En una de las escenas de la célebre película El Club de los poetas muertos (Dead Poets Society), de 1989, los alumnos homenajean al insigne profesor de literatura entonando aquellos famosos versos: “¡Oh, capitán, mi capitán!” Contar el porqué de este homenaje sería hacer un spoiler, por lo que dejamos al lector que vea el film y lo averigüe por él mismo. Lo que aquí nos interesa es que los versos entonados por los chicos pertenecen a un poema dedicado a la muerte de Abraham Lincoln, escrito por el poeta norteamericano Walt Whitman en 1865.
Vehemente defensor del abolicionismo, de la libertad del individuo (incluida la libertad sexual) y de la libertad religiosa, el poeta representa una figura crucial en Estados Unidos, no sólo en el ámbito literario, sino también en el social y político. Su principal poemario, Hojas de hierba (que estuvo revisando y retocando durante más de treinta años, hasta su muerte) es un maravilloso testimonio de sus inquietudes espirituales e ideológicas, que giraban alrededor del ser humano y su comunión con sus semejantes, con Dios y con la naturaleza.
Breve biografía de Walt Whitman, el “padre de la poesía americana”
Con este epíteto se conoce al poeta, considerado el gran impulsor de la poesía moderna en Estados Unidos. El poeta Ezra Pound (1885-1972) dijo que “él era América”. El crítico Harold Bloom lo nombró simbólicamente “el padre y la madre de todos los estadounidenses”, y situó la primera edición de Hojas de hierba por encima de obras colosales de la literatura americana, como Moby Dick de Herman Melville o el Huckleberry Finn de Mark Twain.
¿Quién fue este hombre extraordinario, que la historia ha situado en el pedestal de la literatura? ¿Qué tiene su obra para que resulte tan excepcional, tan única? Detengámonos hoy en la vida y la obra de este artista a lo largo de esta biografía de Walt Whitman, posiblemente el poeta más importante de la época contemporánea de los Estados Unidos de América y que tanto influyó en escritores posteriores.
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La comunión con la naturaleza
El sincero deísmo que profesaba el Whitman adulto se entiende perfectamente si consideramos su infancia. Fue el segundo de los nueve vástagos habidos en el matrimonio de Walter y Louisa Whitman, una pareja cercana a la fe cuáquera que regentaba una pequeña granja en Huntington, Long Island. Esta religiosidad sencilla y casi primitiva, que abogaba por una vida apartada del mundanal ruido y entregada a Dios y a los demás, marcó sin duda al pequeño Walt, que creció con una fe sincera en Dios, pero rechazaba cualquier expresión religiosa establecida por el ser humano.
Esta religiosidad universal tan próxima al deísmo queda absolutamente patente en Hojas de hierba, especialmente en el principal poema del libro, Canto a mí mismo, donde en los primeros versos podemos leer (según la paráfrasis del poeta León Felipe):
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Sin embargo, a pesar de la fe sincera de la familia, los Whitman pasan estrecheces económicas con bastante asiduidad. El propio Walt se ve obligado a abandonar el colegio a los once años para ponerse a trabajar, actividad que abrazará con verdadero ímpetu: desde ayudante en un bufete de abogados a aprendiz de tipógrafo en una imprenta, pasando por maestro de escuela. Sin embargo, desde su más tierna juventud, Walt entiende que desea escribir, y durante su trabajo en la revista New Yorker Mirror aprovecha para publicar sus primeros poemas.
Hojas de hierba, la gran obra
Esta es, sin duda, su gran e indiscutible obra maestra, la que sentó las bases de la poesía moderna americana y que despertó por igual admiración y escándalo. Corre el año 1855; Whitman tiene ya treinta y seis años. Con anterioridad ha publicado una novela (su única novela, de hecho), Franklin Evans, en la que plasma sus ideas sobre la templanza, habituales entre los círculos cuáqueros de Estados Unidos.
Whitman promovió, al menos en su primera juventud, el Movimiento por la Templanza, que conminaba a la gente a abandonar el alcohol, un “vicio peligroso” que conllevaba grandes perjuicios morales y de salud. A pesar de ello, tenemos constancia de que el poeta bebía, especialmente vino de saúco, que le fascinaba especialmente, por lo que debemos creer que sus ideas respecto al consumo de alcohol variaron a lo largo de su existencia.
Pero volvamos a Hojas de hierba. Desde un principio, Whitman fue muy consciente de la magnitud de lo que tenía entre manos. Y es que el poeta se veía a sí mismo como una especie de Mesías, alguien que iba a remover los cimientos en los que se basaba la poesía tradicional y que traería, en consecuencia, los tan necesarios vientos renovadores.
Esta dilatada visión de sí mismo que poesía el autor no iba muy desencaminada respecto a la realidad. Y es que, verdaderamente, Hojas de hierba representó un antes y un después en la poesía norteamericana. Para empezar, Whitman acaba con la métrica tradicional y escoge el verso libre para componer sus poemas. De esta forma, se sacude de encima el corsé de la vieja literatura y adquiere alas para expresar todo lo que siente.
