Muchos padres y madres tienen la tentación de hacer que sus hijos de corta edad aprovechen el tiempo aprendiendo todo lo que puedan, en vez de dedicar muchas horas a la semana a jugar. Sin embargo, esto es un grave error: el juego no solo no es “perder el tiempo”, sino que en la infancia es la experiencia que los más jóvenes utilizan para aprender natural y espontáneamente. Y esto se aplica también a los conocimientos que van más allá del mundo académico: gestión de las emociones, socialización, adopción de valores, etc.
Por ello, el juego es una herramienta valiosa de la que se sirven tanto los psicólogos infantiles como los psicopedagogos a la hora de ayudar a los pequeños. Veamos a qué se debe esto.
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El juego durante la infancia: el motor del aprendizaje
Un niño no es el equivalente a un adulto con menor capacidad de razonamiento y grandes lagunas en cuanto a conocimientos acerca de cómo funciona el mundo. Los más pequeños son, desde luego, más ignorantes que los mayores de esas, pero eso no significa que su mente esté desprovista de contenidos. Al contrario; precisamente porque en la infancia estamos exponiéndonos constantemente a situaciones nuevas que nos plantean dudas y retos a afrontar, con mucha frecuencia la actividad psicológica del niño está movilizando conocimientos consolidados en su memoria previamente.
Se trata de conocimientos imperfectos y provisionales, llenos de medias verdades o incluso de creencias totalmente erróneas, pero que les sirven como referencia para ir distinguiendo cada vez más entre lo verdadero y lo falso. En este sentido, la actividad psicológica en la infancia no se distingue mucho de la del adulto, teniendo en cuenta que nadie llega a tener un conocimiento perfecto y absoluto de la verdad. Sin embargo, hay claras diferencias en otros aspectos, y el papel del juego en el desarrollo psicológico de los pequeños es una de ellas.
Y es que el juego presenta varias características que lo convierten en un muy buen vehículo del aprendizaje tanto de las ideas como de la gestión de las emociones. Veamos a qué se debe esto.
1. No se establece una división entre forma y contenido en el material de aprendizaje
Durante la infancia, los seres humanos tenemos una menor capacidad de pensamiento abstracto, y por ello, cualquier forma de experiencia didáctica debe tener en cuenta que a los niños les cuesta el simple hecho de abstraerse de los materiales de aprendizaje y centrar su mente tan solo en los conocimientos nuevos que estos les aportan. Eso explica, entre otras cosas, por qué suelen necesitar el apoyo de ilustraciones incluso cuando ya han logrado dominar los fundamentos de la lectura de textos.
En el juego, la propia actividad lúdica es en sí parte de aquello que se aprende, y aporta referentes constantes acerca de cuáles son los elementos a partir de los cuales extraer información nueva. Es decir, no hay una división radical entre los recursos materiales que utilizan para aprender, y el aprendizaje en sí mismo, y la teoría y la práctica van de la mano.
2. El juego genera líneas narrativas
Los conocimientos y habilidades que los más pequeños obtienen a través del juego no se basan en conceptos abstractos aislados de cualquier tipo de experiencia que les sea familiar; al contrario, son un elemento más dentro de una historia en la que están participando.
Esto hace que esta clase de aprendizajes sean muy significativos para ellos, y que al poder situarlos en una estructura narrativa del tipo introducción, nudo y desenlace, tengan una noción clara de sus progresos, de lo que implica avanzar, estancarse, etc.
Además, cuando los nuevos conocimientos se producen en el contexto de una historia, son mucho más fáciles de memorizar, y son más memorables (los evocarán más fácilmente de manera automática).
3. Jugando se crea un contexto en el que ellos son los protagonistas
Al jugar, los pequeños se ven en una posición en la que deben posicionarse constantemente ante los retos que se les plantea; es muy complicado que puedan adoptar un rol totalmente pasivo, porque la situación hace que incluso el hecho de cruzarse de brazos pueda ser interpretado en clave narrativa.
4. Motiva a afrontar nuevos retos
Finalmente, y no menos importante, está el hecho de que el juego puede llegar a ser muy motivador; si está bien planteado, incluso pueden ser los pequeños quienes pidan repetir una vez más.
¿Cómo se utiliza el juego en la terapia infantil?
Del mismo modo en el que niños y niñas presentan una predisposición natural a jugar de manera espontánea, los psicólogos infantiles también utilizan recursos terapéuticos basados en el juego para aprovechar el potencial de estas experiencias. Es decir, que se plantean contextos de juego para, a través de ellos, favorecer el desarrollo y entrenamiento de determinadas habilidades y capacidades en los más pequeños.
Esta es una muy buena manera no solo de intervenir en los procesos psicológicos de los niños y niñas a partir de situaciones comprensibles para ellos, sino que además, como hemos visto, favorece que ellos pasen a ser un agente más del proceso educativo, siendo los primeros interesados en progresar. Además, el juego es un medio en el que pueden expresar sus ideas y sus sentimientos de manera espontánea.
De esta manera, se puede trabajar en problemas abordables tanto desde la terapia infantil como desde la psicopedagogía, generando situaciones que les permitirán entrenar habilidades de reconocimiento y gestión de las emociones, habilidades sociales, aptitudes de motricidad fina, planificación, establecimiento de estrategias, etc. Todo ello, sin presiones y sintiéndose parte activa de su propio progreso.
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