A pesar de que en las películas y las series en televisión los personajes malvados tienden a ser indiscutiblemente malvados y egoístas, hace mucho que se sabe que incluso los seres humanos que han cometido verdaderas atrocidades son capaces de conservar un sentido de la ética muy arraigado en su día a día y creer que lo que hacen no está mal. En cierto sentido, parece como si la autoimagen y el hecho de romper o no normas fueran relativamente independientes entre sí, de modo que incluso las personas que más tienden a traicionar sus principios son capaces de conservar una visión amable de sí mismas.
¿Cómo puede ocurrir esto? Investigadores como Dan Ariely sostienen que los seres humanos tenemos una increíble capacidad para engañarnos a nosotros mismos o, más bien, de dejar pasar a nuestra vertiente "racional" solo la parte de información que interesa. Así, no tendríamos que dedicar ningún esfuerzo a construir un relato sesgado sobre por qué hemos actuado de manera no ética: este relato se construiría automáticamente, a partir de un filtrado de datos totalmente interesado y del que nuestra autoimagen saldrá bien parada.
Recientemente, una investigación realizada por las psicólogas Maryam Kouchaki y Francesca Gino (de la Northwestern University y la Hardvard University, respectivamente) ha aportado pruebas sobre un filtrado parecido que afecta a la memoria. Según sus resultados, nos cuesta más recordar las acciones poco éticas que otro tipo de acontecimientos. Es decir, que experimentamos lo que ellas llaman "unethical amnesia", o amnesia de lo inmoral y que es posible que este fenómeno exista por nuestro bien.
Sospechosamente olvidadizos: la ética se difumina
La razón de ser de la unethical amnesia se fundamenta, hipotéticamente, en el estado de malestar que genera el hecho de saber que se ha actuado de modo poco ético y violando los principios vitales que se procura seguir.
La aparición de esta tensión incómoda, que generaría un tipo de disonancia entre "lo que debería ser" y "lo que es" activaría algunos mecanismos de defensa y de afrontamiento hechos para que el malestar desaparezca, y uno de ellos sería la tendencia a mostrarnos especialmente olvidadizos con los acontecimientos que comprometen nuestro sentido de la ética.
Los experimentos
En una de las pruebas que realizaron Kouchaki y Gino, 279 estudiantes debían realizar un simple ejercicio en el que debían intentar adivinar el número que saliese al lanzar un dado de seis caras a lo largo de veinte tiradas. Cada vez que adivinasen el número, recibirían una pequeña cantidad de dinero como premio.
Algunos de estos participantes eran obligados a decir de antemano el número que creían que debía salir, mientras que otros simplemente podían decir si se había cumplido su previsión o no, de modo que lo tenían muy fácil para mentir y llevarse una suma de dinero que según las normas fijadas no les correspondía.
Después de pasar por esta pequeña prueba, todos los participantes tenían que completar un cuestionario en el que se incluían preguntas sobre sentimientos de disonancia moral y autoconcepto diseñadas para que quedase registrado en qué medida se sentían bien consigo mismos, si se sentían algo avergonzados, etc. Tal y como estaba previsto, por lo general las personas que pertenecían al grupo de participantes a los que se les había dado la oportunidad de mentir tendían a reflejar una mayor sensación de malestar en sus respuestas de cuestionario.
Días más tarde...
Y aquí es donde aparece el olvido de las acciones poco éticas. Dos días después de haber realizado la prueba del dado y la compleción del cuestionario, las personas del grupo de participantes a los que se les había dejado hacer trampas mostraron más dificultades a la hora de recordar los detalles del experimento.
Sus recuerdos sobre la tarea de lanzar los dados eran menos intensos, menos claros y con menos elementos que los del resto de voluntarios. Posiblemente, algo en los cerebros de estas personas había estado actuando para deshacerse relativamente rápido de la información acerca de lo ocurrido.
Volviendo a la situación inicial
Además de obtener pruebas sobre este curioso mecanismo de olvido estratégico de información incómoda, las dos investigadoras también llegaron a otra conclusión: las personas del grupo al que se le había permitido hacer trampas volvían a sentirse bien consigo mismas muy rápidamente.
De hecho, dos días después de haber jugado con el dado sus puntuaciones en cuestionario de autoconcepto y disonancia moral no eran diferentes a las del resto de participantes.
¿Es la amnesia de lo inmoral algo útil?
Dado que en nuestro día a día es relativamente fácil que rompamos varias veces ciertas reglas morales, por pequeñas que sean, puede ser que la unethical amnesia nos mantenga a salvo de crisis de ansiedad producidas por el hecho de constatar una y otra vez que no somos capaces de cumplir con ciertos objetivos ideales. En este sentido, el hecho de hacer más difícil la evocación de recuerdos negativos sobre la ética de uno mismo puede ser un mecanismo útil y adaptativo.
Sin embargo, la existencia de este fenómeno conllevaría ciertos inconvenientes, teniendo en cuenta que nos puede llevar a tener muy pocos motivos para actuar según nuestra escala ética y saltarnos todas las normas de manera oportunista.
Amnesia hacia lo que está por venir
De hecho, en otra parte de la investigación anterior, Kouchaki y Gino hicieron que a la prueba de lanzar los dados le siguiera una en la que los participantes debían solucionar unos puzzles con palabras, ganando dinero con cada acierto. Los participantes pertenecientes al grupo a los que se les había permitido hacer trampas en el juego del dado eran significativamente más propensos a hacer trampas también en esta segunda prueba.
Esto podría ser un signo de que la amnesia de lo inmoral no solo tendría consecuencias sobre lo que acaba de pasar, sino que podría abrir una ventana de oportunidad para que volvamos a actuar de manera poco honesta.
Puede que existan ciertos mecanismos mentales que nos ayudan a conservar una buena opinión de nosotros mismos, pero también podrían hacer más fácil que entrásemos en una espiral de transgresión de la ética.