El hígado es un órgano de suma importancia en nuestra especie y en el resto de vertebrados. Esta estructura, en el ser humano, pesa unos 1.800 gramos, es decir, un 2 % de la masa corporal de un individuo adulto.
Con un peso tan pequeño, el hígado es capaz de recibir 1.500 mililitros de sangre por minuto, valor solo superado por el corazón (la cifra asciende a 5.000 mililitros por minuto). Las funciones de este órgano, como veremos en líneas posteriores, son esenciales para el bienestar fisiológico del organismo y la persistencia de las especies en el tiempo.
Todos conocemos la importancia del hígado, pero, ¿sabes qué unidades funcionales lo construyen? Hoy abordamos el mundo de los hepatocitos, las células que predominan en el tejido hepático y dan forma a este órgano esencial para la vida.
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Los hepatocitos: células de función esencial
En primer lugar, resulta de especial interés conocer que los hepatocitos suponen el 80% del hígado y forman su parénquima, es decir, el tejido especializado en las funciones que definen al órgano. Antes de entrar en cuestiones morfológicas y funcionales, repasamos las funciones del hígado (y por ende, los hepatocitos) en unas pocas líneas. Vamos a ello:
- Producción de bilis: a pesar de que se almacena en la vesícula biliar, esta sustancia descomponedora se sintetiza en el hígado.
- Producción de ciertas proteínas sanguíneas y colesterol, un importante precursor de hormonas y unidad funcional en las membranas celulares.
- Depuración de fármacos, sustancias nocivas y transformación de amoniaco nocivo en urea.
- Producción, almacenamiento y liberación de glucosa en forma de glucógeno.
- Procesamiento de la hemoglobina, hemoproteína esencial para el transporte de oxígeno a los distintos órganos del cuerpo.
En general, se pueden resumir todas estas funciones y muchas más en una serie de términos clave: síntesis, almacenaje, metabolismo y detoxificación. Desde luego, estamos ante uno de los órganos más multifuncionales y esenciales en todo el cuerpo.
Morfología de los hepatocitos
Una vez hemos descrito de forma general las funciones del hígado y te he hemos mostrado algunas estadísticas interesantes para encuadrarlo desde un punto de vista fisiológico, es hora de hacernos con un bisturí y un microscopio, con el fin de analizar la característica morfología de los hepatocitos.
En primer lugar, resulta interesante conocer que estas células son de naturaleza poliédrica o prismática, es decir, tienen una forma geométrica con varias caras (generalmente 6). Estas estructuras individuales se observan con un microscopio óptico, pues son grandes, de unos 20-40 micrómetros de diámetro.
También es característico de este tipo celular el presentar dos núcleos esféricos, los cuales ocupan del 20 al 25% de la célula. Además, estos son tetraploides, es decir, presentan 4 juegos de cromosomas encerrados en el núcleo (en vez de 2, como es el caso de la mayoría de las células del cuerpo humano, de naturaleza diploide).
En lo que al citoplasma se refiere (parte de la célula que rodea el núcleo y que está delimitada por la membrana exterior), destaca el hecho de que posee inclusiones de glucógeno y grasa, dato que se encuentra claramente justificado por la función de almacenaje que realiza el hígado.
También cabe destacar que sobre este medio se encuentran abundantes mitocondrias de pequeño tamaño (de unas 800 a 1.000 por célula), lo que ocupa hasta un 25% de la superficie celular hepática en los mamíferos. Sin duda, esto evidencia el gran gasto metabólico y trabajo que los hepatocitos deben enfrentar.
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¿Cómo se organizan?
Sin entrar de lleno en términos histológicos complejos, podemos decir que estos tipos celulares están polarizados, es decir, tienen dos polos, uno sinusoidal y otro canalicular. Los sinusoides son canales a través de los cuales fluye la sangre desde los espacios porta hasta la vénula hepática, mientras que los canalículos biliares permiten la excreción y transporte de bilis desde los hepatocitos. Así pues, esta polaridad es esencial para el correcto funcionamiento de las células que aquí nos atañen.
