El trauma de desarrollo y sus efectos: entrevista a Raquel Molero

Un trastorno iniciado en la infancia que se desarrolla en la adultez desde una herida emocional.

Trauma de desarrollo
Un tipo de trauma que se desarrolla durante la infancia.Unsplash.

La infancia es una etapa vital en la que la posibilidad de desarrollar traumas psicológicos nos vuelve especialmente vulnerables. De pequeños tenemos menos herramientas para hacer frente a las situaciones que nos pueden marcar emocionalmente de manera negativa. Además, las secuelas de estas vivencias permanecen en la edad adulta.

En esta ocasión entrevistaremos a Raquel Molero Martínez, psicóloga del centro ARA Psicología de Barcelona, para que nos explique en qué consiste uno de los fenómenos más relevante en psicoterapia: el trauma de desarrollo.

El impacto emocional del trauma de desarrollo

Raquel Molero Martínez es Directora de ARA Psicología, psicóloga especializada en el ámbito clínico y de la salud, y terapeuta EMDR. Aquí nos hablará sobre las características del trauma del desarrollo desde su perspectiva de experta en psicoterapia.

¿Qué es el trauma de desarrollo?

Raquel Molero

Trauma viene del griego, y significa herida. Es la huella que dejan en nuestro organismo los acontecimientos pasados; el trauma se queda anclado en la mente, el cuerpo y el cerebro.

Los seres humanos partimos de un sistema vincular que depende totalmente de nuestros padres o cuidadores principales. Las relaciones de apego que establecemos en la infancia nos ayudan a comprender la forma en la que funciona el mundo, las relaciones con otras personas y los conflictos; a configurar nuestra identidad, el sentido del Yo.

El trauma de desarrollo se da cuando las figuras vinculares han sido también fuente de amenaza. En el trauma de desarrollo quedan dañados nuestros sistemas de defensa (lo que nos dice a lo que debemos temer o qué cosas son las que pueden hacernos daño) y de apego (la forma en la que nos vinculamos y desvinculamos con las personas importantes de nuestro entorno).

Las experiencias traumáticas dejan huella en nuestras emociones, en nuestra forma de ver y disfrutar la vida y las relaciones con los demás o con nosotros mismos, e incluso dejan huella en nuestra biología y nuestro sistema inmune.

No obstante, el trauma es una herida, y como todas las heridas tiene la capacidad de sanar, dañarse más o transformarse. Pero en todo caso es una lesión emocional tratable.

Seguramente casi todo el mundo ha pasado por situaciones difíciles durante la infancia. ¿Cuáles son las características de las situaciones que dejan esta huella traumática en la mente de las personas? ¿Pueden ser experiencias puntuales, o deben darse durante periodos largos?

Nuestro sistema es sabio, desde pequeños generamos mecanismos que nos ayudan a defendernos de lo que pasa en nuestro entorno. Estas defensas son como un escudo que nos protege ante situaciones en las que la amenaza era demasiado grande o intensa y sentíamos que no podíamos hacerle frente.

Cuanto más pequeños somos, menos herramientas tenemos para defendernos, más frágiles somos y más probable es que nuestro organismo viva lo que pasa en el exterior como una amenaza. Si esto ocurre de forma repetida o demasiado intensa el cuerpo genera estrategias para salir de la situación bloqueando las emociones asociadas.

Las situaciones que resultan potencialmente traumáticas en la infancia, cuando hablamos de trauma de desarrollo, son, por ejemplo, situaciones de maltrato o negligencia intrafamiliar, abuso sexual repetido, trastorno mental de uno o ambos padres, muerte de uno de los progenitores, sobreprotección excesiva…. O cuando los cuidadores no estaban disponibles física o emocionalmente de una forma consistente y estable.

Así, cuando hablamos de trauma de desarrollo hablamos de situaciones que ocurren de forma temprana, que se repiten de forma crónica en el tiempo y son tan intensas que nos impiden desarrollar una o varias partes de nosotros mismos de una forma saludable.

Los traumas que se generan tras situaciones puntuales, repentinas y negativas podemos llamarlos traumas de choque. Como, por ejemplo, desastres naturales, supervivientes de guerra o terrorismo, secuestro, las cirugías, lesiones, accidentes y caídas, problemas en el nacimiento, violaciones, ataques de animales, quemaduras…

¿Cuáles son los síntomas típicos del trauma del desarrollo?

Los síntomas del trauma de desarrollo pueden ser muchos: desde ansiedad, estrés, depresión, dificultades en el control de impulsos, inatención, hiperactividad, obsesiones, problemas de alimentación… hasta síndromes más complejos, como la migraña, el colon irritable o el dolor crónico.

La capacidad de autorregulación y el compromiso social sano, muchas veces se ven dañados en el trauma de desarrollo. Y eso limita nuestra capacidad para sentirnos seguros en el mundo que nos rodea.

Cuando nuestro sistema de apego es inseguro, se pueden ver afectadas nuestras relaciones interpersonales tanto con nuestra familia como con nuestra pareja o amigos, siendo estas inestables, tóxicas o poco satisfactorias.

