Basofobia: síntomas, causas y tratamiento

¿Qué es la basofobia? Veamos un resumen sobre las características de la fobia a las caídas.

Basofobia
Un resumen acerca de la basofobia.

Todas las personas llevamos a cabo, cada día, acciones que no requieren de nuestra atención. Uno de estos actos es el de andar, que pese a estar sujeto a un notable grado de coordinación motora, tiende a automatizarse desde muy temprana edad.

Cuando andamos desplazamos nuestro peso hacia delante, cambiando el eje de gravedad y ubicando ambos pies de modo que el cuerpo se mueva en el espacio sin dar de bruces con el suelo o contra un obstáculo. Todo ocurre sin la necesidad de pensar en detalle en qué está sucediendo.

Es por este motivo que muchos se sorprenden al descubrir que es posible tener miedo de errar en este "sencillo" proceso, y sufrir como consecuencia una aparatosa caída. Tal temor, más común de lo que se cree, es conocido como basofobia.

En este artículo hablaremos sobre este miedo concreto, sobre sus causas y tratamientos, así como sobre cuál es el colectivo con un mayor riesgo de padecerlo.

¿Qué es la basofobia?

La basofobia es una fobia específica, y por ello puede considerarse como un trastorno de ansiedad. La persona que lo padece refiere un miedo muy incapacitante ante la posibilidad de trastabillar y caer mientras se desplaza de un lugar a otro. El hecho de que la deambulación sea un acto absolutamente común, necesario para desarrollar la cotidianidad, convierte este miedo en un problema que limita de manera muy notable la autonomía y la participación en actividades de la vida diaria.

Síntomas

Este miedo suele tener una serie de causas identificables, que analizaremos en detalle en la siguiente sección, y tiende a mantenerse a través de un proceso de evitación deliberada.

Son muchas las personas con basofobia que, ante la experiencia de este temor irresistible, toman la decisión de dejar de andar de una manera permanente. Así, llegan a permanecer mucho tiempo en situaciones de sedentarismo extremo, resintiéndose a nivel físico mientras el miedo sigue aumentando.

Es importante tener en cuenta que la mayor parte de las personas que viven con basofobia (conocida también en la literatura como fear of falling o "miedo a caer") son adultos mayores con problemas físicos adicionales, en especial en el sistema locomotor, por lo que se trata de un problema que puede exacerbar el declive de su salud o el riesgo de complicaciones en otros órganos o sistemas. Es por ello que su detección y su tratamiento precoz tienen una importancia capital.

Las personas con basofobia también pueden referir emociones difíciles con gran frecuencia, puesto que la inactividad que se deriva de ella implica una sucesión de pérdidas importantes (sociales, laborales, etc.). Por ello es habitual que concurran trastornos del estado de ánimo o una sensación dolorosa de soledad.

Causas de la basofobia

A continuación presentaremos las principales causas de basofobia. Se incluirán aspectos tanto físicos como psicológicos, los cuales a menudo pueden presentarse a la vez o incluso interactuar entre sí, potenciándose los unos a los otros.

1. Historia previa de caídas

La mayor parte de las investigaciones sobre la basofobia indican que la historia de caídas en el pasado es una de las principales razones por las cuales se puede desarrollar esta forma de miedo. Así, el recuerdo de tropezar y caer se almacenaría como una huella emocional en la narrativa de la vida, lo que condicionaría la capacidad para andar con normalidad. Si bien es posible desarrollar la fobia sin haber vivido una caída grave en la propia piel, lo cierto es que la mayoría de quienes la padecen señalan haberlo hecho.

Se establece una relación en dos direcciones: las personas que han caído alguna vez tienen más miedo a caer que quienes nunca lo han hecho, pero también ocurre que las que temen más intensamente una caída tienen un riesgo mayor de sufrirla que quienes se sienten más seguros. Como consecuencia se traza un ciclo vicioso entre la experiencia y la expectativa, cuya resolución necesita de un procedimiento terapéutico personalizado.

2. Ansiedad y control de la postura

Cuando se instaura el miedo a caer, quien lo padece presta una atención excesiva a todo el proceso que implica trasladarse de un lugar a otro, haciendo que pierda la normalidad con la que se desarrollaba hasta ese momento. Por ello, esta coordinación automatizada se vería condicionada por una percepción de amenaza o peligro, que implicaría una necesidad nociva de control y seguridad.

Esta supervisión altera el funcionamiento de la marcha a muchos niveles. Sabemos que las personas con basofobia adoptan una mayor rigidez en los grupos musculares implicados en el andar; limitando el rango de movimientos y alterando el centro de equilibrio mediante la contracción del músculo tibial anterior, el sóleo y los gemelos. Esta variación puede aumentar el riesgo de una nueva caída (o la primera en quien nunca vivió una antes).

Tal alteración deliberada de la marcha es una conducta de difícil control, mediante la cual la persona intenta anticiparse a alguna situación inesperada que aumente el riesgo de caer: un obstáculo que se anteponga en el camino, un desnivel en el terreno o un mareo. Es por ello que resulta más común en aquellas personas que conviven con síntomas ansiosos en los que se advierte una preocupación constante por lo que pueda suceder en el futuro.

Incluso en una posición erguida, en la que no se anticipa necesidad de andar, las personas con basofobia se sienten temerosas y ven mermada la confianza en su propio equilibrio, precipitándose una hiperactivación del sistema nervioso autónomo (y más concretamente de su rama simpática). Este fenómeno fisiológico se vincula a sensaciones como taquicardia, taquipnea, sudoración, sensación de irrealidad e inestabilidad; e incrementan por sí mismos el riesgo de caer.