Al contrario que otras células epiteliales, este tipo especializado no está anclado a una membrana basal, sino que la célula está rodeada por una matriz extracelular secretada por el propio hepatocito. Estos “espacios” facilitan el intercambio con los canales sinusoidales ya nombrados, pues a través de ellos, estas células captan agua, electrolitos, solutos orgánicos disueltos en el plasma sanguíneo (como ácidos biliares) o fármacos, los cuales son metabolizados y eliminados a partir del polo canalicular o biliar. Gracias a esta pequeña lección histológica podemos entender cómo el hígado es capaz de depurar la sangre.
Cabe destacar que, una vez la bilis es producida en los hepatocitos, esta desemboca a las vías biliares intrahepáticas, las cuales se reúnen al final en un conducto hepático común, que lleva la sustancia a la vesícula biliar, donde se almacena. Como en muchas otras estructuras de transporte, debemos imaginar esta serie de canales y tubos como un árbol: las células podrían ser el análogo de las hojas, y cada una de las ramas individuales, los pequeños conductos que desembocan en el tronco principal, en este caso el conducto hepático común.
Funciones de los hepatocitos
Abandonamos la materia histológica, pues existen algunos conceptos complejos por cubrir que, por desgracia, se escaparían un poco a las competencias de este espacio. Aun así, creemos que este previo resumen nos permite hacernos una idea general del funcionamiento y disposición de los hepatocitos.
Como habréis intuido con anterioridad, la principal función de este tipo celular es metabolizar sustancias que son producto de la digestión de los alimentos. Esto es posible porque los hepatocitos se encuentran irrigados (en el polo sinusoidal) por la venas porta, que recogen los compuestos resultantes de la digestión de la comida a nivel intestinal. Esto supone, a nivel celular, la síntesis y almacenamiento de proteínas, el metabolismo de los hidratos de carbono, el metabolismo de lípidos y la gluconeogénesis, es decir, la formación de glucosa a partir de precursores que no son glúcidos (como el lactato, piruvato o glicerol).
Por otra parte y como ya hemos dicho en líneas previas, estas células tienen una función catabólica (de degradación) de fármacos y otros compuestos tóxicos y de síntesis y transporte de la bilis a la vesícula biliar, un líquido esencial en el proceso de digestión.
La importancia de los hepatocitos y el hígado
Solo hace falta ver a un paciente con ictericia para darnos cuenta del enorme impacto que puede tener un fallo hepático sobre el organismo. La bilirrubina es un pigmento amarillento que resulta de la degradación de la hemoglobina de los glóbulos rojos reciclados. Esta sustancia se conjuga en el hígado y pasa a formar parte de la bilis y luego es excretada hacia el duodeno, lo que da color a las heces.
Cuando los hepatocitos son destruidos o sus conductos fallan, se genera un aumento de la bilirrubina a nivel tisular, lo que otorga al paciente el característico tono de la piel amarillo. Este síntoma suele venir acompañado de piernas y abdomen hinchados, cambios en el color de las heces y la orina y una gran facilidad a la hora de mostrar moratones superficiales.
Adicciones como el alcoholismo crónico pueden favorecer la aparición de todos estos signos, ya que la cirrosis no es más que el reemplazo del tejido hepático natural por un tejido fibroso cicatricial. Desde luego, los consejos y consideraciones para evitar el malestar hepático se explican solos: cuanto más expongamos a nuestro cuerpo a sustancias nocivas, más sufrirá el sistema depurador que nos permite estar vivos.
Resumen
¿Quién nos diría que un tipo celular tan específico nos iba a dar tanto de qué hablar? Los hepatocitos no solo son el componente esencial del hígado a nivel estructural, sino que sintetizan la bilis, metabolizan productos procedentes de la dieta y son capaces de degradar fármacos y otras sustancias nocivas presentes en el torrente sanguíneo.
No podemos finalizar este espacio sin hacer una triste pero necesaria mención al alcoholismo en el mundo, pues la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más de 3 millones de personas murieron en el 2016 por el consumo nocivo de alcohol, lo que supone una de cada 20 muertes a nivel mundial. Hasta cierto punto, mantener nuestro hígado sano es una cuestión de voluntad, razón por la cual un estilo de vida adecuado puede llegar a salvarnos la vida.
Referencias bibliográficas:
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