Un aspecto que sin duda nos define como especie desde el origen de nuestros tiempos es el hambre, la ingesta y la vasta manera en la que ha evolucionado y se ha desarrollado esta conducta. Desde la caza, la pesca y la recolección hasta la popularización global de cadenas de comida rápida, el hambre mueve el mundo. Y es que todas las personas, de diferentes maneras, la experimentamos y desarrollamos respuestas en función de ella en nuestro día a día.
En los últimos tiempos, ha crecido el interés de investigar el hambre desde diferentes y diversas aproximaciones. Teóricos de una multitud de disciplinas diferenciadas han puesto de manifiesto la necesidad de estudiar el hambre no meramente como una respuesta fisiológica a la falta de alimento o necesidad de energía, sino también como una conducta psicológica e influenciado por todo un entramado de factores sociales, personales y situacionales, entre otros.
Así, se plantea este artículo como una revisión sobre el concepto del hambre y buscando dar respuesta a la cuestión principal: ¿por qué comemos sin tener hambre? Esta pregunta se alza dando valor a la idea de que el hambre no puede entenderse simplemente como un fenómeno biológico; la psicología, la sociedad y la personalidad también entran en juego, y no siempre comemos por hambre; la ingesta es una conducta multifactorial.
Comer sin hambre: ¿qué es?
Seguro que alguna vez en tu vida has comido sin hambre. Imagina una cena familiar en la que, a los cinco minutos de empezar y prácticamente solo con ver la mesa tan llena de comida, ya parece que te has saciado. Aun así, has seguido comiendo; porque todo está tan bueno que no puedes parar, porque no quieres desperdiciar ni una miga o porque tu abuela acabaría contigo si rechazas un solo gramo de alimento.
Imaginando esta situación, es fácil darte cuenta de que comemos sin hambre en nuestro día a día e incluso, de maneras cotidianas. Comer es también un acto social; salir a tomar un café con tus compañeros/as de clase, pedir una tapa de bravas mientras te tomas esta cerveza o comerte un helado de camino a casa porque tu amiga lo estaba haciendo y a ti te ha entrado hambre. Comer sin hambre no es un fenómeno aislado, y además las investigaciones han determinado que no tiene influencia de la edad, género o grupo socioeconómico; es una tendencia que puede afectar a cualquiera.
Sin embargo, la ingesta sin hambre no solo tiene que ver con la vida en sociedad. Otro de los factores más determinantes para este comportamiento es la compleja relación entre las emociones y la comida. Muchas personas, cuando experimentan emociones intensas, ya sean positivas o negativas, tienden a comer sin hambre para lidiar con el dolor, buscar consuelo, sentirse mejor o, simplemente, buscar algo que hacer.
Además, la omnipresencia de alimentos altamente procesados y tentadores en nuestro entorno cotidiano también desempeña un papel importante. La publicidad, el marketing y la disponibilidad constante de bocadillos y comidas rápidas pueden influir en nuestras decisiones alimentarias de manera inconsciente, llevándonos a comer sin necesidad física.
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Fisiología del hambre
Para entender el hambre, la ingesta y por qué es tan común hacerlo sin tener hambre, es importante dividir las explicaciones en dos partes: la fisiología y la psicología. Empezaremos por entender la fisiología del hambre, entendiendo la forma en la que clásicamente se ha definido el hambre generalmente vinculada a la falta de alimentos o necesidad de energía corporal.
1. Teoría Homeostática
Las primeras explicaciones del hambre se originan con las investigaciones de Claude Bernard en el siglo XIX en tornos a los medios que equilibran los ambientes celulares. Estos dieron lugar a la homeostasis propuesta por Cannon, agrupando todos los mecanismos fisiológicos que regulan las variaciones internas y externas de todo elemento biológico. El hambre, por lo tanto, puede entenderse como parte de este sistema de regulación interna – externa entre diferentes cuerpos internos y fisiológicos.
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2. El reflejo trófico
Ya en el siglo XX, Turró propuso el reflejo trófico como el mecanismo por el que nuestros cuerpos detectan la necesidad de acceder a alimento. Alejándose de las explicaciones que situaban el origen del hambre en el estómago, propuso su origen en la necesidad de reparar pérdidas energéticas del organismo. Básicamente, definió el hambre como la necesidad de reparar las pérdidas energéticas del cuerpo guiadas por el reflejo trófico, un mecanismo neurológico perceptor de la necesidad de alimento.
3. Teoría central del hambre
Combinando los hallazgos mencionados anteriormente, Cannon y Washburn incluyeron en la concepción fisiológica del hambre al estómago. Siguiendo los sonidos estomacales producidos por Washburn en el laboratorio, cuestionaron su origen y midieron la intensidad de las contracciones estomacales al experimentar hambre.
Mediante estas contracciones se registra el hambre y por tanto localizan en el estómago el origen del hambre, concluyendo que la falta de alimento de este genera sus contracciones, que son a su vez percibidas mediante mecanismos como el reflejo trófico descrito anteriormente.
