¿Te suena la frase? Resulta que tienes la vida que siempre quisiste llevar: tienes el trabajo que siempre soñaste, una pareja y unos hijos maravillosos, un coche, una casa y suficiente tiempo libre para viajar y estar con amigos. Pero, sin embargo, no eres feliz. ¿Por qué?
Aunque parezca mentira, es un pensamiento bastante más habitual de lo que imaginas. A continuación, te explicamos a qué se debe esta idea tan molesta.
'No soy feliz'. ¿Es esto cierto?
El primer punto para tener en cuenta es que un pensamiento no siempre se corresponde con algo real. Me explico. Demasiado a menudo, nuestros pensamientos se nos antojan algo así como una sentencia, y, por tanto, nos los creemos a pies juntillas. La primera buena noticia es la siguiente: no todos los pensamientos son verdad.
Si los pensamientos son, simple y llanamente, palabras que se repiten de forma bastante aleatoria en nuestra cabeza, deberemos tomar suficiente perspectiva respecto a ellos para poder tener una visión más realista de la situación. Los pensamientos están formados por nuestras propias impresiones de la realidad y, por tanto, impregnados de subjetivismo.
Así, ante la idea repetitiva del “no soy feliz”, lo más práctico es alejarnos debidamente de ella y cuestionar la veracidad de la misma.
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¿Cómo saber si mi pensamiento es una distorsión?
Con lo enunciado hasta ahora no queremos decir que el pensamiento de “no soy feliz” sea siempre una invención o una exageración. A veces, lo que nos viene de forma reiterada a la mente es fruto de un problema real, y escucharlo nos puede dar muchas pistas sobre qué no está bien en nuestra vida.
Si, una vez examinado el pensamiento con la suficiente imparcialidad, seguimos pensando que no somos felices, tendremos que indagar un poco más para llegar al fondo de la cuestión. Existen momentos en la vida, las llamadas “crisis vitales”, en las que podemos sentir que hemos perdido el sentido de nuestra existencia. Como todo lo relacionado con la mente, no existe el blanco y negro.
Un pensamiento semejante puede resultar simplemente una distorsión, como ya hemos dicho, o un indicio de estar atravesando una crisis. Si no te sientes capaz de resolver tu estado, la mejor solución es acudir a un terapeuta.
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Las crisis vitales
Las crisis vitales sobrevienen cuando nos encontramos en situaciones a las que no encontramos una respuesta adecuada, puesto que nuestra manera habitual de resolver ciertos problemas ya no nos sirve.
Una crisis vital no tiene por qué ser mala, puesto que puede ponernos a prueba y empujarnos a encontrar caminos nuevos que, de otro modo, no nos habríamos atrevido a seguir. De esta forma, salimos más fortalecidos y capacitados.
Pero es innegable que existen crisis vitales que pueden hundirnos. Esto sucede habitualmente cuando la persona es incapaz de detectar la llegada de esta crisis y, por tanto, no puede prepararse mental y emocionalmente para ella.
Estaríamos hablando, por ejemplo, de rupturas abruptas de pareja, la pérdida de un trabajo que pensábamos que era seguro o la muerte inesperada de un ser querido. Estas situaciones son las denominadas “crisis accidentales”, que la persona afectada no está preparada para afrontar porque no ha podido planificar adecuadamente su respuesta.
Cuando esto sucede, muchas personas tienden a “mirar hacia otro lado”, es decir, a hacer ver que no pasa nada, cuando sí que pasa. Todo ello sólo comporta frustración, malestar y, de forma más habitual de lo que parece, trastornos psicológicos y depresiones. Esta sería una explicación para las altísimas cifras de depresión en países donde, aparentemente, las personas “lo tienen todo” para ser felices.
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¿Cómo afrontar estos momentos de crisis vital?
La vida no es estática; está en constante transformación. Es por ello por lo que una de las mejores herramientas para afrontar estos momentos de crisis es tener una respuesta adecuada para el momento en cuestión. Y esta respuesta no puede pasar por permanecer inmóviles o ajenos a lo que sucede.
Esto no significa, por supuesto, que no podamos sentir dolor. Es más, es necesario que lo sintamos. Una crisis vital siempre significa la pérdida de algo, ya sea una persona, un valor o una situación, por lo que es lícito y justo que nos permitamos sentir el dolor que la pérdida nos supone. Sin embargo, el dolor no puede opacar para siempre la necesidad de una respuesta al cambio.
Tomas Santa Cecilia
Tomas Santa Cecilia
Psicologo Consultor: Master en Psicología Cognitivo Conductual
Entonces, ¿cómo afrontar estas crisis vitales? En estos casos es muy productivo preguntarnos cuáles son nuestros valores y si los estamos siguiendo. No estamos hablando de valores genéricos, como por ejemplo “deseo la paz en el mundo”, sino de otros mucho más concretos, como preguntarnos qué tipo de trabajo queremos realmente y si en verdad damos tanta importancia al sueldo como creemos. Quizá nos sorprendamos respondiendo que no, que lo nosotros queremos es tiempo para ir al cine y tomar café con los amigos y que, para ello, estamos dispuestos a cobrar menos y hacer menos horas.
Lo esencial es ser sinceros con nosotros mismos; de lo contrario, nunca saldremos del incómodo pensamiento del “no soy feliz”.