Nuestro “Yo”, lo que denominamos “personalidad”, siempre es el resultado de nuestro carácter biológico, genético y de nuestras experiencias de vida, desde la propia gestación en el vientre materno hasta la edad adulta.
Efectivamente, ya desde el mismo feto, la conformación neuro biológica de nuestro cerebro irá moldeándose a través de la interacción de nuestras características biológicas, con su carga genética correspondiente, con el medio en el que aterrizamos en el mundo y las relaciones que vamos estableciendo en el mismo, sobre todo con las figuras más importantes, las de nuestros cuidadores.
Este enorme esfuerzo adaptativo irá dirigido siempre a amortiguar en lo posible el dolor y la angustia. Nuestro cerebro, a nivel neuro biológico, y por ende nuestro “Yo” a nivel psicológico, serán siempre el resultado de un esfuerzo de supervivencia, sea cual sea el entorno en el que crezcamos, más hostil o más acogedor.
Obviamente, dependiendo de la hostilidad del medio, desarrollaremos un tipo de apego u otro, de manera que el resultado final de la ecuación será una personalidad, magistralmente diseñada para sobrevivir en el “mundo” que nos ha tocado en suerte.
Este proceso es neurológico y biológico, y en él, nuestra base genética juega también un papel determinante. No es lo mismo un cerebro visual, con zurdera cruzada, que un cerebro estructurado, formal con tendencia a pensamientos recurrentes.
La formación del "Yo" está ligada a su historia
En cualquier caso, no elegimos a nuestros cuidadores, ni tampoco las herramientas genéticas con las que hacer frente a las experiencias primigenias de nuestra vida. Evidentemente, el tipo de relación que establezcan nuestros cuidadores con nosotros es crucial en este proceso. Pero este no es el tema de este artículo por lo que no entraremos en detalles sobre la conformación de los tipos de apego.
Lo importante en este sentido es que en este proceso siempre inacabado de desarrollo neuro biológico y psicológico, se va perfilando nuestro "Yo", nuestro “intérprete” de la realidad que ya nos acompañará hasta el fin de nuestros días. Ya tendremos un apego seguro, o ambivalente o evitativo, incluso desorganizado. Ya habremos desarrollado diferentes herramientas de supervivencia como búsqueda de afecto, control, desconexión emocional, alerta generalizada, etc.
De nada sirve calificar de bueno o malo este resultado. Es el resultado de un esfuerzo adaptativo y como tal, la “manera” con la que nuestro cerebro, biológicamente hablando, resolvió el problema de la supervivencia en su desarrollo. Desde este punto de vista, este resultado es siempre adaptativo. Otra cosa es que, con el tiempo, en la realidad adulta, este “Yo” o la ausencia del mismo, sea disfuncional. Esto es lo que llamamos patología.
Dicho de otra manera, lo que sirvió en su momento en la infancia, sobre todo para sobrevivir, en ocasiones resulta disfuncional para el afrontamiento sereno y maduro de la realidad adulta. Por ejemplo, una personalidad secundaria al maltrato en la infancia es muy posible que, posteriormente como adulto, no “entienda” que el medio ya no es hostil, que ya está seguro y mal interpretará constantemente señales inocuas como amenazas y entornos amables como hostiles.
El “Yo” resultante del maltrato en este caso, no está preparado para el cariño y las relaciones afectivas. Y aquello que más necesita y anhela, será en muchas ocasiones lo que más miedo le provoque, entrando en una ecuación emocional irresoluble con las consecuencias subsiguiente devastadoras y enormemente dolorosas.
Por eso en Vitaliza adecuamos diferentes técnicas para el abordaje del trauma en su contexto más completo. Y entre ellas, este curso/webinar: “Mi Yo, consecuencia y causa de mi sufrimiento. Reparación del apego adulto” previsto para este mes de septiembre (martes 15 y jueves 17) donde aprenderemos a reconocer tanto la parte biológica como experiencial de nuestro “yo”, de forma que podamos poner nombre a lo que nos sucede y en consecuencia comprender como en muchas ocasiones soy yo mismo la causa de mi sufrimiento (vitaliza.net/es/agenda).
Este aprendizaje, este dar significado a mi experiencia, me abrirá un camino inédito a la hora de abordar cualquier intervención terapéutica, pues esta partirá de una aceptación completa y un conocimiento profundo de mí mismo, lo cual posibilitará a su vez una maduración consciente de mi persona a todos los niveles, consiguiendo romper bucles, moldes y límites que hasta ahora me han resultado inabordables.
Autor: Javier Elcarte, neuropsicólogo, y fundador y director de Vitaliza.