En neurociencias, la idea del circuito de la recompensa es ampliamente conocida. Se trata de la base neurológica detrás de la realización de conductas placenteras, teniendo un importante rol en el desarrollo de las adicciones.
Sin embargo, parece que existe un mecanismo parejo y contrario a este, un conjunto de áreas cerebrales que se implican en producir sensaciones displacenteras a la hora de realizar una determinada conducta.
A este conjunto de áreas se le ha denominado circuito de anti-recompensa y, aunque cabe decir que todavía se está investigando sobre qué áreas en concreto están implicadas y para qué sirve exactamente, a continuación vamos a hablar de este peculiar mecanismo.
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El circuito de anti-recompensa
Uno de los conceptos más conocidos de la neurofisiología es la idea del circuito de recompensa. Este consiste en un conjunto de mecanismos cerebrales a los que se les atribuye el asociar ciertas situaciones con sensaciones de placer.
De esta forma, el cerebro realiza el aprendizaje de asociar sustancias, conductas o cualquier otro aspecto con emociones positivas, satisfacción y bienestar. Es gracias a este sistema que nos sentimos motivados para llevar a cabo acciones o consumir sustancias que sabemos que nos van a producir placer, siendo un componente neurológico muy importante en la motivación.
Como contraparte a este sistema se ha planteado la existencia de otro circuito cuya función sería la de servir, de una u otra forma, de regulador del comportamiento y del estado anímico. Este es el circuito de anti-recompensa, que consiste en una red de regiones cerebrales que da lugar a emociones físicas y emocionales negativas ante determinados eventos, sustancias y comportamientos. Es decir, de la misma manera que el sistema de la recompensa nos hace sentir placer, el de la anti-recompensa nos hace sentirnos infelices o, como mínimo, menos satisfechos.
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Bases neurofisiológicas
La idea del circuito de la anti-recompensa es bastante reciente, y esto queda evidenciado en el hecho de que a día de hoy se sabe poco sobre cómo funciona y qué áreas en específico se ven implicadas en su activación. No obstante, sí que se conocen algunas regiones cerebrales de las que se tiene sospecha que podrían estar implicadas, además de otras bases bioquímicas que podrían explicar su activación.
Estas áreas serían ciertas regiones de la amígdala y la estría terminal, próxima al tálamo. Entre los neurotransmisores implicados tendríamos la corticotropina, sustancia que tiene mucho que ver con la amígdala pues parece ser que esta estructura es un punto importante en el sistema de liberación de corticotropina. Además de este neurotransmisor, otros implicados en el circuito de anti-recompensa son la dinorfina, la norepinefrina, el neuropéptido Y y la nociceptina.
Estas bases neurobiológicas del circuito de anti-recompensa se pueden relacionar con algunas ideas comentadas por Dean Burnett en su libro “The Happy Brain” (2018). En ese libro comenta que varias investigaciones han detectado niveles anormalmente elevados de corticotropina en el líquido cerebroespinal de personas que se han suicidado. Además, también se comenta que las dinorfinas han sido vinculadas muy a menudo con emociones negativas, al estrés y la depresión.
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¿Regulador emocional?
La dinorfina y la corticotropina son dos neurotransmisores que causan el efecto contrario a la euforia, es decir disforia. Estas dos sustancias presentes en el cerebro y que se implican en el circuito de anti-recompensa inducen a sentir emociones negativas y síntomas ansioso-depresivo. Dado que nuestro cerebro dispone de las bases neuronales para este sistema y que no es algo adquirido ni producto de un trastorno o neuropatología, ¿qué función adaptativa tiene este peculiar circuito?
Añadido a esta incógnita, cabe mencionar el hecho de que parece que el circuito de anti-recompensa se activa junto con el circuito de recompensa. Es decir, nuestro cerebro activa dos sistemas que parecen ser antagónicos, lo cual despierta todavía más misterio sobre el por qué de la existencia de este sistema, puesto que viene a significar que sentimos placer e insatisfacción al mismo tiempo. ¿Para qué necesita nuestro cerebro activar dos cosas que se contradicen?
La principal función que tendría el circuito de anti-recompensa sería la de regular nuestro estado anímico. Esto es, cuando algo activa nuestro sistema de recompensa lo normal es sentir satisfacción, euforia y sentimientos positivos, los cuales de ser demasiado exagerados podrían traducirse en un episodio de hipomanía. Para evitarlo, el sistema de la anti-recompensa se activa reduciendo el placer, evitando que nos vengamos demasiado arriba y cometamos actos irresponsables.
La otra función sería la de mantener operativo al sistema de recompensa. En nuestro organismo existen múltiples sistemas que llevan a cabo varias funciones y que, para ajustarse y regularse, necesitan de un sistema antagónico que haga de contrapeso. Por ejemplo, los sistemas nerviosos simpático y parasimpático realizan funciones contrarias pero coordinadas, que sirven para que el organismo mantenga su homeostasis (p. ej., inhibir o estimular la actividad digestiva). Si uno de los dos fallara, nuestro organismo entraría en crisis y podríamos manifestar enfermedades.
Así pues, el circuito de anti-recompensa actuaría para asegurarse de que el otro sistema funciona adecuadamente, además de regular la conducta y adaptaciones del individuo frente a ciertos comportamientos, sustancias y eventos ambientales. Por medio de la activación de uno y haciendo que el otro descanse, se mantienen vivas las células, evitando la sobreestimulación de uno de los sistemas y, consecuentemente, la decadencia del organismo.
¿Y cuándo sucede el desequilibrio? Tanto el sistema de recompensa como su contraparte están muy relacionados con las adicciones. El equilibrio que ambos sistemas mantienen se ve comprometido cuando se consumen drogas en exceso. Un elemento clave de las adicciones es el desarrollo de un estado emocional negativo durante la abstinencia. La base neurofisiológica de este estado emocional negativo se deriva de dos procesos: por un lado, una reducción en la actividad en el sistema de recompensa, y por el otro, una mayor actividad en el circuito de anti-recompensa.
Cuando llevamos mucho tiempo consumiendo una sustancia adictiva, sea esta tabaco, alcohol o simplemente cafeína, lo normal es que acabemos desarrollando tolerancia a ciertas cantidades. Esto se traduce en que para recibir un chute, un “subidón”, es necesario que incrementemos el consumo. Si dejamos de consumir de golpe o tomamos menos dosis de la que nuestro cuerpo está acostumbrado, empezamos a sentir emociones negativas como depresión, apatía, irritabilidad, además de otros síntomas asociados al síndrome de abstinencia.
Las personas adictas a sustancias tienen el problema de que su sistema de recompensa ya no se activa al consumir cierta cantidad de la droga, puesto que está hiposensibilizado. El problema es que si dejan de tomar la droga, como el sistema de la anti-recompensa está hipersensibilizado, en caso de que no tomen la droga o tomen menos de lo que necesitan empiezan a sentirse muy mal, con lo cual son más propensos a volver a consumir para evitar sufrir. Es esta una de las explicaciones del porqué de las adicciones y su tan difícil abandono.
Cabe decir que, a pesar de que se está investigando cada vez más sobre el circuito de anti-recompensa, las hipótesis detrás del por qué de su peculiar funcionamiento y cómo contrarresta los efectos del sistema de recompensa son muy provisionales. No se sabe hasta qué punto ambos sistemas, equilibrados, funcionan en el cerebro de una persona sana y sin adicción, y también cabe comentar que las teorías aplicadas a personas con drogodependencia están en pañales. Igualmente, parece que se trate de un regulador emocional, o más específicamente, regulador de satisfacción.
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