A veces te pasa que das mil vueltas a un problema y, por más que lo pienses, nada cambia. Lo analizas una y otra vez, lo hablas con alguien, intentas dejarlo pasar, pero sigue ahí, dando vueltas en tu cabeza.
Te dices que lo entiendes, aunque en realidad no tienes tan claro qué está pasando. Todo se siente confuso, como si algo se escapara. Y, de pronto, cuando lo escribes, cuando lo pones en palabras simples, las cosas comienzan a tomar sentido. No porque se resuelva al instante, sino porque por fin puedes verlo con claridad. De eso trata la Ley de Kidlin, y es el tema de hoy.
Hay que entender el problema antes de solucionarlo
La Ley de Kidlin dice: “Si no puedes escribir tu problema con claridad, no lo entiendes.” Podrías decir que es obvio, pero no todo el tiempo es tan claro verlo. En el fondo, lo que muchas veces nos frena no es la falta de soluciones, sino no tener claro cuál es el verdadero problema antes de lanzarnos a intentar resolverlo.
Esto puede pasar en el mundo de los proyectos laborales, pero también en la vida diaria. Y lo que ocurre es que, cuando no tenemos claridad, terminamos peleando con los efectos en lugar de ir al origen.
Es así como perdemos tiempo discutiendo sobre lo urgente, improvisando respuestas o repitiendo los mismos errores. Entonces, escribir el problema nos obliga a ponerle forma, a separar lo que sentimos de lo que realmente está pasando.
Y, claro, esto no quiere decir que tengas que redactar algo perfecto o sonar inteligente. Se trata de poder decir las cosas sin vueltas, con honestidad, porque mientras el problema siga siendo vago, también lo será cualquier intento de solucionarlo.
Por qué escribir ayuda tanto a transformar
Hay algo especial en escribir. Es como si el pensamiento se volviera más nítido apenas lo ves frente a ti. Cuando pones en palabras lo que te molesta, tu mente pasa de la confusión a la comprensión. Ya no es una nube difusa, es algo con forma.
Escribir te obliga a tomar decisiones: ¿qué quiero decir? ¿qué parte de esto es cierta? ¿qué estoy evitando mirar? En ese proceso, se revelan cosas que no veías antes. Podrías descubrir que tu “estrés por el trabajo” no es tanto por el trabajo, sino por la falta de descanso. O que tu “problema con alguien” puede tener que ver más con tu miedo a poner límites que con esa persona en sí.
Desde la psicología sabemos que cuanto más concreto es el pensamiento, menos ansiedad produce. Escribir, entonces, no solo ordena, también calma. Te devuelve una sensación de control, porque por fin sabes por dónde empezar.
Cómo aplicar la Ley de Kidlin paso a paso
Puede haber varias maneras, pero acá te contamos tres pasos que promueve esta herramienta y que ayudan a transformar la confusión en algo que se puede manejar.
1. Escribe el problema de forma breve y específica
Nada de frases vagas como “las cosas no van bien”. Di algo más claro: “me siento cansado o cansada porque estoy asumiendo más de lo que puedo”. Además, en este ejemplo también estarías evitando señalar culpables, lo que es ideal para tu proceso.
Por otro lado, deberás ir al grano y evitar frases demasiado genéricas. Por ejemplo, en lugar de solo decir “tengo ansiedad”, puedes explicar algo como “siento ansiedad cuando debo presentar ideas en público”.
También es importante que en este proceso enfoques lo que escribas en un objetivo. Siguiendo este último ejemplo, esto podría sonar como “quiero poder expresarme de forma clara ante un público a pesar de mi miedo”. ¿Lo ves?
2. Descubre lo que no sabes
Una vez tengas tu frase, revísala: ¿qué parte no tienes clara? ¿qué información te falta? Tal vez no sabes si el problema es la falta de tiempo o la mala organización. O si lo que te frustra es el trabajo o cómo te relacionas con él. En fin, es importante buscar contexto y ahondar más en lo que realmente pasa.