Además, si el sistema de defensa está dañado también, la seguridad se verá afectada, con lo que puede influir en nuestra forma de afrontar conflictos, las situaciones laborales estresantes, el miedo a verse expuesto frente a los demás o las relaciones íntimas ante otras personas.

¿De qué manera puede afectarnos en la adultez el hecho de haber sido criados en un contexto inapropiado?

Los eventos relacionales repetidos, especialmente aquellos relacionados con el apego (humillaciones, burlas, críticas, sobreprotección excesiva, negligencia, abandono, contexto inseguro….) impactan sobre las creencias que uno tiene sobre si mismo, los demás y el mundo. Pueden afectar a la sensación de seguridad, la autoestima, la autoconfianza, la autodefinición o la conducta óptima.

El trauma de desarrollo puede generar una desconexión entre el Yo físico y el Yo emocional; y con ello, surge la dificultad para relacionarnos con los demás, para saber lo que necesitamos, para confiar en los otros, o para establecer límites saludables. Y podemos tener tendencia a reexperimentar lo mismo en nuestras relaciones interpersonales, como si entrásemos siempre en un bucle que no para de repetirse.

Podemos no ser del todo capaces de sentir nuestras emociones, o si lo hacemos, sentirlas de una forma desmesurada costándonos mucho retornar a un estado de calma.

La exposición repetida a estresores psicosociales, como por ejemplo el maltrato, aumenta el riesgo de desarrollar traumas y síntomas más graves y de mayor alcance incluido el consumo de drogas, y el intento de suicidio.

¿Es difícil que un adulto se dé cuenta de que su calidad de vida está sufriendo desgaste a causa de un trauma del desarrollo?

Las experiencias traumáticas nos congelan, perdemos la capacidad de evolucionar con el tiempo, de adaptar esa creencia, mecanismo de defensa o emoción al entorno y la situación. Permanecemos anclados en el pasado, atascados, y utilizamos estrategias rígidas para afrontar diferentes situaciones, con patrones de comportamiento ineficaces.

Muchas veces no nos damos cuenta de que esto pasa porque estamos acostumbrados a funcionar de esa manera, a defendernos de los demás de una forma concreta y a escoger el mismo tipo de relaciones.

Es como si nuestra personalidad fuera una torre que se tambalea porque los cimientos no están bien fijados. Nosotros, que estamos encima de la torre intentando defendernos de nuestros enemigos, nunca vemos qué es lo que ocurre, solo notamos que la torre se tambalea, sin saber por qué. Necesitamos a alguien que nos ayude a ver la torre desde fuera y a repararla para volver a mirar qué es lo que realmente hay fuera.

¿Y qué pueden hacer los psicólogos para ayudar a las personas con trauma de desarrollo?

El trabajo de los terapeutas es ayudar a las personas a estar en conexión con su cuerpo y sus emociones, reconocer y experimentar la realidad de cada faceta de su vida y su experiencia. Que sean capaces de estar en contacto con el placer y también con el sufrimiento, siendo honestos consigo mismos.

La práctica de la conciencia del cuerpo, la instalación de recursos saludables y herramientas de regulación emocional que permitan al paciente estar en equilibrio consigo mismo, y un autocuidado que surja de forma espontánea y no obligada, serían los primeros pasos para reestablecer la capacidad de resiliencia y de auto sanación.

Una vez hemos estabilizado suficiente al paciente, podemos renegociar el trauma y dar tiempo al cuerpo para reorganizar la experiencia traumática de modo que podamos integrarla en nuestro sistema de una forma sana. Esto nos ayudará a recuperar la capacidad de estar en sintonía con los otros, fomentar la confianza y una interdependencia saludable.

Desde nuestra intervención más basada en el cuerpo y en sus reacciones; necesitamos establecer un proceso de cooperación con el paciente para contener, procesar e integrar sus sensaciones para hacerlas más adaptativas y sostenibles.

Y así, en el tiempo, es importante generar relaciones vinculares sanas, con ellos mismos y con su entornos, siendo capaces de poner límites, establecer fronteras adecuadas y a la vez tener la capacidad de integrar una relación amorosa con los demás.

En cuanto a los padres y madres que estén empezando a fundar una familia y puedan estar preocupados con su estilo de crianza al leer sobre el trauma del desarrollo… ¿qué les dirías?

En primer lugar, les aconsejaría que sanasen sus propios traumas de desarrollo. Reconocer y ocuparse de sus propias heridas emocionales es el primer paso para un maternaje y paternaje saludable. Conocerse a uno mismo, las propias defensas, reacciones físico-emocionales y autoregularse. Cómo dicen en los aviones, ponernos primero el oxígeno a nosotros para poder salvar a nuestros niños.

En segundo lugar, les diría que no se preocupen por hacerlo mal, ¡hay que equivocarse muchas veces! Las imperfecciones en el cuidado van a permitir a nuestros hijos formar su carácter, sus propios escudos, su sistema de defensa. ¡Lo van a necesitar cuándo sean adultos!

Y por último, que no se olviden del cariño, la aceptación, el amor, la conexión, la libertad y la autonomía. En definitiva, nuestra misión como padres es la de hacer que nuestros hijos hagan una diferenciación y una interdependencia sana, queriéndose mucho, cuidándose y haciendo un buen proceso de individualización que les permita convertirse en adultos saludables.

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