La inteligencia emocional es uno de esos conceptos olvidados y que se echan en falta cuando revisamos cómo estamos educando a nuestros hijos. Este concepto, desarrollado por psicólogos como Daniel Goleman, contemplan la faceta emocional e introspectiva como un área de especial interés a la hora de que los niños crezcan con una buena salud psicológica y relacional.
Sin embargo, en pocas familias e instituciones educativas se dedica el esfuerzo suficiente a educar las emociones de los niños. Ya sea por falta de tiempo, recursos escasos o un esquema educativo anquilosado en el pasado, las emociones han sido menospreciadas y nuestros hijos crecen sin unas ciertas pautas educativas que les ayuden a mejorar el autocontrol, la autoestima, la asertividad o el modo de relacionarse y comunicarse con otras personas.
¿Cómo educar las emociones? Varias claves psicológicas
A lo largo de las últimas décadas, cada vez más padres y escuelas se han percatado de la vital importancia del estado emocional de los niños en su rendimiento académico y en su felicidad.
Por tanto, ¿qué claves psicológicas y educativas podemos utilizar para mejorar el estado emocional de los niños? Las repasamos a continuación.
1. Valorar el proceso y no tanto el resultado
En ocasiones, los adultos estamos demasiado focalizados en el rendimiento de nuestros hijos: qué calificaciones obtienen en sus exámenes, cuál es su nivel de cociente intelectual, cómo se compara con otros compañeros de clase… Esta actitud les hace dependiente de los elogios resultadistas, y les transmite un mensaje totalmente erróneo: el valor de la actividad que realizan depende de si son capaces de resolverla correctamente.
En el caso de los niños aventajados y a los que se les da bien resolver problemas (que no son necesariamente los más inteligentes ni los que tendrán un futuro más prometedor), se les refuerza positivamente por su logro, pero rara vez se valora el proceso que han llevado a cabo para conseguir ese resultado. De este modo, también se les enseña que el goce por la actividad es totalmente secundario, ya que lo importante es que han sabido resolver el problema. Como vemos, no es una buena estrategia.
Además, en los niños con un pensamiento de tipo divergente y/o a los que les cuesta más llegar a resolver problemas, también se les inculca la idea de que no son capaces de llegar a buen término, lo que puede redundar en el Efecto Pigmalión. Tampoco se les transmite, pues, la importancia de disfrutar del proceso de pensamiento y de la tarea, ya que lo único importante es llegar a concretar un resultado objetivamente acertado.
Para evitar este esquema resultadista, conviene hacer hincapié en el proceso de pensamiento, en la motivación del alumno para encajar las piezas del puzzle, y darle la atención y feedback necesarios (no excesivos) para que él mismo vaya descubriendo el camino que le lleve al resultado correcto.
2. Realizar juegos de introspección emocional
Algo tan simple como jugar a adivinar y definir las emociones de otras personas puede ayudar a los niños a reconocer, identificar y reflexionar sobre la ira, el enfado, la culpa, la vergüenza, la alegría…
Existen distintas actividades y juegos que persiguen este propósito de uno u otro modo. Como padres (o maestros), podemos basarnos en estos juegos para preguntar a los pequeños en qué momentos han sentido tales emociones, cómo se sintieron exactamente, qué las causó, cómo hicieron para volver a la normalidad, etc.
3. Relajación
La relajación permite a los niños desconectar momentáneamente del sinfín de estímulos que reciben y conectar de nuevo con su respiración, su cuerpo, sus músculos, sus latidos… Es una técnica que, bien empleada, les reporta grandes beneficios cognitivos, emocionales y conductuales.
De hecho, en muchas escuelas están implementando ya algunas sesiones de relajación. Estas sesiones tienen grandes beneficios, tal como informa este estudio de la Universidad de Valladolid liderado por Beatriz Peón.
¿Qué beneficios tiene la educación emocional?
El aprendizaje emocional comporta una serie de beneficios para nuestros hijos y alumnos. Les otorga ciertas herramientas psicológicas para construir una visión de su vida, de ellos mismos y de su entorno mucho más positiva. Asimismo, les ayuda a gestionar sus temores y sus conflictos.
Los niños que desarrollan una buena inteligencia emocional son capaces de:
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Aumentar su resiliencia, es decir, recuperarse antes de los obstáculos y malas sensaciones que sienten en un determinado momento.
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Tener una visión optimista pero moderada de sus posibilidades.
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Ser más proactivos, involucrándose más en sus quehaceres y desarrollando nuevos intereses.
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Expresar sus emociones de tal modo que sean más capaces de afrontar retos relacionales y personales.
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Fomentar una buena autoestima y autoconfianza.
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Ser más cooperativos y gestionar mejor los conflictos y exigencias del grupo.
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