Si no logras definir algo, no pasa nada. Escríbelo así: “no entiendo por qué me cuesta tanto delegar” o “no sé por qué me siento tan irritable últimamente”. Esa honestidad ya te mueve en la dirección correcta, porque abre espacio para explorar sin fingir que lo tienes todo claro.
3. Divide el problema y busca soluciones paso a paso
Los problemas enormes paralizan, pero los pequeños se pueden trabajar. Una vez tengas la frase, piensa en los primeros pasos posibles.Si escribiste: “mi comunicación con mi pareja está fallando”, podrías dividirlo en cosas concretas como:
- Buscar un momento tranquilo para hablar sin que nada ni nade les interrumpa
- Observar cuándo y cómo suelen empezar las discusiones.
- Proponer un espacio semanal para revisar cómo se sienten.
Son pasos simples, pero te sacan de la parálisis. Ya no es “el gran problema”, es algo que puedes abordar poco a poco.
Por qué a veces cuesta tanto ser honestos
Lo más difícil de aplicar la Ley de Kidlin no es escribir, sino atreverse a ver la verdad. Hay algo dentro de nosotros que se resiste a admitir ciertas cosas. Nos cuesta reconocer los errores, aceptar que algo no está funcionando o que parte del problema también es nuestra.
No lo hacemos por maldad. Es una forma de defensa. La mente intenta protegernos del dolor o la culpa. Es más fácil pensar “el proyecto falló por mala suerte” que aceptar “no organicé bien las tareas”. O culpar al otro de una discusión en lugar de mirar nuestras propias reacciones.
Pero negar la realidad solo alarga el malestar. Mirar lo que realmente pasa, aunque sea incómodo, es el primer paso para salir de ese círculo. Escribir el problema con claridad es, de algún modo, una forma de honestidad contigo mismo. Te pone frente a lo que hay, sin adornos ni excusas.
Entrenar la claridad: 5 prácticas simples pero útiles
Aplicar esta ley no requiere grandes métodos, lo que sí necesita es constancia y disposición para ver con más sinceridad lo que vives. Estas ideas pueden ayudarte a entrenar esa claridad mental y emocional.
1. Date un momento para pensar con calma
Si percibes que hay una situación que te inquieta, no reacciones enseguida. Escribe lo que crees que pasa. Luego vuelve a leerlo. Verás cómo algunas cosas cambian de sentido al mirarlas con distancia.
2. Sé honesto, aunque incomode
Sí, sabemos que esto puede ser complicado, pero es importante tomar nuestra cuota de responsabilidad en cada caso. Reconoce lo que hiciste o dejaste de hacer. No para juzgarte, sino para entenderte mejor y empezar a tomar medidas desde allí.
3. Cuestiona las ideas que te limitan
Frases como “yo soy así” o “las cosas nunca cambian” suelen esconder miedo o cansancio. Escríbelas y pregúntate si realmente son verdad o solo una forma de no mirar más allá. Nota, también, cómo está afectando tu vida y tus relaciones tener esa mirada sobre la vida o sobre tus propias acciones y decisiones.
4. Tolera el malestar de ver las cosas como son
Nadie dijo que estos ejercicios serían cómodos, pero sí son muy importantes, y la incomodidad es parte del proceso. Nadie disfruta admitir sus errores, es verdad, pero es mucho más liberador que seguir viviendo con un problema sin nombre.
5. Pasa a la acción, aunque sea con un paso pequeño
Cada vez que logres definir un problema con claridad, da un paso concreto. No importa si ese pasito parece pequeño o piensas que “deberías estar haciendo más”. Moverte, aunque sea un poco, refuerza tu sensación de dirección.
La claridad como forma de libertad
La Ley de Kidlin no solo sirve para organizar proyectos o tomar decisiones. También es una manera de entenderte mejor. Poner las cosas por escrito cambia tu relación con ellas: el problema deja de ser algo que te aplasta y se vuelve algo que puedes manejar.
Porque escribir lo que te pasa es más que un ejercicio mental: es un acto de valentía. Te enfrenta a la realidad, pero también te da herramientas para transformarla. Y cuando entiendes de verdad lo que te sucede, ya diste la mitad del camino hacia la solución.


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