“No entiendo cómo me pasa esto otra vez… al principio parecía perfecto, pero de a poco volvió a repetirse lo mismo de siempre.” Frases como esta se escuchan con frecuencia en los consultorios psicológicos. Personas que aman profundamente, que se involucran con toda el alma, pero que terminan atrapadas en vínculos que duelen, se apagan o los dejan vacíos.
¿Por qué parece que, una y otra vez, elegimos mal? ¿Y si no se trata solo de “mala suerte” o de “no haber aprendido la lección”, sino de algo más profundo, más antiguo, incluso anterior a nuestra vida amorosa adulta? Ahí es donde entra la psicología del apego. Porque nuestras elecciones sentimentales no nacen en la adultez, sino en nuestra historia emocional más temprana, la forma en que aprendimos a amar y a ser amados.
Empieza hoy tu viaje de bienestar
Accede a una amplia red de psicólogos calificados. Empatía y experiencia a tu servicio.


El objetivo de este artículo es intentar explicar de forma breve, clara y cercana cómo los estilos de apego formados en la infancia influyen en la forma de vincularnos afectivamente en la adultez. Incluyendo las elecciones de pareja, los vínculos amistosos o las relaciones laborales, donde estas conductas dinámicas repetitivas con patrones difíciles de romper vuelven a aparecer.
Una mirada desde la Psicología del apego
Cuando digo o me digo siempre elijo mal, estoy expresando mucho más que una queja o hablando de una situación que me da dolor. Estoy revelando quien soy hasta ahora, pero también podría estar encontrando el momento de tomar coraje y de decir basta, para decidirme a plantear un cambio en ese rulo que no me deja que disfrute sanamente de la vinculación con otros.
En terapia puedo validar ese sentimiento. Eso significa darme cuenta de que no estoy solo/a, que muchas personas repiten patrones sin entender por qué lo hacen. Sin embargo, saber que no somos los únicos no resuelve el problema. Entendemos que esos vínculos no nos hacen bien, pero con solo saberlo no alcanza. Se trata de comprender y trabajar activamente para salir de ese lugar.
De a poco, empezamos a conocernos de verdad, no solo observando lo que hacemos, sino explorando el origen y el impacto de nuestras conductas. Así es como empezamos a cambiar. Revisar cómo aprendimos a vincularnos nos permite ver que el problema no está afuera, sino en la inercia entre lo que alguna vez aprendimos y lo que seguimos repitiendo hoy. Esa repetición no nos cuida, nos ata a un pasado que es hora de transformar.
Dicho rápidamente los estilos de apego nacen en la infancia, pero nos siguen en la adultez. Nos cuentan de como aprendimos el amor, como lo recibimos no son “etiquetas”, sino formas aprendidas de relacionarnos, cómo damos y cómo gestionamos el miedo a la pérdida o al rechazo, entre otras cosas.
Desde que nacemos, necesitamos sentirnos seguros, protegidos y amados. Según cómo hayan respondido nuestros cuidadores a esa necesidad, desarrollamos una forma particular de vincularnos con los demás lo que se llama estilo de apego. Aunque ese estilo se moldea en la infancia, no queda encerrado en el pasado.
Al contrario, suele acompañarnos en la adultez, influyendo (sin que lo sepamos) en cómo nos relacionamos con nuestras parejas o en nuestros vínculos en general. Qué esperamos del otro, qué tememos, qué soportamos. Y sobre todo, cómo nos defendemos cuando sentimos que nos pueden herir.
¿Con qué estilo de apego te identificas más?
Lee cada grupo de frases y fíjate con cuál te sentís más identificado/a. No es un diagnóstico, sino una guía para conocerte un poco más. En el estilo de apego seguro: Confío en que las personas que amo me van a acompañar; No me da miedo expresar lo que necesito en una relación; Disfruto la intimidad, pero también valoro mi espacio personal; Si hay un problema en la pareja, puedo hablarlo sin atacar ni huir. Si marcaste 3 o más, probablemente tengas un estilo de apego mayormente seguro.
En el estilo de apego ansioso: Me preocupo mucho por si mi pareja me va a dejar; Necesito constante demostración de que me quieren; A veces siento que amo más de lo que me aman; Si no me responden un mensaje rápido, me angustio o imagino lo peor. Si marcaste 3 o más, es posible que tengas un estilo de apego ansioso.
