Muchas veces ocurre que, al pasar de un sitio a otro, olvidamos lo que íbamos a hacer.
Es frecuente que esto ocurra cuando trazamos recorridos a los que ya estamos acostumbrados: ir al trabajo, a la escuela, etc. Nos damos cuenta, así, de que hemos tomado subconscientemente la ruta hacia nuestra oficina cuando en realidad queremos ir a visitar a un amigo, sólo porque ambas rutas comparten el tramo inicial y estamos más acostumbrados a ir hacia el trabajo que a visitar el piso del compañero.
Pensar en puertas
Esto se explica porque, al haber pasado tantas veces por el mismo sitio, nuestro cerebro codifica esta ruta como el camino a seguir por defecto, le da al botón del “piloto automático” y, mientras nuestros pies nos llevan tranquilamente por la ruta equivocada, nosotros podemos dedicarnos a pensar en otras cosas más interesantes. Sin embargo, en otras ocasiones nos olvidamos totalmente de lo que íbamos a hacer cuando estamos en nuestra propia casa, un sitio que frecuentamos tanto que no hay una “ruta por defecto”.
En estos casos, lo único que queda en nuestra consciencia es una sensación de haber tenido un objetivo muy claro segundos atrás, un propósito que ya no existe más que como una desorientación inexplicable. Además, como consecuencia de este aturdimiento nos cuesta recapitular mentalmente las acciones que hemos llevado a cabo justo antes de encontrarnos donde estamos y, quizás por eso, no advertimos que lo último que hemos hecho antes de que nuestro destino desapareciera de nuestra mente es… pasar por una puerta.
Secuencias cortadas
Sorprendentemente, la clave de estos pequeños misterios cotidianos podría estar justamente ahí, en las puertas. Existen indicios de que pasar por una influye en nuestros recuerdos de manera inconsciente y que, en realidad, el simple hecho de imaginar que pasamos por una puerta puede causar estos borrones de memoria (Radvansky et al, 2011) (Lawrence & Peterson, 2014). Es decir, que pensar en puertas puede facilitar que olvidemos el hilo conductor de lo que estábamos haciendo. La explicación es problemática, pero podría ser la siguiente: las puertas actúan como divisores de nuestros recuerdos.
Quizás por cuestión de rendimiento, nuestro cerebro parte nuestro flujo de experiencias en porciones más pequeñas. En ese sentido, la representación mental de una puerta actuaría como desencadenante de una de estas divisiones ejercidas sobre nuestra mente, cortando inconscientemente la “narración” de los hechos que vamos viviendo. Podemos pensar en estos fragmentos como las tomas cinematográficas que dividen una película cualquiera. De manera fortuita, aspectos importantes a la hora de desarrollar un plan de acción pueden perderse en este proceso de “corte” y no pasar al siguiente fragmento: por eso muchas veces nos levantamos del sofá y terminamos paralizados por la incerteza unos metros más allá.
¿Sólo ocurre al pensar en puertas?
Sin embargo, por esta misma lógica hay otros elementos que pueden tener el mismo efecto sobre nosotros. Por ejemplo, se ha llegado a observar cómo las frases que introducen una discontinuidad temporal producen el mismo efecto. Así, cuando leemos algo parecido a “una semana después…”, nuestra capacidad para asociar recuerdos es menor para aquellos recuerdos que se encuentran a uno y otro lado de esa división temporal si los comparamos con recuerdos que se encuentran en un sólo fragmento (Ezzyat et al, 2010).
Es también por este mecanismo de división por lo que es tan fácil tener la necesidad de releer las últimas líneas después de darnos cuenta de que la narración que estamos leyendo ha dado un salto en el tiempo o en el espacio (y, por lo tanto, es diferente a la última que recordamos). La culpa no es del libro, ni tiene por qué ser debido a que lo que leemos carezca de interés. El responsable de que sucedan estas cosas es el sistema de ensamblaje de recuerdos que opera en nuestro cerebro.
Esto último es interesante porque resalta en carácter simbólico de este proceso. No es que estemos biológicamente predispuestos a olvidar al pensar en puertas, es que este es un efecto secundario de la carga simbólica de estos artefactos. Esto significa que prácticamente cualquier otro fenómeno perceptivo puede producir en nosotros el mismo efecto si subconscientemente le asignamos un significado similar al que suelen tener las puertas. ¿Oyes eso? Son los psicoanalistas, que ya están afilando sus lápices.
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