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Psicología del hambre
Pasando al factor personal y psicológico, es importante entender que el hambre no está exclusivamente determinada por factores fisiológicos, sino como venimos viniendo, recibe influencias de todo un entramado estimular; sociedad, entorno, experiencias previas, personalidad…
1. Condicionamiento y hábitos alimentarios
Uno de los factores fisiológicos clave es el condicionamiento y la formación de hábitos alimentarios. A lo largo de nuestras vidas, desarrollamos asociaciones entre ciertas situaciones, emociones o actividades y la comida. Por ejemplo, puede que hayas establecido el hábito de tomar un aperitivo mientras miras televisión, incluso si no tienes hambre en ese momento. Estos hábitos condicionados pueden llevarnos a comer sin hambre simplemente porque nuestra mente asocia ciertas circunstancias con la comida.
2. Entorno alimentario y disponibilidad de alimentos
Nuestro entorno desempeña un papel crucial en nuestras decisiones alimentarias. Por lo general, en nuestras sociedades occidentales, estamos rodeados de alimentos altamente procesados y tentadores, disponibles en todas partes, desde máquinas expendedoras hasta supermercados. Muchos teóricos hablan de que la ingesta en muchas ocasiones está principalmente determinada por la exposición a alimentos, y no tanto porque se tenga hambre en el momento de ingerir.
La publicidad y el marketing también influyen en nuestras elecciones alimentarias. Cuando los alimentos están constantemente a nuestro alcance y somos bombardeados con mensajes que promueven su consumo, es más probable que comamos sin hambre. La disponibilidad de alimentos y la exposición constante a estímulos relacionados con la comida pueden hacer que sucumbamos a la tentación incluso cuando no necesitamos alimentarnos.
3. Apetito desregulado
En algunos casos, las señales naturales de hambre y saciedad pueden estar desreguladas. Esto puede deberse a una serie de factores, como dietas restrictivas o la falta de atención a las señales internas de hambre y saciedad con el tiempo. Cuando nuestro sistema de regulación del apetito se ve alterado, es más probable que comamos en momentos inapropiados o sin una verdadera necesidad física.
4. Emociones y alimentación emocional
Uno de los factores más destacados en este contexto es la relación entre las emociones y la comida. Las emociones desempeñan un papel significativo en nuestra elección de alimentos y en la cantidad que consumimos. Cuando experimentamos emociones intensas, como el estrés, la tristeza, la ansiedad o incluso la felicidad, tendemos a buscar consuelo o celebración en la comida. Este fenómeno se conoce como "alimentación emocional".
La alimentación emocional puede llevar a consumir alimentos no por necesidad física, sino como una forma de regular nuestras emociones. Por ejemplo, algunas personas recurren a alimentos reconfortantes, como el helado o la pizza, cuando se sienten estresadas o tristes. Esta búsqueda de alivio emocional a través de la comida puede convertirse en un patrón de comportamiento que contribuye al hábito de comer sin hambre.
5. Aburrimiento
El aburrimiento es otro desencadenante común de comer sin tener hambre. Cuando no tenemos actividades estimulantes que ocupen nuestra mente, es fácil caer en la tentación de buscar distracción en la comida; simplemente por ocupar nuestro tiempo y espacio. El acto de comer puede proporcionar un escape momentáneo del aburrimiento y llenar el tiempo, incluso si no tenemos hambre física en ese momento.
Demasiadas respuestas para la misma pregunta
En el transcurso de este artículo, hemos buscando comprender a fondo conceptos relacionados con el hambre y la ingesta, con el objetivo de entender por qué en ocasiones comemos sin tener hambre según diferentes perspectivas y considerando tanto las explicaciones fisiológicas como psicológicas. La principal conclusión que podemos extraer de esto es que, al ser un fenómeno guiado por una serie tan diversa de factores, resulta imposible dar una sola respuesta a esta pregunta.
1. La alimentación y las emociones están estrechamente entrelazadas
Uno de los hallazgos más destacados es la profunda influencia de las emociones en nuestros hábitos alimentarios. Las emociones como el estrés, la tristeza y la felicidad pueden llevarnos a buscar consuelo o celebración en la comida, incluso cuando no tenemos hambre física.
2. Los hábitos alimentarios juegan un papel importante
El condicionamiento y la formación de hábitos alimentarios también son factores significativos que contribuyen al comer sin hambre. Nuestras asociaciones entre situaciones específicas y la comida pueden llevarnos a consumir alimentos de manera no tan consciente o controlada.
3. El entorno alimentario y la disponibilidad influyen
Comer es un fenómeno social y en multitud de ocasiones, llevamos a cabo esta conducta como una forma de pertenecer al entorno en el que estamos o como una respuesta a la mera disponibilidad de comida.
4. Las consecuencias para la salud son significativas
Comer sin tener hambre puede tener consecuencias negativas para la salud, incluyendo un aumento de peso no deseado y problemas de salud asociados, así como un impacto en la salud mental debido a la relación emocional con la comida.