A veces parece que todo el mundo está conectado, pero tú te sientes cada vez más lejos. Miras las historias, los mensajes, los grupos, y aún así sientes que nadie te entiende del todo. Es una especie de desconexión que no sabes muy bien cómo explicar.
Es raro, porque estás rodeado de gente, virtualmente o en persona, pero no sientes esa compañía. Y, aunque intentas distraerte, a veces esa soledad se siente más fuerte justo cuando el mundo parece más ruidoso.
Cómo se percibe la soledad entre quienes pertenecen a la Generación Z
La llamada Generación Z, nacida entre 1997 y 2012, ha crecido en un mundo que prometía conexión total, pero que ha terminado generando una paradoja: nunca antes fue tan fácil comunicarse, y sin embargo, pocas veces se sintió tanta distancia emocional.
Según distintos estudios, esta generación presenta los niveles más altos de soledad en comparación con los adultos mayores, un dato que rompe con los patrones históricos.
Esta soledad no se ve igual que en otras épocas. No siempre implica estar físicamente aislado, sino sentirse desconectado incluso cuando se tiene a cientos de contactos en el teléfono.
Muchos jóvenes describen esa sensación de vacío después de pasar horas en redes sociales, o ese cansancio emocional que llega tras intentar encajar en espacios donde todos parecen felices, seguros y exitosos.
Y, ojo, no es que las personas jóvenes no valoren las relaciones o no quieran conectar. De hecho, muchas buscan vínculos auténticos, solo que el contexto no siempre lo facilita. Las dinámicas digitales, la presión por destacar y el ritmo acelerado de la vida actual hacen que mantener relaciones profundas sea un reto constante.
Posibles causas de la soledad en la Generación Z
Hablar de las causas es mirar un rompecabezas con muchas piezas. Una de las más grandes tiene que ver con el entorno digital. Las redes sociales, aunque ofrecen compañía instantánea, también generan una comparación constante. Se mira la vida de otros en versión editada y, sin darse cuenta, se empieza a medir el propio valor con esos estándares irreales. Esa exposición repetida a la “felicidad curada” puede afectar la autoestima y provocar el famoso FOMO, el miedo a quedarse fuera de algo.
Otra causa importante es el cambio en la forma de relacionarse. Muchas amistades se desarrollan ahora a través de pantallas, lo que limita el contacto físico y las señales emocionales que ayudan a sentirse realmente acompañado. Las interacciones digitales rápidas no reemplazan las conversaciones largas, las miradas o los silencios compartidos.
También influye la presión social y económica. La Generación Z enfrenta un escenario incierto: la crisis climática, el aumento del costo de vida, la competencia académica y la inestabilidad laboral. Todo eso genera ansiedad y la sensación de que cada persona debe rendir más, destacar o reinventarse constantemente. Ese ritmo agota, y muchas veces empuja al aislamiento.
Además, la pandemia marcó profundamente a esta generación. Quienes eran adolescentes o jóvenes adultos durante ese periodo vivieron etapas cruciales de desarrollo social encerrados en casa. Muchos perdieron oportunidades de convivencia que antes se daban por naturales: las charlas en clase, las reuniones sin pantallas, los vínculos que se forman sin planearlos.
Y hay que mencionar la salud mental. La ansiedad y la depresión son cada vez más comunes, y la relación entre estos trastornos y la soledad es de doble vía. Quien se siente solo puede desarrollar síntomas depresivos, y quien tiene depresión tiende a aislarse. El círculo es difícil de romper cuando no hay espacios seguros para hablar de ello.
Los efectos de una soledad no deseada
La soledad en sí misma no es negativa. A veces el tiempo a solas permite conocerse mejor o descansar del ruido del mundo. Pero, cuando esa soledad se vuelve prolongada y no elegida, sus efectos pueden ser duros.
En el plano emocional, aparecen sentimientos de vacío, tristeza y desconexión. La autoestima se debilita y surge la idea de que no se es digno de pertenecer o de ser querido. Con el tiempo, eso puede transformarse en ansiedad social: el miedo a interactuar, a ser rechazado o a no saber cómo comportarse frente a los demás.
En el cuerpo también se sienten las consecuencias. Diversos estudios han demostrado que el aislamiento crónico aumenta los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y puede alterar el sueño, la alimentación y la energía diaria. Incluso se ha relacionado con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares y deterioro cognitivo.
Además, la soledad tiende a modificar la percepción del entorno. Quien se siente solo puede interpretar de forma más negativa las interacciones o asumir que los demás no están interesados en su presencia. Eso refuerza el aislamiento, creando un ciclo difícil de romper.
Y, a nivel colectivo, esta sensación de desconexión también afecta a comunidades y entornos laborales. Los espacios pierden cohesión, las personas confían menos unas en otras y las relaciones se vuelven más transaccionales.
Cómo reconectar con los demás y contigo mismo
Reconstruir el sentido de conexión requiere paciencia y algo de intención, sobre todo en una época que premia la rapidez. Lo importante es empezar con pasos reales y sostenibles. Por ejemplo:
1. Poner límites al uso de redes sociales
Puedes fijar horarios o días sin pantalla, y aprovechar ese tiempo para actividades que te conecten con el mundo físico. Reducir el consumo pasivo, solo mirar sin interactuar, ayuda a recuperar energía y claridad mental.
2. Buscar actividades fuera de lo digital
Involucrarte en un club, una clase o un grupo deportivo te expone a personas con intereses similares. Las actividades en grupo favorecen la sensación de pertenencia y ofrecen un entorno más natural para construir lazos.
3. Cuidar las relaciones que ya existen
A veces se busca afuera lo que ya está cerca. Mandar un mensaje sincero, proponer un encuentro o preguntar cómo está alguien puede reactivar vínculos que se habían enfriado. No hace falta esperar a tener “el momento perfecto”; lo importante es mantener el contacto vivo.
4. Crear rutinas que fortalezcan el bienestar emocional
El sueño, la alimentación y la actividad física influyen directamente en el estado de ánimo. Dormir bien y tener espacios de descanso permite enfrentar mejor las emociones difíciles. Además, incorporar prácticas como escribir, meditar o pasar tiempo en la naturaleza ayuda a reconectar contigo mismo.
5. Aprender a pedir apoyo
Psicólogas y terapeutas pueden ofrecer herramientas para comprender los patrones que alimentan la soledad y encontrar nuevas formas de relacionarte. Hay terapias, como la cognitivo-conductual o la dialéctico-conductual, que trabajan directamente en eso.
6. Participar en espacios comunitarios o voluntariados
Contribuir a una causa genera sentido de propósito y conexión. Compartir tiempo y esfuerzo con otras personas que buscan mejorar algo en común brinda una sensación de pertenencia muy distinta a la de las redes sociales.
7. Practicar la presencia y la escucha activa
Cuando hables con alguien, intenta realmente estar ahí. Escuchar sin interrumpir, mirar a los ojos, interesarte por lo que dice. Este tipo de atención genuina crea vínculos sólidos, porque todos necesitamos sentirnos vistos y comprendidos.

Centro Psicológico Cepsim
Centro Psicológico Cepsim
Psicólogo
La soledad en la Generación Z es un reflejo de cómo han cambiado las formas de vivir y relacionarse. Sin embargo, también puede ser una oportunidad para construir un tipo de conexión más consciente, más humana y más honesta.
Tal vez no se trate de tener más amigos ni de llenar la agenda, sino de aprender a estar acompañado de manera auténtica, incluso mientras el mundo sigue girando a toda velocidad.


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