3. Aumento de la demanda cognitiva

Las personas mayores con basofobia tienen un riesgo mayor de caerse, así como un temor más importante a que esto les suceda, cuando al hecho de deambular se añade una actividad simultánea que requiera un esfuerzo cognitivo. Es por ello que pueden sentirse inseguras en lugares desconocidos, pues allí deben dedicar muchos más recursos atencionales a valorar las propiedades del entorno físico (presencia de obstáculos y elementos de soporte, por ejemplo).

Esta circunstancia también implica que las personas que padecen algún deterioro de sus funciones cognitivas tengan un riesgo superior de caerse que quienes las tienen preservadas, pues en el primero de los casos es más fácil que se excedan los recursos disponibles para el procesamiento de la información. Este es uno de los motivos por los que los pacientes con demencia caen con mayor frecuencia que los individuos que no sufren estos problemas neurodegenerativos.

4. Pobre función física o necesidad de ayudas para la deambulación

Las personas que se perciben físicamente limitadas (por accidente, cirugía o patología) pueden tener un riesgo mayor de desarrollar esta fobia. En tal caso, la autoeficacia para el movimiento puede verse seriamente alterada, perdiéndose la confianza y moldeándose una sensación de inseguridad generalizada. Este problema aumenta cuando se requiere ayuda para andar, como muletas o un bastón.

Muchos estudios remarcan que lo realmente importante para explicar el miedo a caer no es el estado físico objetivo, sino la percepción que la persona tiene de él. Así, un sujeto con menor movilidad podrá no tener este problema siempre que confíe en su propia capacidad, y considere que su cuerpo se encuentra en un buen estado de forma. La institucionalización de las personas mayores puede aumentar el riesgo de padecer basofobia, sobre todo si el centro residencial en el que están no dispone de información sobre este problema.

5. Uso de fármacos

Las personas mayores eliminan los fármacos más lentamente que las jóvenes. Asimismo, también refieren más efectos secundarios que estas (y de una mayor intensidad), por lo que es necesario ser cautos en la administración de compuestos que pudieran provocar mareos o inestabilidad en las personas que padecen basofobia.

A veces, con el fin de tratar la ansiedad que se asocia directamente con la basofobia, se decide administrar benzodiacepinas. Se trata de un subgrupo de fármacos con propiedades miorrelajantes, hipnóticas y ansiolíticas. Pues bien, en algunos casos pueden provocar una somnolencia y laxitud muscular indeseable en quienes viven con este problema fóbico (sobre todo a primera hora de la mañana), por lo que debe vigilarse al extremo su uso y sus efectos en estos casos concretos.

Tratamiento de la basofobia

La basofobia puede ser tratada a través de programas terapéuticos que incluyen cuatro componentes principales: los ejercicios físicos, la psicoeducación, la exposición y el uso de medidas protectoras o de seguridad.

En lo relativo a los ejercicios físicos, se han propuesto actividades dirigidas a mejorar la sensación de equilibrio. Incluyen movimientos de sentarse y levantarse, realizar pasos hacia todas las direcciones mientras se mantiene una posición de pie, inclinar el cuerpo para explorar los límites de la estabilidad, tumbarse y levantarse (puesto que en ocasiones la hipotensión ortostática contribuye al miedo) y la práctica de deportes en equipo (adaptados).

En cuanto a las estrategias psicoterapéuticas, se opta por el uso de psicoeducación (ofrecer información sobre el problema que reduzca la presencia de ideas preconcebidas y nocivas), reestructuración cognitiva (identificación y debate de las ideas irracionales) y exposición (tanto in vivo como en imaginación o a través del uso de nuevas tecnologías).

Las medidas protectoras implican modificar el entorno físico con el objeto de incrementar la sensación de seguridad en los espacios de funcionamiento habitual, así como hacer uso de elementos que minimicen las potenciales consecuencias anticipadas de una potencial caída (protección en las zonas del cuerpo que la persona percibe vulnerables o frágiles, tales como la cabeza o las rodillas).

De entre todas estas estrategias, las que han mostrado una mayor eficacia son aquellas que combinan tanto los ejercicios físicos como la intervención psicológica, siendo necesaria la elaboración de programas multidisciplinares que aborden la realidad de la persona en su totalidad. El uso por separado de una u otra ha mostrado también efectos positivos, pero tienden a diluirse rápidamente a medida que transcurre el tiempo.

Referencias bibliográficas:

  • Seonhye, L., Eunmi, O. y Gwi-Ryung, S.H. (2018). Comparison of Factors Associated with Fear of Falling between Older Adults with and without a Fall History. International Journal of Environmental Research and Public Health, 15, 1-12.
  • Stojanovic, Z., Kocic, M., Balov, V., Milenkovic, M., Savic, N. e Ivanovic, S. (2016). Fear of Falling. Praxis Medica, 44(3), 61-66.
  • Young, W.R. y Williams, M. (2015). How fear of falling can increase fall-risk in older adults: applying psychological theory to practical observations. Gait Posture, 41(1), 7-12.

Doctor en Psicología Clínica

Joaquín Mateu-Mollá (Valencia, 1985) es Psicólogo General Sanitario y Doctor en Psicología Clínica por la Universidad de Valencia. Cuenta con estudios de postgrado en Psicopatología (Máster Oficial), y se dedica tanto a la docencia como a la investigación y la divulgación científica.

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