En todas las culturas europeas nos encontramos con tradiciones en torno al solsticio de invierno que vienen cargadas de regalos.
Las saturnales romanas, dedicadas a Saturno, Dios de la muerte, se celebraban del 17 al 23 de diciembre, alumbradas por antorchas y velas, haciéndolas coincidir con el solsticio de invierno, en ese afán de celebrar que el Sol va a ganando a la noche tras el anochecer más largo del año. Las Saturnales coincidan con la finalización de los trabajos del campo, tras la siembra de invierno, cuando el ritmo estacional nos lleva al descanso y al recogimiento.
Un recogimiento alrededor de la luz de la lumbre, entorno propicio para narrar, contar, ayudar a transcender miedos colectivos y crear ilusiones igualmente colectivas de tiempos mejores.
Tiempo para regocijarse con los más pequeños y alentar la inocencia y la ingenuidad y cargarlos de prosperidad. Tiempo para transcender la vulnerabilidad, el miedo y la inseguridad y alentar un futuro inmediato colmado de la prosperidad de los regalos humildes y simbólicos que se proyectaban hasta los rituales de tránsito de la infancia a la adolescencia o primera adultez.
Las raíces de esta tradición
En ese último día de las Saturnales, el día de Figlinaria, nombre debido a las figuritas de cera y terracota que se regalaban a los más pequeños y también de forma sorpresiva entre los adultos, se recibían regalos cargados de simbolismo, junto a nueces y cestas de comestibles.
Según, Pilar Caldera, antropóloga, las nueces no solo eran frutos y juguetes simbólicos de la infancia romana, sino que también formaban parte de los rituales de paso a la adolescencia, denominados "relinque nuces" (abandona nueces).
Mientras las figuras de cera se entregaban en los altares de Saturno, los juguetes de terracota cargados de simbolismos se guardaban y atesoraban junto a su simbología de buenos presagios, y así los varones los entregaban a los dioses como ofrenda el día que tomaban la toga viril. Algunas de estas figuritas de terracota, a modo de muñecas, han aparecido en sepulturas de mujeres que murieron jóvenes.
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La carga simbólica de las tradiciones del solsticio
Ese intento de proteger la niñez y extender esa protección más allá, de garantizar un periodo, aunque sea corto, muy corto de calma sosegada, calor familiar e ilusión de un mundo de seres protectores que nos proveen de la fantasía de un mundo acogedor, próspero y mejor, no deja de ser es un intento grupal cultural que transciende fronteras y se propaga por pueblos y aldeas, cada uno con su iconografía propia, en el hemisferio norte, asociados a esa luz que comienza a ganar terreno después del solsticio de invierno, la noche más larga del año.
En la mitología catalana nos encontramos con el Tió de Nadal, tronco de Navidad, leño que se recoge en adviento y se cubre con una manta y se alimenta cada noche hasta el día de Nochebuena. Los niños de cada casa cantan y golpean con bastones al tronco, para que vayan surgiendo los regalos de debajo de la manta.
El Olentzero vasco recoge la tradición pagana precristiana de la celebración del solsticio de invierno, relacionada con el fuego. Volvemos a encontrarnos con el tronco y el fuego, en el carbonero mitológico que inicialmente regalaba frutos secos y carbón y actualmente reparte los regalos navideños.
Nos vamos a encontrar con personajes de lo más variopintos encargados de entregar los regalos. Así en Italia, lo hace la bruja Befana que acompaña en su viaje a los Reyes Magos. En Eslovenia tenemos tres sabios viejos que reparten en diferentes días los regalos. En Austria entre sus costumbres, hallamos al duende o demonio tirolés Krampus , que ha conseguido más popularidad que el propio San Nicolás. Este duende advierte que, si los niños no se portan bien, San Nicolás no les llevara regalos. En Islandia contamos con 13 troles, en Grecia y Chipre, el día de san Basilio, el 1 de enero, los regalos surgen bajo un barco en miniatura. En Laponia tenemos la aldea y la casa de Papá Noel, en Korvatunturii, solo los renos son capaces de llegar hasta ahí.
Entre nosotros está el tan popular día de Reyes Magos. E Igualmente nos encontramos con tradiciones como el rosco de Reyes o el pastel de Chipre, en los que nos podemos encontrar con el aba o la moneda de la suerte para todo el año.
Todas estas tradiciones, independientemente de su iconografía, comparten la necesidad de una ilusión que mantiene la magia de la niñez, que alimenta ese mundo mágico simbólico de la infancia donde todo es posible y la esperanza es fácilmente imaginable.
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La ilusión como fuente de resiliencia
Justo antes de las Navidades, en Vitaliza Psicología de la Salud, comenzamos un taller con familias inmigrantes; cada familia provenía de culturas muy diferentes con tradiciones distintas y todas ellas compartían en común la ilusión por estas fechas que esperaban cargadas de sorpresas y regalos, junto al placer de la degustación de productos típicos y deliciosos de su tierra y países de origen.
No solo se despertaba el brillo de la ilusión y la magia en la mirada de los niños participantes, también en sus madres nos encontrábamos ese brillo que proporciona la ingenuidad de la imaginación infantil, donde todo es posible, al rememorar sus costumbres entorno a la navidad o el solsticio.
Ellas, las madres adultas, se precipitaban a esa infancia perdida donde reina la fragilidad de la vulnerabilidad de la infancia, la energía vibrante de la niñez y la resiliencia que aporta la imaginación del mundo mágico simbólico.
Las investigaciones evidencian cómo los niños imaginativos tienen una mayor capacidad para enfrentar situaciones traumáticas, cómo esa imaginación se convierte en un recurso para afrontar la adversidad al encontrar soluciones fantasiosas que les proporciona la calidez y calma que no encuentran en el presente.
El adulto precisa de algo más que soñar en un tiempo mejor. Va a necesitar de experiencias del presente que le permitan alentar y creer en esa posibilidad, y no cabe duda de que la capacidad de imaginar un futuro más seguro y fiable nos alienta a todos a continuar adelante, niños a adultos, y se convierte en un recurso sea cual sea la edad.
Hoy sí… hoy más que nunca soñar y vislumbrar el fin de la pandemia nos ayuda a continuar, a seguir protegiéndonos y disfrutando de la cercanía inmediata y de los sueños que entre todos creamos.
Mantengamos y cuidemos la ilusión y la imaginación en la infancia porque es un recurso que nos protege y alienta en la adultez.
Autora: Cristina Corte Viniegra, Psicóloga, directora de Vitaliza y autora de libros de apego.
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