Ser padre o madre es una de las experiencias más transformadoras. Muchas personas relacionan esta vivencia con el hecho de sentir un amor único e incondicional. Aunque esto es cierto en la mayoría de ocasiones, el amor no es la única emoción que puede manifestarse de forma intensificada.
De hecho, con frecuencia, la crianza nos confronta con aquellos aspectos de nosotros mismos que quizá no nos resultan del todo agradables o que preferimos evitar. En este artículo profundizamos precisamente en este tema: el reflejo emocional que hacen nuestros hijos de nosotros mismos.
Explicamos qué es un espejo o reflejo emocional y planteamos algunas situaciones a modo de ejemplo. También hablamos sobre los motivos por los cuales esto sucede y sobre las cosas que nuestros hijos e hijas “revelan” sobre nosotros/as. Finalmente, planteamos esta situación como una oportunidad para poder seguir creciendo a nivel individual.
¿Qué entendemos por espejo emocional?
A la hora de hablar sobre el espejo emocional es importante tener en cuenta diversos aspectos. Lo más probable es que este término resulte familiar con el significado que se ha derivado de las corrientes más humanistas de la psicología. En este sentido, el espejo emocional hace referencia a la forma en que nuestros hijos e hijas reflejan aspectos de nuestro mundo emocional interno.
Para algunas personas es difícil de creer que nuestros hijos puedan “hacernos de espejo” y mostrar nuestros estados emocionales, patrones relacionales e incluso heridas de la infancia. No obstante, las investigaciones en neurociencia, psicología del desarrollo y la teoría del apego respaldan los fundamentos sobre los que se construye este concepto.
Así pues, aspectos como las neuronas espejo, la co-regulación emocional y la teoría del apego juegan un papel crucial. Asimismo, las aportaciones psicoanalíticas sobre los mecanismos de defensa también son de gran importancia y nos facilitan una comprensión más profunda de este fenómeno. Todo esto lo veremos de forma más detallada posteriormente.
En conclusión, podríamos decir que nuestros hijos e hijas reflejan desde aspectos como el estado de nuestro sistema nervioso hasta aspectos más profundos como pueden ser nuestras emociones reprimidas, creencias limitantes e incluso heridas del pasado —especialmente de la infancia—. Aquello que más nos incomoda de nuestras criaturas puede ser un indicador de algún aspecto emocional nuestro que necesita ser atendido.
Ejemplos comunes de reflejo o espejo emocional
Podemos encontrar diferentes situaciones en las que los niños nos hacen de espejo. Por un lado, están aquellos momentos en los que nuestras criaturas están sintiendo una emoción —habitualmente rabia o tristeza— con mucha intensidad y esto nos genera un malestar y una incomodidad muy profundos.
Es comprensible que nos incomode ver a nuestros hijos sufrir, por supuesto. Entonces, hablamos de espejo emocional cuando el malestar que nos genera no va en proporción a lo que está sucediendo. Si esto pasa, es probable que esa situación nos esté conectando a nivel inconsciente con alguna herida propia, sin resolver o integrar, de la infancia.
Por otro lado, están aquellas situaciones en las que, se forma totalmente inconsciente, podemos estar repitiendo algún patrón aprendido. Por ejemplo, si nosotros aprendimos que el amor de nuestros padres estaba condicionado por nuestro comportamiento, es probable que nuestros hijos e hijas tiendan a buscar nuestra aprobación.
Algo similar sucede en aquellos hogares en los que los hijos tienen muy baja tolerancia a la frustración. En este caso, podría ser que este tipo de conductas nos hablen de las dificultades que los progenitores presentan a la hora de tener paciencia y permitir la libre exploración y experimentación, por ejemplo.
¿Por qué ocurre esto?
La mayoría de personas sienten que el reflejo emocional se reduce únicamente a la proyección (lo que nos molesta de nuestro hijo es lo que no hemos sanado de nuestra historia). No obstante, la idea del espejo o reflejo emocional no es una simple metáfora, sino que tiene un respaldo científico que se basa en el funcionamiento del cerebro humano, especialmente en las primeras etapas del desarrollo.
No podemos olvidar que las criaturas aprenden cómo funciona el mundo mediante la exploración, pero también mediante la observación y el modelado. Esto quiere decir que aprenden más de lo que nos ven hacer que de lo que les decimos. Las neuronas espejo permiten que las criaturas aprendan sobre las emociones, las actitudes y los gestos que percibe en los adultos y, de esta forma, los refleje.
Esto puede hacer que los niños acaben “absorbiendo” las emociones de los adultos y expresándolas. Sin embargo, las criaturas no tienen la capacidad de regular sus propias emociones y requieren de sus figuras de apego para regularse. Es decir, dependen de la co-regulación. Por tanto, si los adultos no están emocionalmente disponibles o no tienen herramientas para regular sus emociones, es probable que los niños tampoco puedan calmarse.
Si lo enfocamos desde la teoría del apego, el vínculo que se establece entre los bebés y sus cuidadores va a darse en función de la forma de vincular de los adultos, pero también de su capacidad de mentalizar. Si el estilo de apego que se establece es inseguro, los padres pueden interpretar las conductas de la criatura como difíciles. Sin embargo, esto no deja de ser un posible reflejo del ambiente emocional de la casa.
Lo que los hijos revelan sobre nosotros y cómo usarlo para crecer
Con todo lo expuesto hasta el momento, es fácil caer en la “trampa” de pensar que nuestros hijos e hijas únicamente reflejan nuestras “sombras” o aquellas partes de nosotros que no nos gustan y nos duelen. Sin embargo, es importante que sepamos que también reflejan nuestras “luces”, entendidas como aquellas cualidades que sí nos gustan de nosotros mismos/as.
En la crianza hay muchos momentos que suponen grandes retos. Al tomar consciencia de todo lo que nuestros hijos nos confrontan de forma inconsciente podemos darle un nuevo significado a estas situaciones y verlas como una oportunidad para conocernos más y crecer. Para ello, podemos hacernos preguntas cómo por ejemplo:
- ¿Mi respuesta está siendo proporcional a lo que está sucediendo realmente?
- ¿Qué parte de mi se está activando en esta situación?
- ¿Estoy respondiendo desde mi yo adulto/a?
Además, es realmente beneficioso —tanto a nivel individual como para el vínculo— que nos permitamos observar qué se está movilizando (emociones, sensaciones corporales, pensamientos…) en nosotros/as sin juicio para poder identificar qué herida se está activando. Es necesario que trabajemos en encontrar nuestras propias herramientas de regulación emocional porque, como adultos, somos los responsables de nuestras emociones.
Por último, es importante recordar que nuestros hijos no están intentando hacernos pasar un mal rato, sino que ellos lo están pasando mal. Las emociones les invaden y no saben regularse solos, no tienen habilidades. Si en algún momento se nos escapa algún grito, por ejemplo, es importante que reparemos, es decir, que pidamos perdón y volvamos a conectar con ellos/as a nivel emocional.
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