En junio de 1905, el mismo año que la primera exposición fauvista rompía los esquemas de la burguesía francesa, un grupo de estudiantes de Dresde se juntaba en un radical acto de protesta contra la sociedad. Esta vanguardia se autodenominó Die Brücke (El puente), el primer gran grupo (y, posiblemente, el único verdaderamente cohesionado) del movimiento que recibió el nombre de expresionismo.
Die Brücke aglutinaba lo que, más tarde, serían los artistas más representativos del expresionismo, especialmente alemán. Fritz Bleyl, Erich Heckel, Karl Schimdt-Rottluf y, sobre todo, Ernst Ludwig Kirchner, a quienes luego se le añadirían otros nombres ilustres como Max Hermann Pechstein, Emil Nolde, Otto Müller y Kees van Dongen. Este último, a pesar de ser estrictamente fauvista, perteneció al grupo durante un año como miembro de honor.
¿Quiénes fueron estos artistas rebeldes que protestaron exaltadamente contra las profundas contradicciones de la sociedad de preguerra? Lo descubrimos a continuación.
Expresionismo: origen de este movimiento artístico
Las raíces del expresionismo se pueden rastrear muchos años antes de la creación de Die Brücke. De hecho, podemos hablar de expresionismo muchos siglos antes, si tomamos la obra de El Greco (1541-1614), por ejemplo, o de Matthias Grünewald (1475/80-1528), cuya pintura era, por cierto, muy admirada por los expresionistas del XX. Pero quizá el gran predecesor del expresionismo oscuro fue Francisco de Goya (1746-1828) que, con sus doloridas y angustiosas pinturas negras, se adelantaba cien años al surgimiento del movimiento “canónico”.
Según recoge Mario de Micheli en su extraordinario libro Las Vanguardias del siglo XX, parece ser que fue Pechstein (1881-1955) quien empleó por primera vez el término “expresionista” para referirse a una de sus obras. Según esta historia, el jurado de la Secesión de Berlín preguntó si el estilo de sus cuadros se podía seguir llamando impresionismo, a lo que Pechstein respondió que no, que aquello “era expresionismo”.
Existen, sin embargo, algunas discrepancias, pues al parecer, Paul Cassirier, un berlinés que se dedicaba al comercio de objetos artísticos, había llamado así con anterioridad a los grabados de Edvard Munch (1863-1944). La historia del arte general sitúa precisamente a Munch como el “padre” del expresionismo de fin de siglo, aunque en realidad el artista nunca perteneció al grupo, a pesar de que ejerció el papel de amigo y protector. Algo parecido a lo que fue Édouard Manet para los impresionistas.
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Un grito de libertad en el mundo artístico
Hemos hablado del expresionismo de fin de siglo como el expresionismo “canónico”, pero, en realidad, ¿a qué nos referimos? Pues, a diferencia de otras vanguardias como el cubismo o el surrealismo, bastante cohesionadas y definidas, el expresionismo es una especie de “cajón de sastre” donde se inscriben artistas de diversa y variada expresión.
No es lo mismo hablar de Kandinsky, uno de los fundadores del otro gran grupo expresionista, Der Blaue Reiter (El jinete azul), que de George Grosz (1893-1959). Mientras que las obras del primero se llenan de un colorido heredado directamente de los fauvistas y se acerca rápidamente a la pintura abstracta, la inquietante y oscura obra del segundo provoca cierto “rechazo”, al presentar una sociedad oscura y plagada de seres que se asemejan a marionetas o peleles.
Esta es, precisamente, la razón de ser del expresionismo; se trata de una protesta contundente, un grito (un alarido más bien) que, como el que resuena en el famoso lienzo de Edvard Munch, el gran guía y maestro, se expande por el mundo y trastoca sus cimientos.
El expresionismo es hijo de una época muy concreta. A finales del siglo XIX surgen las primeras voces que se manifiestan en contra del violento positivismo imperante, entre las que se inscriben los expresionistas. En otras palabras, el expresionismo es opuesto a la ciencia y al progreso. Una ciencia y un progreso que, por cierto, es lo que acabará abocando a la humanidad a la sangrienta Primera Guerra Mundial, la gran tragedia de las primeras vanguardias.
Es importante recordar también que el movimiento expresionista más recordado, aquel que tuvo lugar en Alemania y, en concreto, en las ciudades de Munich (Der Blaue Reiter) y Dresde y Berlín (Die Brücke), es en parte resultado de la agresiva política pangermanista del káiser Guillermo II que, al fin y al cabo, contribuyó, y no poco, al estallido de la Primera Guerra Mundial. Y si entendemos que los expresionistas sentían rechazo hacia todo aquel “sueño germano”, comprendemos también por qué los nazis, algunas décadas después, tacharon el arte expresionista de “arte degenerado”.
Locura, ingenuidad, instinto
Precisamente por su exacerbado “antipositivismo” y el desencanto que sienten hacia el mundo en que les ha tocado vivir, los expresionistas toman como referencia a autores nihilistas como Friedrich Nietzsche (1844-1900) y, en general, hacen suyas muchas de las bases del Romanticismo alemán. El mundo expresionista es un mundo onírico y oscuro, repleto de fantasía y terror, donde la locura y la expresión de los instintos más primarios obtienen un lugar preponderante. Si lo que hay que atacar es la sociedad burguesa de este mundo decadente, la mejor manera de hacerlo es poniéndole ante las narices todo aquello que, en su hipocresía, detesta: el sexo, la violencia, la enajenación mental.
Alfred Kublin (1877-1959), uno de los colaboradores de Der Blaue Reiter, es especialmente conocido por sus ilustraciones de tono fantástico, inspiradas en los cuentos góticos de Edgar Allan Poe o E.T.A Hoffmann. Su corpus artístico rezuma oscuridad de una manera intensa; en este caso, la vida personal de Kublin tuvo mucho que ver, puesto que se sabe que tuvo una infancia complicada con un padre muy estricto y que, de pequeño, mutilaba a pequeños animales.
Si lo que interesaba a los expresionistas era lo olvidado, es decir, lo “no oficial”, no es de extrañar que estos artistas admiraran tanto la creación de enfermos mentales, niños o ancianos; seres separados de los circuitos tradicionales de arte y que, para ellos, representaban la expresión más genuina del mismo. Der Blaue Reiter, por ejemplo, está detrás de una de las primeras exposiciones que se realizaron del llamado “arte marginal” o Art Brut, en la que se situaron las creaciones artísticas de los enfermos al mismo nivel que la de los integrantes del grupo.
De la misma manera, el arte primitivo fascinaba a los expresionistas, pues veían en él aquel “paraíso perdido” que añoraban, ajeno a la putrefacta civilización moderna que aniquilaba al ser humano. Esto no era nada nuevo. Paul Gauguin (1848-1903) ya lo había hecho unos años antes cuando partió a Tahití, y los artistas naifs (del francés “ingenuo”) realizaban sus creaciones con una estética deliberadamente infantil.
La idea subyacente en todo ello era la necesidad imperante de escapar de una sociedad asfixiante, cuyas normas y convenciones ahogaban a la naturaleza humana. Las formas de escapar eran diversas (locura, instintos, ingenuidad del mundo infantil, mundos paradisíacos) pero el resultado era exactamente el mismo: la evasión.
Ciertamente, el contacto de Die Brücke en su época berlinesa con el expresionismo literario (tremendamente contundente en su denuncia) y con formaciones radicales como Die Aktion redoblaron sus ansias antiburguesas y de denuncia social. A partir de 1911, pues, las creaciones expresionistas, al menos las del ámbito alemán, dieron más importancia al contenido. Sin embargo, Die Brücke ya no gozaba de la cohesión de antaño. En mayo de 1913, su portavoz, Ernst Ludwig Kirchner, anunciaba oficialmente la disolución del grupo.
Los grandes protagonistas: Die Brücke y Der Blaue Reiter
Los primeros nombres que debemos traer a colación son los fundadores del grupo por excelencia del expresionismo, el ya citado Die Brücke (El puente). El nombre es ya de por sí muy significativo. En la carta donde los miembros invitaban a Emil Nolde (1867-1956) a unirse a ellos, se decía que el nombre, “el puente”, hacía referencia al objetivo del grupo, que no era otro que atraerse a “todos los elementos revolucionarios”. Die Brücke era, pues, un puente que debían cruzar todos los que deseaban revolver las bases del mundo burgués.
Müller, Kirchner y Nolde fueron los miembros que sufrieron una mayor evolución. Mientras en los cuadros de estos artistas se intuye la explosión de las emociones reprimidas mediante una amalgama de oscuridad y rostros que parecen máscaras mortuorias, otros expresionistas como Max Hermann Pechstein seguirán mostrando un exotismo bastante más decorativo.
Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938) se erige desde el principio en el alma del grupo y, en realidad, su obra será la más representativa. Los personajes que circulan por las ciudades de sus cuadros no son seres humanos, sino autómatas cuya vida teledirige alguna fuerza superior. No tienen voluntad, su alma humana se ha deteriorado hasta el límite. Vemos aquí, de nuevo, una de las máximas del expresionismo: la ciudad, la civilización, la sociedad, como agentes castradores de todo lo bueno del ser humano.
En otra línea de expresionismo debemos situar a Vasili Kandinsky (1866-1944) y Franz Marc (1880-1916), los creadores de Der Blaue Reiter (El jinete azul), un ambicioso proyecto artístico que vio la luz en 1911 en Múnich. El antecedente inmediato fue la Neue Künstlervereinigung (Nueva Asociación de los artistas de Múnich), de la que formaron parte casi todos los artistas relevantes del efervescente panorama cultural de la capital bávara.
Los artistas de Der Blaue Reiter sólo tenían en común con Die Brücke su lucha contra el positivismo y su repulsa hacia la sociedad burguesa. Kandinksy y compañía eran partidarios de un arte mucho más espiritual, bastante alejado de los impulsos desenfrenados y los mundos oscuros que Kirchner y sus compañeros vomitaban, casi literalmente, sobre la tela.
Der Blaue Reiter se inclina más bien por una pintura refinada, muy conectada con otras expresiones artísticas como la música. Así, mientras que los artistas de Die Brücke expresaban con, podríamos decir, cierto “arrebato”, la filosofía de Kandinsky se inclinaba más bien por una liberación del alma a través del color.
En las obras de Kandinsky, los colores flotan, “danzan” como al compás de una música. La liberación de las tonalidades y su separación del motivo son totales, hasta el punto de que, ya en sus primeros cuadros, el pintor ruso apunta a la abstracción total. Sus ideas quedan plasmadas en su inmortal libro De lo espiritual en el arte, publicado en 1911 y que supone una auténtica revelación acerca de la fuerza expresiva del color. Obviamente, la obra Kandinsky debía, y mucho, al pincel desatado de los fauvistas.
Otro de los componentes de Der Blaue Reiter fue August Macke (1887-1914), que por cierto encontró la muerte entre las filas de la Primera Guerra Mundial a la temprana edad de veintisiete años. Macke también alcanzaba una delicada expresión a través del colorido fauvista de sus cuadros. Entre las figuras femeninas, es importante destacar a Gabriele Münter (1877-1962); fue la pareja de Kandisnky y una de las artistas más activas (y olvidadas) del expresionismo alemán.
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