Muchas veces nos ocurre que vamos tan deprisa en la vida que actuamos como robots, máquinas que hacen todo lo que tienen que hacer a lo largo del día, trabajo, niños, compras, gimnasio, recados, etc… una interminable lista de cosas que se nos acumulan día a día y que van haciendo que nos vayamos olvidando de nosotros y nuestras necesidades.
Ocurre también, que solemos priorizar a otras personas antes que a nosotros. Los hijos, la pareja, la familia, mi amiga que me necesita, el jefe que me pide más… Esto es algo que tenemos aprendido, ya que, de forma social, se nos ha enseñado a preocuparnos por los demás, lo que piensan otros, si se enfadan, a cuidar a otros, etc. Entonces, desde aquí más la suma del modo robot, hace que más fácilmente aún nos olvidemos de nosotros.
Lógicamente, muchas veces no podemos desentendernos de toda esa lista de cosas por hacer, pero quizás sí podamos encontrar otras formas de organización y sobre todo, de pararnos un poco para decidir de manera consciente qué queremos priorizar, en qué queremos poner nuestra energía, cómo puedo hacer pequeños cambios que me ayuden a priorizarme.
Es el momento de priorizarnos
Aunque pensemos que no, el no priorizarnos y seguir en modo robot acabará teniendo consecuencias para nosotros, para nuestra salud y para las personas de nuestro alrededor.
Por lo tanto, cómo podemos saber que ha llegado ese momento donde tenemos que pararnos y analizar un poco la situación que me rodea. Quizás, lo primero que notaremos es cansancio, cansancio físico y también mental. La sensación de acabar el día completamente agotado es una consecuencia de mantener en el tiempo prolongado esta situación.
Del cansancio mental se deriva la sensación de estar más despistado, con menos agilidad mental, olvidarse de cosas… algo que nos llevará también a frustrarnos. Lo siguiente que notaremos es nuestro estado emocional. Sentirnos agobiados, estresados, con la sensación de no querer levantarse al ver todo lo que tengo por delante, tristeza, perder la alegría o la ilusión.
Nuestro humor seguramente empezará a cambiar. Estaremos más enfadados, las cosas nos molestarán más. Nos podremos dar cuenta de que sonreímos menos. Darnos cuenta de que ya no disfrutamos de las cosas como antes, de las situaciones y personas. Esto seguramente también nos lleve a la frustración y tristeza al ver que hemos perdido esa parte de nosotros.
Después de todo esto, el cuerpo empezará a hablar. Dolores de cabeza, problemas para dormir, problemas digestivos, contracturas o dolores musculares. Paralelo a estas señales, seguramente podamos notar como también nuestras relaciones han cambiado. Ya empiezan a ser muchas las veces que decimos que no a un plan porque estamos ocupados o cansados, ya hay más tensiones y discusiones porque mi estado emocional y mi humor me hacen estar más irritado e irascible. Quizás, incluso empiece a ver una versión de mí que no me gusta como gritando a mis hijos, discutiendo con personas importantes para mí por cosas que en otro momento no discutiría, recibiendo más críticas y reproches por mi comportamiento y actitudes…
Llegar al punto donde me siento mal conmigo misma/o porque no me gusta lo que veo, no llego a todo y mal con los demás porque hay más tensiones y siento que nadie me entiende.
Conclusiones
Si estás en este punto, si te identificas con estas señales, ha llegado el momento de priorizarte, de volver a encontrarte y reconectar por poquito que sea pero que te haga salir al menos de ese punto en el que te puedas encontrar ahora mismo. Encontrar el equilibrio entre todo lo de fuera y tú misma/o.


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad