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Las luces y las sombras de este poeta
Por otro lado, en los poemas de Hojas de hierba se incluyen pasajes relacionados con la libertad sexual que, en su momento, fueron tachados de “pornográficos” y le valieron el rechazo de gran parte de la puritana sociedad americana. En una ocasión, cuando trabajaba en la Oficina de asuntos indios del Departamento del Interior (para completar las míseras ganancias que le reportaba la poesía), el nuevo secretario del interior lo despidió al enterarse de que Whitman era el autor del “obsceno” poemario.
Uno de sus grandes admiradores, que llegó incluso a enviarle una larguísima carta de cinco páginas donde elogiaba la primera edición de Hojas de hierba y a su autor, fue el también escritor Ralph Waldo Emerson (1803-1882), que desde entonces se convirtió en su principal valedor. A pesar de ello, la relación se enfrió cuando Whitman realizó la versión de 1860, en la que incluía el poema Calamus, con un velado contenido homosexual.
Precisamente estas referencias homosexuales en muchos de sus poemas, así como testimonios de terceras personas (como el de Oscar Wilde, que lo visitó en su casa de Camden en 1882 y que dijo que “todavía no se había podido quitar el beso de Whitman de la boca”) han llevado a considerar al poeta como bisexual, puesto que también se le conocen relaciones con mujeres. Todo ello no hizo sino alimentar el rechazo de la sociedad bienpensante de Estados Unidos, y la figura de Whitman se cubrió de luces y de sombras.
“¡Oh, capitán, mi capitán!”
En 1861 estalla la guerra civil estadounidense, y George, el hermano de Walt, se enrola en el ejército de la Unión. A causa de un malentendido, Whitman cree que su hermano ha desaparecido, por lo que viaja al sur para buscarlo. Durante su periplo queda vivamente impresionado por los terrores de la guerra, horror que se ve magnificado cuando, a su regreso al norte, empieza a trabajar como voluntario en un hospital militar de Washington. Los heridos y los muertos, la enfermedad, la sangre y el sufrimiento acaban plasmándose en la serie de poemas conocida como Drum-Taps (Redobles de tambor), que versan sobre la guerra civil y sus desastrosas consecuencias.
Whitman era abolicionista y seguía con fervor a Abraham Lincoln, el nuevo presidente de la Unión. Su asesinato en 1865 supuso un golpe para el poeta. A él dedicó la famosa elegía que contiene los versos recitados en El club de los poetas muertos: ¡Oh, capitán, mi capitán! Nuestro azaroso viaje ha terminado…
Muerte y legado literario
En 1891, Whitman se hallaba revisando la que sería la última edición en vida del autor de Hojas de hierba. El poeta tenía setenta y dos años, y llevaba más de treinta editando versiones de su obra magna, añadiendo y quitando poemas y cambiando versos de otros. Todo ello dificulta enormemente la elaboración de una edición definitiva y canónica, puesto que Hojas de hierba fue tan cambiante e inquieta como su creador.
Diez versiones existen de este poemario, aunque los expertos sólo cuentan las nueve primeras, puesto que la última fue publicada por sus herederos, ya fallecido el autor. La última edición que vio Whitman en vida (la que se encontraba revisando poco antes de su muerte) se llama, precisamente, la versión Del lecho de muerte; fue su testamento literario, espiritual e ideológico.
No le dio tiempo a revisarla más. El 26 de marzo de 1892, el “padre de la poesía americana” fallecía en su casa de Camden, New Jersey. La autopsia que se realizó al cadáver apuntó como posible causa de la muerte una neumonía, puesto que la capacidad de los pulmones se encontraba notablemente mermada. Fiel a su megalomanía, el poeta había hecho construir, presintiendo la cercanía de su partida definitiva, un espléndido mausoleo de granito que tenía forma de vivienda, donde fue enterrado con todos los honores.
Pero Whitman no entraba “entero” en su casa de la eternidad. Tras su autopsia, y antes del entierro, el cerebro del poeta fue enviado a la Sociedad Antropométrica Americana, con el objetivo de que fuera examinado por un equipo de frenólogos. En vida, Whitman había sido un gran aficionado a la frenología, una pseudociencia muy en boga en la época que pretendía adivinar el carácter y los vicios de una persona a través del estudio de su cráneo. Sin embargo, el preciado órgano no pudo examinarse. Se escurrió de las manos de uno de los investigadores, cayó al suelo y se reventó, por lo que hubo que recogerlo y tirarlo a la basura. Irónico, como mínimo.
Anécdotas escabrosas aparte, lo cierto es que actualmente ningún estudioso de la literatura norteamericana pone en duda la gran importancia de Walt Whitman en la evolución de la poesía de los Estados Unidos contemporáneos. Según José Antonio Gurpegui (n. 1958), catedrático de estudios norteamericanos de la Universidad de Alcalá de Henares, existen dos grandes corrientes en la poesía americana del XIX: por un lado, el intimismo lírico de Poe (con El cuervo como uno de los grandes ejemplos); por otro, la poesía expansiva y social, que tiene en Whitman su gran abanderado.
La sombra de Walt Whitman es larga, incluso en el ámbito hispano. Influyó a José Luis Borges, en Vicente Huidobro y en Federico García Lorca, que le dedicó su memorable poema Oda a Walt Whitman durante su estancia en Nueva York.
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