Envidia del pene: ¿qué es este concepto según las ideas de Freud?

Resumen acerca de las características del concepto psicoanalítico de envidia de pene, ya desfasado.

Envidia del pene

El psicoanálisis es una de las corrientes más clásicas de la psicología y, también, de las más criticadas. Muchos de sus supuestos se han puesto en duda, especialmente los relacionados con la teoría del desarrollo psicosexual, pilar fundamental de su pensamiento.

Entre los conceptos más famosos propuestos por Sigmund Freud está el de la envidia de pene, sentimiento que se daría en las niñas preescolares y que, como su propio nombre indica, es el deseo de poseer el genital masculino.

Esta idea ha sido muy popularizada desde que fue formulada, y también muy criticada, especialmente si se toma una perspectiva feminista y científica. Comprendamos a continuación más a fondo esa idea y su controversia.

¿Qué es la envidia de pene según Freud?

Uno de los conceptos fundamentos dentro del psicoanálisis de Sigmund Freud, en concreto dentro de su teoría del desarrollo psicosexual y la sexualidad femenina, es la idea de la envidia de pene o “pensineid”. Según Freud, se trataría de un sentimiento que surge en las niñas cuando descubren que no son anatómicamente iguales que los niños, viendo que ellas no tienen pene. Las niñas se sentirían lesionadas y mutiladas en comparación con el sexo masculino y empiezan a desarrollar el complejo de castración.

La teoría psicoanalítica de Freud plantea la idea de que a medida que vaya avanzando el desarrollo sexual, las niñas irán experimentando el complejo de Edipo y la envidia peneana irá adoptando dos formas principales. La primera será el más puro deseo de poseer un pene dentro de ellas, y poder tener un hijo en un futuro, mientras que el segundo será el deseo de tener un pene durante el coito.

Esta explicación fundamental del psicoanálisis más freudiano sería la usada por Freud para justificar la aparición de patologías y sublimaciones psicológicas en el sexo femenino.

Historia del concepto en el psicoanálisis

En los orígenes de su teoría de la sexualidad, Freud no tenía una opinión muy diferente entre los niños y las niñas con respecto a su desarrollo psicosexual. Opinaba que había una relación más o menos simétrica. De hecho, en sus Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad de 1905, en los que abordaba cómo evolucionaba la sexualidad infantil, en su primera edición no hace ninguna mención a la cuestión de la envidia de pene o “penisneid”.

Fue en 1908 cuando, en su texto sobre Las teorías sexuales infantiles empieza a explicar la idea de la envidia de pene, hablando sobre el hecho de que las niñas tienden a sentir interés ante los genitales masculinos. Es la “prueba” de que sienten envidia de pene, que desean poseer uno y equipararse a las personas del género masculino. En este libro comenta que, cuando las niñas dicen que preferirían ser niños, demuestran que sienten la falta del órgano masculino.

Ya en 1914 Freud utiliza el término “penisneid” para dar cuenta el complejo de castración en la niña. Más tarde, en 1917, publica Sobre las transmutaciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal, en el que habla de cómo va evolucionando esta envidia a lo largo del desarrollo sexual, convirtiéndose en ganas de tener un hijo o el deseo de tener un hombre como una especie de “apéndice del pene”.

Desarrollo en la fase fálica

Aquí veremos el modo en el que, siempre según las ideas de Freud, se desarrolla hipotéticamente la envidia de pene.

Como hemos comentado, la envidia de pene dentro del psicoanálisis freudiano hace referencia a la teoría de cómo las niñas reaccionan al conocer que los niños tienen un órgano que ellas no tienen: el pene. Durante su desarrollo psicosexual van volviéndose cada vez más conscientes de que son diferentes al sexo masculino y, en opinión de Freud, este hallazgo sería decisivo en el desarrollo del género y la identidad sexual en las mujeres.

La envidia de pene la podemos ubicar dentro de la teoría del desarrollo psicosexual freudiano en la fase fálica, entre los 3,5 y 6 años de edad. En este período del desarrollo el enfoque libidinal se encuentra, principalmente, en el área uretral, que coinciden con los genitales en el cuerpo humano. Es en esta fase en la que la vagina y el pene adquieren una gran importancia, especialmente los genitales masculinos.

Freud define la líbido como la fuerza de la energía primaria de la motivación, que se centra en otras áreas fisiológicas. En función del estadio del desarrollo, esta libido se encontrará en un lugar u otro. Por ejemplo, en la fase oral, que se corresponde con los 12 a 18 meses de vida, la energía libidinal se concentra en el deseo de poder comer, chupar y morder, y en la fase anal la atención se concentra en el ano y las heces.

Cuando se alcanza la fase fálica el pene se convierte en el órgano de principal interés en ambos sexos, tanto en el masculino como en el femenino. Es el catalizador de una serie de acontecimientos fundamentales para el desarrollo psicosexual, entre ellos el complejo de Edipo, las relaciones con los padres, la orientación sexual y el grado de ajuste de la persona con respecto al rol esperado en las personas de su mismo género. Poco después de haberse iniciado esta fase, el infante desarrolla sus primeros impulsos sexuales hacia su madre.

