Las frases que pensamos y la forma en palabras como las pronunciamos solo tienen sentido si siguen unas determinadas reglas del idioma en el que se expresan: un orden gramatical razonablemente correcto, estar ordenandas de una determinada forma y que las palabras que las conforman sean conocidas por las personas que las escuchan y las piensan. Cualquier cambio en alguno de estos parámetros puede variar el significado de la frase y, consecuentemente la interpretación de la misma o su propia veracidad.
Pero el significado de las palabras y la contextualidad de las frases no solo se pueden ver alterada por estos parámetros sintácticos y semánticos. Existen otros elementos con gran capacidad para influir en cómo entendemos e interpretamos lo que decimos o lo que nos dicen. La forma, el tono y el ritmo en cómo se dicen las cosas, también ejerce una notable influencia en la manera cómo las entendemos, en cómo las pensamos y en cómo creemos que nos afectan.
¿Qué son los cambios de lenguaje?
Cuando hablamos sobre los procesos de nuestras vidas, rara vez somos conscientes de que estamos teniendo pensamientos sobre esos acontecimientos que estamos contando. Nos centramos totalmente en el contenido de esos pensamientos, con poca o ninguna consciencia del proceso por el que los hemos elaborado ni del proceso mental que lleva de un pensamiento a otro, y de este al siguiente.
Es decir, nos cuesta entender que, finalmente, un pensamiento es solo eso, un pensamiento, un conjunto de palabras y frases que, a veces (particularmente cuanto tenemos algún tipo de conflicto psicológico), asociamos literalmente con nuestra experiencia real. Tenemos la impresión de que estamos describiendo literalmente el contenido de nuestro pensamiento y cómo nos está afectando.
Nos centramos totalmente en el contenido de esos pensamientos, con escasa o ninguna consciencia – particularmente en los que son disruptivos y rumiantes – del proceso mental que lleva de un pensamiento al otro. El hecho de centrarnos en la literalidad de lo que pensamos y de los que hablamos, nos distrae del contenido absorbente de esos pensamientos y su efecto sobre nosotros.
Cuando, en psicoterapia, enfocamos a nuestros pacientes hacia el advertimiento de los procesos de producción de las palabras con las que construimos esos pensamientos angustiosos, problemáticos, propiciamos el que la persona caiga en la cuenta que esos pensamientos no son el reflejo exacto ni de nuestro mundo interior, ni del circundante.
Los cambios de los parámetros del lenguaje con los cuales construimos pensamientos y su expresión como inequívocos de la experiencia de la persona, requiere de gran empatía y actuación prudente por parte del profesional de la psicoterapia. Algunas técnicas, especialmente las de defusión cognitiva, favorecen el desplazamiento de la atención desde el contenido de los pensamientos hacia los procesos que los generas y, en consecuencia, que percibamos la realidad y el mundo tan falible como las personas que lo crean.
Consejos para psicoterapeutas
Algunas de las técnicas que podemos utilizar con este objetivo son técnicas breves y se pueden incorporar con facilidad al diálogo y la conversación con los pacientes. Técnicas sencillas, que permiten dar lugar a que se produzca distanciamiento entre las personas y sus pensamientos. Por ejemplo, técnicas iniciales poco invasivas como las convenciones “mente y pensamientos”, facilitan que el paciente empiece a experimentar los pensamientos solo como pensamientos y que aprenda a diferenciarlos y a defusionarse (a dejar de tomarlos demasiado en serio) de aquellos problemáticos.
Un ejercicio como el de “repetición de palabras” también funciona bien para no tomarse un pensamiento al pie de la letra. Consiste en que, a través de la repetición exagerada de una palabra, conseguirnos desmantelar su contenido problemático y poner de manifiesto su naturaleza arbitraria. Mientras tu cliente está comentando pensamientos o temas que le angustian, selecciona de su narración una palabra que pueda, más o menos, condensar todo su malestar, y házsela repetir en un tono neutro, descontextualizado, muchas veces.
Este ejercicio, bien llevado (probablemente, con la incursión de una palabra neutra para ensayar), permite que el cliente acabe por empezar a desconfiar más del contenido literal de sus pensamientos y de las palabras problemáticas que lo sustentan.
Otra práctica de interés para terapeutas, en el marco de las terapias contextuales, es la conocida como “tener un pensamiento”. Se trata de otra técnica con potencial para centrar la atención de la persona en el hecho de que están generando un pensamiento o pensamientos problemáticos, perturbadores y molestos, no expresando verbalmente una verdad. Una técnica que, bien empleada, resulta especialmente eficaz para frenar los enredos de los relatos y fijarse más en porqué y cómo construimos un determinado pensamientos problemáticos que en el contenido mismo de esos pensamientos.
“Contrastar los pensamientos con el momento presente, el habla lenta y las voces absurdas”, y otras tantas, son técnicas de defusión de pensamientos problemáticos, disruptivos, obsesivos y rumiantes que, como las expuestas un poco más detalladamente, permiten cambiar los parámetros linguísiticos de los contenidos de los pensamientos y de la forma en cómo los expresamos, para dar lugar a que se produzca un necesario distanciamiento de esos contenidos mentales y verbales que generan tanto malestar. Del distanciarse de los pensamientos problemáticos, si te parece, lo hablamos más detenidamente en un próximo artículo.