El aprendizaje de los niños no suele desarrollarse ni construirse de manera lineal; de hecho, es muy común notar ciertos comportamientos de retroceso, lo que se conoce como regresión infantil. Se trata de un fenómeno bastante común entre los niños en las primeras etapas del crecimiento, especialmente entre aquellos que tienen entre 3 y 5 años, aunque pueden darse en edades más avanzadas. Con la ayuda de dos expertos, analizamos cuáles son las causas de este tipo de comportamientos y qué pueden hacer los padres para ayudar a sus hijos a superarlos.
¿Qué son las regresiones infantiles y qué las ocasiona?
Juan Arias, neuropsicólogo infantil y especialista en trastornos del aprendizaje, explica a Psicología y Mente que las regresiones infantiles son un fenómeno temporal en el que un niño que ya ha adquirido ciertos comportamientos y habilidades propias de su edad empieza a comportarse como si las hubiera olvidado, es decir, “retrocede”, puesto que actúa como si volviera a ser más pequeño de lo que es.
Sin embargo, según el criterio del neuropsicólogo, usar la palabra “retroceso” no es del todo correcto, puesto que no considera que las regresiones lo sean: “Me gusta más hablar de progreso, puesto que estos comportamientos forman parte del aprendizaje del niño”. Arias explica que la mayoría de niños sienten la necesidad constante de explorar y descubrir cosas nuevas, es decir, de progresar. Pero este progreso suele venir acompañado de miedo, frustración y/o estrés si no logran lo que querían o no es como esperaban. Y es entonces cuando desarrollan comportamientos de regresión, porque les ofrece cierta seguridad.
Las regresiones infantiles también suelen aparecer cuando los niños experimentan algún tipo de situación externa que les pueda generar ansiedad o aprensión, como la separación de los padres, la llegada de un bebé, la muerte de un ser querido, el inicio de la etapa escolar, un cambio de casa o de colegio, o el miedo a hacerse mayores.
¿Cómo se manifiestan las regresiones infantiles?
Generalmente, cuando un niño está atravesando por este periodo, lo manifiesta dejando de hacer algo que ya sabía hacer y que, en la mayoría de ocasiones, tiene que ver con la necesidad de llamar la atención de sus padres, explica Arias. Cada pequeño es un mundo y, por lo tanto, puede desarrollar todo tipo de regresiones, que no tienen por qué ser similares a las de otros. Sin embargo, sí que hay una serie de comportamientos más habituales que indican que presentan una regresión. Estos son los principales:
- Cambio de hábitos: es común que vuelvan a pedir el chupete, el biberón o papillas. También suelen pedir ayuda al vestirse, lavarse las manos o los dientes, atarse los cordones de los zapatos, peinarse, asearse, etc., a pesar de haberlo aprendido.
- Trastornos del sueño: puede que aparezcan de nuevo pesadillas, terrores nocturnos, problemas a la hora de conciliar el sueño o que no quieran dormir solos.
- Problemas para controlar los esfínteres: aunque haga tiempo que ya no mojen la cama, es posible que vuelvan a hacerlo, incluso durante el día.
- Cambios al hablar: a pesar de haber adquirido la capacidad de expresarse correctamente en base a su edad, es habitual que vuelvan a hablar como si fueran mucho más pequeños de lo que son.
¿Cómo pueden los padres acompañar las regresiones infantiles?
Como hemos visto, las regresiones infantiles son comunes y frecuentes; sin embargo, los expertos aconsejan a los padres estar atentos a todos los cambios de conducta que presenten los hijos para saber si están dentro de lo considerado “normal” o si hace falta tomar medidas. Ana María Aranda, psicóloga infantil y terapeuta familiar, asegura que a edades tempranas los niños no siempre son capaces de verbalizar lo que les sucede, aunque la mayoría sí lo saben demostrar mediante sus comportamientos. Por ello, debemos prestarles mucha atención, ya que pueden decirnos muchas cosas.
Aranda explica a Psicología y Mente qué debemos hacer si nuestros hijos están atravesando por este proceso:
- Aceptar y normalizar la situación. Las regresiones forman parte del crecimiento y, en la mayoría de los casos, son normales y habituales. Aceptarlas nos permite acompañar a nuestros hijos sin imponer presión innecesaria y sin que se sientan culpables por ello.
- Evitar enfadarnos o castigarlos. Estos comportamientos suelen cumplir una función emocional: buscan recuperar la seguridad. Por lo tanto, si regañamos o castigamos a nuestros hijos, solo hará que se sientan más inseguros, lo que empeorará la situación.
- Hablar y buscar soluciones. Escuchar a nuestros hijos, mostrarnos dispuestos a entenderles y a ayudarles permitirá que sientan que pueden contar con nosotros, incluso en sus momentos más vulnerables o cuando crean que están “actuando mal”. Deben sentir que validamos sus emociones y ofrecerles un espacio seguro en el que puedan expresarse sin ser juzgados.
- Evitar frases negativas o ridiculizarlos. Ciertos comentarios como “ya eres muy mayor para hacer eso” o “no hables así que pareces un bebé” pueden avergonzar o herir sus sentimientos. Debemos usar en todo momento palabras de apoyo y acompañarlos desde el respeto.
- Consultar a un profesional (en caso necesario). La mayoría de las regresiones son temporales y normales, pero otras pueden alargarse en el tiempo, generar en el niño cambios de ánimo o, incluso, un sufrimiento emocional sostenido. En este caso, es recomendable consultar con un profesional, para que nos dé las claves sobre cómo abordar el problema de la mejor manera posible y evitar problemas más graves.
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