En el caso femenino, la niña se da cuenta de que no está físicamente preparada para mantener una relación heterosexual con su madre, puesto que, a diferencia de los niños, no tiene pene. La niña ansía tener un pene y el poder que le acompaña tanto a nivel social como relacional. Sería este momento en concreto cuando se daría la envidia de pene. La niña ve la solución a sus problemas en la obtención del pene de su padre.

La niña desarrolla un deseo sexual por su propio padre y culpa a su madre por no haberle dado uno o, directamente, haberla castrado, aparentemente. Lo interpreta como una especie de castigo de la madre por atraer a su padre. La niña redirige sus impulsos sexuales de su madre a su padre, comprendiendo que sí puede mantener una relación heterosexual, pero con el padre. Aspira a adquirir el mismo rol sexual que su madre, y así poder eliminarla y sustituirla.

En principio sucedería algo similar en el caso de los niños, solo que la principal diferencia es el enfoque de los impulsos sexuales, puesto que en el caso masculino no se necesita cambiar de la madre al padre. Como ya tienen pene los niños podrían tener una relación heterosexual con sus madres, sin necesidad de redirigir sus impulsos sexuales hacia el otro progenitor. Los niños se sienten identificados sexualmente con su padre, aunque también se sienten castrados, puesto que la presencia de su progenitor masculino les impide poder relacionarse sexualmente con su madre.

Críticas al concepto de envidia de pene

En la actualidad la idea de la envidia de pene ha quedado muy obsoleta debido a lo machista, pseudocientífica y éticamente cuestionable que resulta. Básicamente, la idea detrás de este concepto es que las mujeres quieren parecerse a los hombres anatómicamente porque ellos disponen de un órgano que les da poder, y es solo ese órgano lo que completa a una persona. Se podría interpretar de la teoría del desarrollo psicosexual freudiana que las mujeres son hombres incompletos.

Hoy en día el mismísimo psicoanálisis, o al menos las corrientes que sí han evolucionado dentro de él, rechazan estas ideas. Aún así el término se sigue usando de forma coloquial para decir que las mujeres desearían tener un pene o describiendo la ansiedad que sufren algunos hombres por el tamaño de sus genitales, puesto que seguimos viviendo en una sociedad en la que el falo parece tener mucha importancia desde una perspectiva antropológica.

De entre las críticas más destacables al concepto de envidia del pene lo tenemos en la figura de Karen Horney, psicóloga que se atrevió a criticar a la mayor corriente de pensamiento de su tiempo. Nacida cerca de Hamburgo en 1885 logró estudiar medicina en una época en que las mujeres tenían serias dificultades para poder cursar estudios universitarios, lo cual ya dice bastante del tipo de persona que era.

Acabada la carrera, Horney se especializó en psicoanálisis en Berlín bajo la tutela de Karl Abraham, uno de los discípulos más destacados de Freud. Abraham no solo le enseñaba acerca esta escuela psicológica, sino que además le ofrecía terapia, puesto que Horney estaba aquejada de depresión y problemas sexuales en su matrimonio.

La interpretación de Abraham fue que Horney ocultaba sus deseos incestuosos reprimidos hacia su padre, explicación a Horney consideró verdaderamente estúpida y, para colmo, no le servía en nada para arreglar su situación sentimental. Fue así como empezó a poner en duda el psicoanálisis, algo que le haría ganar bastante popularidad con el tiempo.

En base a sus primeras críticas a la mayor corriente de pensamiento de su época, era cuestión de tiempo que se enfrentara al concepto freudiano de la envidia de pene. Horney no se creía en absoluto que las niñas, ya desde pequeñas, pudieran sentir envidia de un órgano. Lo que sí creía era que, en realidad, sentían envidia de los derechos y privilegios que poseían los hombres por el simple hecho de disponer de falo, y que ansiaban poder disfrutar de semejante posición en la sociedad.

Todavía estando en Alemania y trabajando en el Instituto Psicoanalítico de Berlín, Horney se dio cuenta de que los supuestos psicoanalíticos no se ajustaban a la realidad de la conducta humana. El psicoanálisis se había enfocado demasiado en una visión biologicista del comportamiento, en vez de tratar los problemas psicológicos en clave social, como era el caso de la envidia de pene. No era una cuestión de tener pene o no, era una cuestión de que entre hombres y mujeres había una marcada desigualdad social. Sin saberlo, Horney estaba sembrando la semilla de la psicología feminista.

Su visión sobre el concepto de envidia del pene no se limitó a ponerlo en duda, sino que, además, le dio la vuelta de una forma bastante radical. Quienes sentían envidia en lo biológico no eran las mujeres de los hombres por tener pene, sino que eran los hombres de las mujeres porque era el sexo femenino el que podía engendrar vida, dar a luz. Los hombres ponían el semen, pero quienes “fabricaban” un nuevo ser humano era, sin lugar a dudas, quienes poseían útero, de ahí que hablara de la envidia de útero o de vagina.

Referencias bibliográficas:

  • Laplanche, Jean & Pontalis, Jean-Bertrand (1996), Diccionario de Psicoanálisis, traducción Fernando Gimeno Cervantes. Página 118. Barcelona: Editorial Paidós. ISBN 978-84-493-0256-5.
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  • Friedan, Betty (2013) [1963]. The Sexual Solipsism of Sigmund Freud. The Feminine Mystique (50th anniversary ed.). New York: W.W. Norton. ISBN 9780393063790.
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