Echando un vistazo a lo que sabemos acerca de nuestra historia, parece que los seres humanos siempre hayamos querido aparentar más que lo que somos. Tanto a través de la exageración de las características que nos definen como mediante la invención de rasgos que, en el fondo, no nos caracterizan. Esto ocurre a nivel colectivo, tal y como se ve por ejemplo en los grandes monumentos diseñados para impresionar, pero también, y esto es lo más doloroso de todo, a nivel individual.
Y digo que es doloroso porque, más allá de lo mal que pueda caer cierta gente que vive por y para aparentar lo que no es, la vanidad es, en realidad, algo que nos impide conocer a las personas. Una barrera que nos mantiene separados, allí donde existe en mayor o menor medida.
Y esto se vuelve un problema cuando nos hacemos la pregunta clave...
¿Quién está a salvo de la vanidad?
Cuando tenemos que tomar decisiones rápidas sobre hacia quién dirigir nuestra atención, muchas veces terminamos rindiéndonos ante la posibilidad de juzgar a través de las apariencias y los clichés y favorecer a las personas que envuelven su identidad en ellos. Nos gustan más las personas auténticas, pero nos decantamos por las que viven de la imagen.
Sí, la autenticidad no se caracteriza por haber sido muy abundante años atrás, pero hay quien dice que hoy en día las personas auténticas están en peligro crítico de extinción. ¿Los motivos? La cultura del espectáculo, la importancia de la imagen por encima del contenido, la dictadura del consumo rápido. Son principios que parecen pertenecer al ámbito de la publicidad, el marketing y los mercados, pero que cada vez más invaden el terreno de lo humano, lo personal.
Ser honesto se paga caro
No sólo se refuerza positivamente el comportamiento vanidoso. También se castiga la honestidad. Es algo lógico, si se tiene en cuenta que muchos estudios muestran que gran parte del éxito profesional depende también de nuestra imagen personal. Ocurre en prácticamente cualquier ámbito de trabajo, pero resulta algo extremo en el caso de las profesiones en las que la estética es determinante.
En ciertas redes sociales como Instagram puede comprobarse cómo existe una burbuja de especulación basada en la estética. Lo vimos en el caso de la modelo Stina Sanders y el escándalo que se formó cuando empezó a subir selfies sin maquillaje, o en el caso de Essena O'Neill.
¿Cómo reconocer a las personas auténticas?
Visto lo visto, no extraña que las personas auténticas puedan ser difíciles de encontrar: están sepultadas bajo un aluvión de dinámicas sociales que invitan a dejar de actuar como lo hacen.
Sin embargo, con un poco de dedicación y práctica es posible llegar a reconocer a alguien cuya manera de ser y actuar es coherente con su manera de pensar.
Conocer estas características básicas puede ayudar a reivindicar esta manera de entender la vida y, además, a autoevaluarse para saber si se está teniendo éxito a la hora de ligar el desarrollo personal a la conquista de una personalidad auténtica.
¿Qué personas son realmente auténticas? Sus características básicas son las siguientes.
1. No piensan constantemente en su imagen
Este es, posiblemente, su rasgo más definitorio. Por supuesto, todo es relativo, así que las personas auténticas pueden llegar a pensar espontáneamente en cómo son vistas por las demás, pero esto no llega a convertirse en un bucle obsesivo.
Esto significa, por ejemplo, que rara vez piden una segunda opinión sobre su aspecto, y que tampoco se preocupan por aparentar indiferencia hacia su imagen, algo que irónicamente podría ocurrir si se adscribieran de manera muy rígida o dogmática a una corriente estética que por puro convencionalismo relacionamos con la despreocupación y lo alternativo (hipters, punks, etc.).
2. No fuerzan su lenguaje no verbal
Esta es una consecuencia práctica que se deriva de la característica anterior. Las personas que intentan adoptar unos movimientos y un tono de voz muy impostados son relativamente fáciles de reconocer, porque cuesta mucho trabajo aprender una serie de patrones de movimientos que no se corresponden a los que hemos ido aprendiendo y usando desde nuestra infancia.
De este modo, su lenguaje no verbal es natural y no los verás intentando aparentar lo que no son.
3. No tienen miedo a mostrar sus opiniones
Las personas auténticas hablan como librepensadores, y expresarán nítidamente sus ideas aunque estas puedan parecer muy radicales o extrañas. ¿Los motivos? Saben que en la mayoría de espacios la libre expresión de sus ideas no les dará problemas serios, y por tanto no renuncian a sacar provecho de las posibilidades que brinda una buena conversación con alguien.
Esto hace que sean buenos conversadores, aunque en ocasiones sus reflexiones pueden causar polémica entre los acostumbrados a una línea argumentativa políticamente correcta.
4. Intentan comprender a los demás
Dejar atrás la vanidad y el orgullo mal entendido implica también, en mayor o menor medida, renunciar a los clichés y los estereotipos para intentar "leerle la mente" a alguien que no se conoce muy bien.
Allá donde otras personas tiran la toalla excusándose en la creencia de que ya saben cómo es el otro, las personas auténticas asumen el reto de hacer encajar su manera de entender la realidad con las de sus interlocutores.
5. No prejuzgan
Las personas auténticas no son muy amigas de tomar decisiones en base a cómo les sean presentadas sus posibles opciones. Por eso, les gusta re-examinar lo que les ocurre, teniendo en cuenta qué cosas son objetivas y cuáles son, simplemente, sesgos y prejuicios fabricados de manera arbitraria por los demás.
Esto no significa que las para ser auténtico no se pueda ser alguien impulsivo, sino que no se caen en los juicios fáciles y se cuestionan las opiniones predominantes. Lo que llaman "espíritu rebelde".
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