rabia contenida. Igualmente, podemos hacer que el niño se desahogue en el hogar con técnicas verdaderamente efectivas, al menos a corto plazo y siempre y cuando no haya ninguna psicopatología detrás.
Si el niño suele comportarse de forma muy destructiva en pleno ataque de ira se puede proponer que haga algunas actividades que le dejarán explorar esas emociones, además de expresarlas de una forma más artística y relajante. Entre estas actividades tenemos el dibujo, la escritura, la pintura y escuchar música, con la cual puede representar su emocionalidad, sea cual sea la edad del niño.
5. Liberar las tensiones
Mientras que la pintura, escritura y dibujo son técnicas que podríamos considerar “pasivas”, ideales para hacer que el niño se vuelva consciente de lo que siente de forma más artística, existen también formas más intensas para liberar toda la tensión y calmar al niño.
El deporte como forma para calmarse es un clásico. Cualquiera es válido: natación, ciclismo, atletismo, deportes de contacto, fútbol, baloncesto… cualquier actividad es buena para liberar la ira contenida, además de brindarle bienestar psicológico gracias a la liberación de endorfinas.
Por sorprendente que pueda parecer, técnicas de meditación como el yoga o el mindfulness no son para nada aconsejables a estas edades. Los niños, especialmente los más pequeños, no han desarrollado suficiente autocontrol como para aguantar calmaditos toda una sesión de estas técnicas. Antes de que se haya acabado la clase lo más probable que haya pasado es que el niño se haya desconcentrado e impacientado, poniéndose más nervioso de lo que estaba antes.
6. Desarrollar el autocontrol
Desarrollar el autocontrol no es tarea fácil, especialmente cuanto más pequeños son. Su corteza prefrontal del cerebro está muy inmadura todavía, con lo cual sus capacidades ejecutivas no están plenamente desarrolladas. La idea del autocontrol es una noción todavía muy abstracta en la tierna infancia, aunque no por esto no podemos ir incorporándola poco a poco. A medida que su cerebro madure será más capaz de entender esta idea y, si se la hemos enseñado con anterioridad, la asimilará lo antes posible.
Podemos explicarle en qué consiste el autocontrol, dándole cuántos más ejemplos mejor, como por ejemplo no reaccionar mal si ya no quedan helados o si se ha acabado el tiempo para ver la televisión, o si tiene que ir a recoger su habitación.
Una forma práctica para que vaya aprendiendo la idea de la autocontrol es incorporar en el hogar la famosa técnica del semáforo. Básicamente, consiste en explicarle al niño cómo funciona usando tres cartulinas de tres colores distintos: rojo, amarillo y verde. Cuando le mostremos la cartulina roja querrá decir que el niño debe parar porque se está descontrolando, la amarilla indicará que debe analizar qué está pasando y por qué se está comportando así y la verde le indicará que debe expresar lo que siente.
Qué no debemos hacer
Una idea fundamental que debe quedar clara con la ira es que es una emoción necesaria.
Mostrarnos enfadados ante una injusticia es algo adaptativo, inherente a nuestra evolución social, y penalizar este sentimiento cuando aparece en situaciones que sí debe mostrarse implica reprimir a la persona, haciéndole más difícil gestionar esta emoción. La ira aparece por algún motivo, más o menos justo; es una señal de que algo no va bien. Debemos solucionar aquello que lo causa, tanto en el niño como en nosotros mismos.
Lamentablemente, muchos padres no entienden esto. Es normal sentirse enfadado en ciertas situaciones y, aunque los niños se enfadan por cosas menos graves, no debemos juzgar negativamente el motivo que los ha hecho sentirse así. Sí que es cierto que a veces ni ellos mismos saben por qué están enfadados, pero la cuestión es que ha habido algo que los ha hecho estar así.
Muchas veces, con nuestro comportamiento y nuestras palabras podemos hacer que los niños se sientan peor, enfadándose todavía más porque ven que sus padres, quienes deberían apoyarlos, les reprochan que se sientan así.
Frases como “deja ya de llorar”, “eres muy enojón”, “lloras como un bebé”, “no es para tanto, así que te comportas ya de una vez” y cosas de por el estilo es lo último que debemos decirle a un niño en pleno ataque de ira. No va a ayudarle a que se calme y, además, va a prender que sentirse molesto no es válido. A veces lo que lo ha enfadado es suficientemente grave como para que esté así, y como padres debemos prestar atención e intentar ayudarle a solucionarlo, no a esconderlo y que haga como que no ha pasado nada.
Una rabieta no debe ser vista como un ataque de egocentrismo y demanda de atención gratuita. Los niños cuando tienen berrinches lo están pasando mal. No se siente cómodo porque no sabe cómo gestionar de forma funcional una situación problemática.
Es por esto que los adultos, sean padres, hermanos o abuelos, debemos enseñarle a dar respuestas pacíficas y constructivas cuando se encuentran ante algo que no les gusta. También es posible que, durante la rabieta, el niño o niña necesite un brazo, algo que deberemos darle para calmarlo. A veces el simple contacto humano es lo que calma el ataque de ira más caluroso.
Referencias bibliográficas:
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