Cuando en determinadas situaciones nos vemos abrumados por el miedo, experimentamos sensaciones y reacciones realmente alarmantes a la vez que desagradables.
Esta respuesta que ofrecemos de manera natural es lo suficientemente poderosa como para atravesar el cuerpo y la mente de quien la experimenta. La respuesta autónoma del miedo surge mucho antes de que nuestra razón haya podido decidir nada al respecto, en una suerte de cumbre química nuestro organismo ya se ha puesto en funcionamiento, preparándose para la huida o para el ataque inminente.
El miedo es una de las emociones más primitivas que existen, se encargaba de maximizar las posibilidades de supervivencia de nuestros antepasados puesto que les permitía responder frente a las amenazas, pero…
…¿Conocemos qué mecanismos se ponen en funcionamiento para provocar tal alud de reacciones en nuestro cuerpo?
Respuestas fisiológicas ante el miedo
El sistema nervioso simpático es el responsable de que el cuerpo disponga de su rendimiento máximo durante un breve periodo de tiempo, justo en el momento en que el individuo se ve presa del pánico. Entretanto, otras funciones que son menos importantes en ese tipo de situaciones, decaen oportunamente.
Los principales efectos fisiológicos ante el miedo que lleva a cabo el sistema nervioso simpático son:
- La musculatura se contrae en un intento de prepararse para la huida, al tiempo que provoca cierto temblor y calambres generales.
- El número de enzimas del estómago disminuye considerablemente para asegurar un ahorro de energía al tiempo que nos provoca sensación de náuseas.
- Nuestro corazón late apresuradamente y la presión sanguínea aumenta. Esto provoca que dispongamos de mayor velocidad en el reparto de oxígeno entre los músculos. Esta acción puede acarrear una sensación de taquicardias, hormigueos en brazos y piernas y un molesto zumbido en los oídos.
- La respiración pulmonar se acelera considerablemente para aumentar el intercambio entre dióxido de carbono y oxígeno; esta acción es la que provoca esta molesta sensación de opresión en el pecho.
- Nuestro sistema inmunitario decae con la intención de preservar la energía, motivo por el cual nos vemos más expuestos a infecciones.
- La pupilas de los ojos se dilatan y el líquido lacrimal disminuye para aumentar la percepción visual.
Una vez ha pasado el peligro...
Una vez transcurrido este periodo, si percibimos solución a la situación se reactiva el sistema nervioso parasimpático, el cual llevará a contrarrestar las acciones emprendidas por su confidente:
- Los ojos aumentarán su líquido lacrimal, lo que provocará un lloro ineludible
- El corazón empezará a latir más despacio y la presión arterial disminuirá, lo que puede ocasionar mareos y desmayos.
- La respiración pulmonar se ralentizará en un intento para normalizarla, lo que conlleva a una desagradable sensación de ahogo.
- Los intestinos y la vejiga se vacían para promover, si es el caso, una huida más acelerada, lo que puede comportar a padecer una micción incontrolada.
- Finalmente, la tensión muscular se pierde de golpe, motivo por el cual surge rigidez y flojera en las rodillas.
Cuando el sistema nervioso parasimpático toma el control de nuestro cuerpo, puede comportar una situación o estado de shock. Este conjunto de respuestas bioquímicas responden bajo el nombre de “pelea o vuela”, o más conocido en inglés como “fight or flight”.
Seguro que más de uno hemos padecido en nuestras propias carnes lo que se conoce como ataque de pánico. Pues bien, ahora ya conocemos el funcionamiento fisiológico a través del cual actúa el organismo y las respuestas funcionales que este emite.
Factores moduladores del miedo
Si decidimos introducirnos un poco más en el seno de este constructo que llamamos ‘miedo’, veremos que su estudio científico ha sido extenso.
Se ha distinguido el miedo normal y el miedo patológico en base a determinados criterios, como el tiempo de duración o el nivel de interferencia en el funcionamiento cotidiano, entre otros factores (Miller, Barrett y Hampe, 1974). Para poder clasificarlo adecuadamente, debemos conocer primero los principales factores de miedo existentes, es decir, sus raíces y las causas que lo generan.
Las causas y los iniciadores del miedo
Los factores más consistentes para clasificar los tipos de medio parecen ser, según la clasificación ofrecida por Gullon, (2000) los siguientes:
- El rechazo social
- La muerte y el peligro
- Los animales
- El tratamiento médico
- El estrés psiquiátrico
- El miedo a lo desconocido
Tipos de miedo
Valorando estos factores podríamos una clasificación que discrimine el nivel de afectación del miedo en cada persona y en determinada situación, destacando los tipos de miedo más estudiados y tratados a día de hoy, encontramos la siguiente distribución:
- Miedo físico
- Miedo social
- Miedo metafísico
¿Cómo nos enfrentamos al miedo?
En primer lugar, debemos aprender a naturalizar esta emoción, de lo contrario puede llegar a manipular nuestras vidas hasta el punto de volverse un trastorno patológico. Se debe aceptar el miedo ante el peligro y entender sus más estrictas connotaciones, de esta manera seremos capaces de aprender a regularlo.
Debemos pensar en su principal función, ya que es un impulso determinante para defendernos de un peligro, solo tenemos que valorar si cuando aparece esta sensación estamos delante un peligro real o una amenaza irreal elaborada pretenciosamente por nuestra propia mente.
Esto puede parecer sencillo pero resulta altamente difícil de gestionar en muchas ocasiones, puesto que el miedo tiende a paralizarnos y de nada sirve tratar de racionalizarlo. Por suerte, existen terapias psicológicas que permiten incidir en los mecanismos psicológicos que instalan el miedo en nuestra mente.
“El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro”
—Woody Allen
Referencias bibliográficas:
- Ekman, P. y Davidson, R. J. (1994). The nature of emotions. New York: Oxford University Press.
- Gullone, E. (1996). Developmental psychopathology and normal fear. Behaviour Change,13, 143-155.