Muchos padres y madres se escandalizan las primeras veces que escuchan a sus pequeños hijos e hijas decir una palabrota. Además del desconcierto, pueden surgir otras emociones desagradables. Acto seguido, les suelen invadir muchas preguntas: ¿dónde la habrá aprendido? ¿Sabe lo que está diciendo? ¿Y, ahora, qué hago? ¿Qué le digo?
En muchas de estas ocasiones, los adultos se quedan tan impresionados que no saben cómo reaccionar. Es cierto que la reacción va a depender mucho de la interpretación que cada persona haga de lo que acaba de suceder. Por ello, es importante comprender bien qué está sucediendo cuando nuestro hijo empieza a decir palabrotas.
A lo largo de este artículo veremos por qué los niños pequeños empiezan a decir “malas palabras” y si esto es preocupante o no. Además, planteamos diversas estrategias prácticas que pueden resultar útiles para hacer frente a este tipo de situaciones.
¿Por qué los niños dicen “malas palabras”?
Lo primero que debemos tener en cuenta es que las criaturas viven en un constante aprendizaje puesto que los primeros años de vida son de exploración continua. Esto implica que aprenden mediante la observación, la imitación y el ensayo-error.
En este sentido, estudios recientes señalan que cuando los niños pequeños dicen palabrotas lo hacen sin llegar a comprender del todo su significado o incluso el impacto. Así pues, lo hacen como una forma de explorar las posibles reacciones emocionales en el entorno.
Hay padres y madres (u otros adultos presentes en el entorno) que se escandalizan y responden de forma intensa cuando esto sucede. Precisamente estas reacciones fuertes en los adultos pueden volverse atractivas para las criaturas y fomentar que repitan las palabras.
Debido a que el cerebro de los niños todavía es muy inmaduro, las áreas encargadas del autocontrol, la autorregulación y la toma de decisiones todavía no están completamente desarrolladas. Como consecuencia, es más fácil que las criaturas puedan repetir palabras (estímulos) que han escuchado de forma impulsiva.
Por último, no podemos obviar el hecho de que también pueden verbalizar este tipo de expresiones —pese a no comprender plenamente su significado— como una muestra de la intensidad de sus emociones. Por ejemplo, a veces los niños gritan —o insultan— a sus padres ¡te odio! cuando no es así porque no tienen herramientas para expresar la intensidad de sus emociones y esta es la única forma que encuentran de hacerlo.
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¿Es preocupante?
Aunque para muchos padres, madres —y adultos en general— es incómodo y alarmante escuchar a una criatura decir palabrotas, es crucial que antes de reaccionar paremos a observar lo que está sucediendo. Entender el contexto en el que se ha dicho la “mala palabra” es importante.
No es lo mismo que lo diga como muestra de su enfado, que si lo hace jugando o buscando comprender los límites sociales y del lenguaje a que lo haga por simple repetición. Es necesario diferenciar entre la exploración natural del lenguaje y la expresión del malestar emocional.
¿Cómo podemos diferenciarlo? Cuando un niño dice la palabrota de forma ocasional, es probable que lo haga por imitación o que esté explorando las reacciones y los límites. Sin embargo, si sucede de forma repetida y en momentos de frustración o conflicto, puede ser una forma de expresar el malestar que no saben comunicar de otra forma.
No podemos olvidar que el cerebro de los niños está en formándose y que precisamente el desarrollo del lenguaje es un proceso realmente complejo. Las criaturas nacen con la capacidad de sentir todas las emociones, pero sin herramientas para expresar lo que sienten o regularlas.
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¿Qué puedo hacer cuando mi hijo dice una “mala palabra”?
Sabemos que para muchas familias esta situación es realmente compleja y genera mucho malestar. Es importante observar qué sucede en cada caso para poder adaptarse de la mejor forma posible a cada realidad. A continuación se exponen algunas herramientas que pueden ser útiles.
1. Evitar reacciones intensas
La forma en la que el entorno reacciona cuando una criatura dice una palabrota es crucial. Si reaccionamos de forma muy intensa, bien sea riéndonos, escandalizándonos o reaccionando de forma desproporcionada puede ser contraproducente.
Si el niño o la niña aprenden que estas expresiones generan un fuerte impacto en los adultos de su alrededor, la conducta se refuerza. Por eso, lo más recomendable es reaccionar de la forma más “calmada” o incluso “aburrida” posible.
2. Observar el patrón
Tal y como decíamos anteriormente, para poder decidir de qué forma actuamos es crucial entender qué está sucediendo. Si observamos que el niño dice palabrotas o insulta en momentos de frustración o conflicto, debemos aportarle herramientas que le ayuden a experimentar sus emociones de la forma más saludable posible. Si, pese a todo, la dinámica persiste puede ser interesante pedir ayuda profesional para explorar con más profundidad.
3. Establecer límites claros
Si para la unidad familiar es algo importante, es totalmente válido establecer límites en relación con el lenguaje que se acepta, o no, en casa. Los niños y niñas necesitan límites claros para comprender el mundo que les rodea. No hay nada de malo en ponerlos siempre y cuando se establezcan de forma respetuosa, sin humillar, menospreciar ni castigar. Además, es crucial ser congruentes con el límite establecido.
4. Revisar el lenguaje en casa
Los niños aprenden más de lo que nos ven hacer que de lo que les decimos. Por tanto, si en casa usamos determinadas expresiones, es altamente probable que ellos también las digan. Si les pedimos (o exigimos) que no usen determinadas palabras o expresiones cuando nosotros sí lo hacemos, puede ser que la conducta persista y que incluso pueda verse afectado el vínculo.
5. Convertir el momento en un aprendizaje
El uso de “malas palabras” o determinadas expresiones puede incomodarnos por diversas razones —y todas son válidas—. Podemos aprovechar determinadas situaciones para explicar a las criaturas que las palabras, especialmente los insultos, pueden tener un impacto negativo en los demás y causarles dolor.
Además, también es interesante aprovechar estos momentos para ayudarles a tomar conciencia de sus propios estados emocionales. Si todavía no tienen el vocabulario suficiente, les podemos ayudar a poner nombre a lo que sienten. De esta forma, les estamos ayudando a construir recursos y a comunicarse sin necesidad de insultar.
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