Lograr que los menores tengan un sueño plácido ha pasado de ser una tema más, a convertirse en protagonista de la crianza. Actualmente existen especialistas que se dedican, exclusivamente, a investigar este campo para dar soporte a las familias. Cuando un menor se levanta varias veces en la noche, suele prender alertas porque parece que está durmiendo mal, pero antes de preocuparse o de etiquetar como trastornos ciertos comportamiento fisiológicos, es vital saber que el sueño tiene unas características evolutivas que varían en las diferentes etapas madurativas.
Así lo expone el pediatra Gonzalo Pin Arboledas, experto en sueño infantil, en una investigación que da luces sobre este tema. El especialista, también autor del libro El sueño es vida, y conocido en redes sociales por su experiencia (@pinarboledagonzalo), responde para Psicología y Mente algunas de las preguntas más comunes: **¿Cuándo comienza un menor a dormir mejor? **
“Algunos adultos se sorprender cuando les explico que, durante el primer año de vida, ellos van a dormir alrededor de 700 horas menos de lo que dormían el año anterior, que lo van a hacer de forma interrumpida y que el sueño de los niños es un proceso madurativo que tenemos que respetar”, asegura Pin Arboledas a esta revista.
Ni del tirón, ni lineal: la realidad del sueño en la infancia
De acuerdo con sus estudios, depende de la etapa en la que esté el bebé. En el primer año de vida, tres variables determinan su evolución. La primera, cuando aparece el periodo de sueño más largo. “A la edad de un mes puede ser de 4,5 horas. A los tres meses de 5,5 horas, no siendo mucho más largo a los 12 meses. Es decir que los niños alcanzan su periodo más extenso de sueño sobre los tres meses de vida, con muy poca variación interindividual”. En este periodo influyen las características biológicas.
La segunda, analiza la duración del sueño y su vigilia tranquila, que es cuando el bebé se despierta, pero permanece tranquilo en la cuna y vuelve a dormirse. Puede sucederle al mes y se desarrolla con intensidad durante los primeros cuatro meses. Aquí el ambiente es determinante.
La tercera, quizá, la que más interesa a los padres, describe el porcentaje de menores que descansan toda la noche en horarios similares al de los adultos. “Muchos niños son capaces de dormir ocho horas hacia los seis meses de vida”, agrega el experto. Eso no quiere decir que todos puedan hacerlo, subraya.
Entre los tres y los nueve meses, según datos, aumenta el tiempo en el que los lactantes están despiertos durante el día –pasa de 95 a 123 minutos– mientras que su vigilia durante la noche disminuye lentamente – pasa de 13,6 a 10,3 minutos–. De la misma manera, el número medio de despertares nocturnos suele ser aproximadamente de nueve, durante el primer mes de edad, y de 4,5 al año. “Cada menor tiene unas necesidades de sueño diferentes, aunque sean hermanos. Entonces es importante no solo preguntarnos cuánto duerme, sino cuándo, que tenga unos horarios de sueño regulares”, agrega el doctor.
Calidad del sueño e impacto en la salud y el desarrollo
La calidad de su descanso, eso sí, influye en la salud. “En la infancia, el sueño es un gran arquitecto de la neuroplasticidad, que es la capacidad del sistema nervioso para modificar su estructura y funcionamiento”, explica el pediatra. Durante esta etapa suceden procesos de crecimiento neuronal, que facilitan la interacción con el entorno y el aprendizaje. “Juega, además, un papel importante para conectar la amígdala, una estructura cerebral que regula toda la parte emocional. Entonces, cuando no tenemos una buena calidad de sueño, el control de los impulsos y la capacidad de aprendizaje o de memoria se altera”.
Esa conciencia sobre los efectos del sueño a largo plazo, ha contribuido cada vez más a que los padres y madres encuentren herramientas para mejorar la calidad del descanso de toda la familia. “Te das cuenta de que cuando un niño tiene dificultades para dormir, su entorno familiar también. Con datos, ya sabemos que los progenitores con problemas de sueño y niveles de ansiedad, están limitados para llevar una crianza en positivo”, subraya.
La higiene del sueño comienza por la mañana, con la luz natural y la actividad al aire libre. Así cuando llega la noche, el cerebro reconoce ese contraste. “Más o menos una hora antes de dormir, hay que promover rutinas que desaceleren la actividad física. Antiguamente se sentaban alrededor de una fogata a contar historias. Si esa desactivación no sucede, los adultos deben volver a empezar, en lugar de pelear”. Por otra parte, aconseja, hay que eliminar las pantallas y aparatos que emitan luces, como los relojes, que llaman inteligentes, y concienciarse de que el ritmo de los infantes es lento. Que la velocidad les genera estrés y que no pueden hacer varias actividades al tiempo.
Dormir, durante la infancia, es un proceso que requiere de paciencia. Es necesario, comprender que el desarrollo de los niños no es lineal, que hay momentos en que no avanza y que su sueño no solo responde a factores genéticos, sino también de su contexto. “Al año de vida, aproximadamente el 60% del patrón de cómo duermen depende del ambiente”, concluye el investigador.
¿Te interesa este contenido?
¡Suscríbete a "La vida con hijos"!
Nuevo newsletter de contenido exclusivo sobre crianza, educación y pareja.
Al unirte, aceptas recibir comunicaciones vía email y aceptas los Términos y Condiciones.