En el estilo de apego evitativo: Cuando alguien se me acerca mucho, me incomoda o me dan ganas de alejarme; Prefiero no depender de nadie ni que dependan de mí; Me cuesta hablar de mis emociones o pedir ayuda; A veces me involucro con personas “que no están dispuestas” sin darme cuenta. Si marcaste 3 o más, podrías tener un estilo de apego evitativo.
Muchas personas tienen una combinación de estilos. Eso puede señalar un estilo mixto o una historia emocional contradictoria, por ejemplo, haber recibido amor, pero también abandono, afecto mezclado con miedo, etc. Lo importante no es encasillarte, sino comenzar a reconocer tus tendencias afectivas con más claridad y amabilidad. “Conocer tu estilo de apego no te define, pero sí te ayuda a entender por qué amás como amás y cómo podrías empezar a elegir distinto.”
Explorando nuestro cerebro emocional
Nuestro cerebro emocional tiende a buscar lo conocido antes que lo sano. Si en nuestra historia aprendimos que el amor venía acompañado de miedo, incertidumbre, abandono o exigencias, es probable que en la adultez nos sintamos “atraídos” por personas que despiertan esas mismas emociones. No lo hacemos a propósito. Muchas veces lo que buscamos, sin darnos cuenta es “reparar” lo que no pudimos sanar de chicos. Lograr que alguien nos quiera como no nos quisieron antes. Pero eso no suele funcionar. Repetimos la herida, una y otra vez, en lugar de curarla.
Cambiar nuestros patrones vinculares no es una tarea de voluntad ni de consejos rápidos. Es un proceso que lleva tiempo, compromiso interno y muchas veces necesitamos la compañía de un otro que nos escuche sin pre juicio. Ahí es donde la terapia puede abrir un camino transformador. Es cierto que no da respuestas listas, no tenemos respuestas rápidas, no diremos qué pareja te conviene o cómo “amar bien”.
Pero sí te permite una invitación a pensar por qué repetís, qué buscas en esas repeticiones y qué herida está todavía hablándote a través de esos vínculos. Cambiar nuestros patrones afectivos lleva tiempo y autoconocimiento. No se trata de evitar las emociones, sino de aprender a vincularnos desde un lugar más sano.
Algunos primeros pasos que pueden ayudarnos son comenzar a entender que muchas de nuestras elecciones amorosas son respuestas inconscientes. Repetimos lo que nos hirió, sin saber que lo hacemos. En terapia intentamos hacer consciente todos esos actos que casi sin darnos cuenta nos marcan un camino, evaluarlos y decidir si es lo que queremos seguir haciendo. De esa manera generáramos la posibilidad de un cambio.
Escucharnos
Escuchar tu deseo tu verdadero deseo, no solo tu carencia o lo que te falta. Sin darnos cuenta muchas veces elegimos desde el miedo a estar solos, desde el deber, o desde lo que creemos que nos garantiza amor. El trabajo terapéutico consiste en permitir correrse de esas determinaciones y preguntarnos ¿qué deseo yo, realmente?
No se trata de culpar a nadie, sino de entender qué marcas dejaron nuestras primeras experiencias amorosas. Comprender no es justificar, es ubicar la herida para no seguir actuándola en el presente. Cuando trabajamos en terapia experimentamos una relación donde no hay juicio, exigencia ni abandono. Esa vivencia emocional, repetida semana a semana, puede reparar más de lo que las palabras alcanzan a explicar.
Es importante encontrar la persona adecuada para cada uno de nosotros, cada quien sabe si se siente seguro y contenido en el vínculo profesional que elije. Esto no quiere decir que solo se trata de contención, ya que eso lo podemos tener con un amigo, sino es un espacio seguro, porque hay límites, un plan adecuado y referido solo para nosotros basado en confianza y sinceridad.
De a poco vamos a ir transitando un camino en donde podamos reconocer nuestras reacciones automáticas en las relaciones. Explorar nuestras heridas emocionales con ayuda profesional. Aprender a estar con uno mismo sin sentir vacío. Y sobre todo elegir vínculos desde el deseo genuino, no desde la necesidad o el miedo. Elegir distinto también es una forma de sanar.
No se trata de culparte por tu pasado, ni de tener todas las respuestas. Se trata de empezar a mirarte con más compasión y comprensión. Entender que no elegís “mal”, sino desde lo que conoces hasta que empezás a conocer algo mejor. “No estamos condenados a repetir. Estamos invitados a despertar.”