Escribo este artículo a colación del recientemente publicado "¿Qué es realmente el populismo?" del compañero Albert Borràs.
Si Albert ha escogido una perspectiva analítica, descriptiva y explicativa del concepto de populismo, yo escogeré una perspectiva política del mismo.
La razón populista irrumpe en España
Muy en boga en los medios de comunicación masivos y en las élites políticas y empresariales de nuestro país para intentar desprestigiar a Podemos, el denostado populismo parece volver a la orden del día. Se ha hablado mucho del populismo de extrema derecha en Europa y ahora parece que los vientos políticos del populismo de izquierdas de América Latina soplan con fuerza en nuestro territorio.
¿Por qué se critica tanto al populismo?
Como bien explica Albert, se le suele equiparar a la demagogia (ganarse apoyos políticos a través de favores al pueblo) pero tiene, evidentemente, un componente muy distinto. Hay algo común a los populismos de extrema derecha y de extrema izquierda que suele pasarse por alto: ambos nacen de las pasiones políticas del “pueblo”.
¿A qué se ha opuesto tradicionalmente las pasiones? A la razón, y, más concretamente, a la razón científica y burguesa nacida de la Iluminación francesa. El debate de pasión/razón o racionalidad versus irracionalidad hace tiempo que fue superado pero todavía sufrimos sus impactos. Si se critica tanto al populismo desde las élites financieras y políticas de nuestro país es por una estructura de pensamiento que viene de lejos: las pasiones serían lo “más bajo” del ser humano y la razón sería lo más elevado, casi la esencia misma de la condición humana, aquello que nos distinguiría de las “bestias”, de los animales.
Para mí, uno de los ensayos más abyectos que refleja con claridad este pensamiento es Psicología de masas de Le Bon. Las masas siempre se han asimilado a la irracionalidad y a las pasiones políticas bajas. A ello siempre se ha opuesto una élite de privilegiados, una élite de personas que se posicionarán por encima de la muchedumbre y que se creerán los poseedores de la Verdad y de la Razón, siempre alejados y forzosamente independientes de las multitudes. Y que, por ello, se erigen como nuestros soberanos y como nuestros gobernantes (y yo añado, para controlarnos).
Cuando leemos e interpretamos la sociedad siguiendo el esquema clásico y moderno de un pueblo inculto, pasional, bajo contra/opuesto a una élite racional, “meritocrática” y separada de las multitudes nos encontremos con el núcleo duro del debate que ahora mismo tenemos en torno a los populismos. Es el esquema mismo de la soberanía moderna que también encontremos en los análisis de nuestra propia psique (la voluntad de que nuestra “conciencia”, nuestra conciencia “racional” sea soberana sobre el cuerpo, sobre nuestras decisiones, sobre nuestros “instintos” a los que se opondría).
¿Qué tiene de fascinante el Frente Nacional? ¿Por qué tiene tanta fuerza entre las clases trabajadoras francesas?
La argumentación convencional para explicar estos fenómenos es: “a problemas complejos se ofrecen soluciones sencillas y milagrosas”. Tenemos que rehuir de este tipo de explicaciones por dos razones que, en mi opinión, refuerzan la estructura de dominación vigente.
Primera razón: Al afirmar que se convence a la gente con cosas sencillas frente a problemas complejos se está afirmando, implícitamente, que la gente es imbécil y que no es capaz, por si sola, de comprender este mundo y lo que ella misma sufre. Es decir, estás diciendo que tú, como buen iluminado, eres más listo que el resto y que deberíamos dejar el espacio de decisiones políticas a tecnócratas que sí que comprenderían la complejidad de nuestro mundo. Esto es un paternalismo de derechas muy clásico, que se utilizó como argumento para prohibir votar a pobres, afroamericanos, mujeres y niños durante los siglos XIX, XX y XXI
Segunda razón: Cuando la sabiduría convencional afirma que “a problemas complicados, soluciones sencillas” está afirmando más su propio marco de análisis que no la idea que está transmitiendo. Este marco sigue siendo el de la racionalidad burguesa: hago una observación de la realidad, yo siendo un elemento externo a ella, y puedo clasificar, describir, ciertos problemas. Se reproduce así la ilusoria posición del observador que observa sin influir en el propio proceso (idea que la física cuántica ya desmintió).
Las personas sufrimos en nuestras carnes los efectos y las opresiones de este sistema. Nadie tiene que venir a decirnos como o cuanto de oprimidos estamos, es una cosa que ya sabemos. Si el Frente Nacional ha ganado unas elecciones no es porque ofrezca soluciones, tiene que ver con una racionalidad política distinta que parte del propio demos, de la propia gente, aunque en este caso tenga un carácter de descomposición social. Marine Le Pen hace una cosa a la que no nos tienen acostumbrados el resto de políticos: habla con pasión. Habla como muchos hablamos en nuestras calles y barrios. Es agresiva. Muchas personas de las clases populares se pueden sentir identificadas con ella pues utiliza las mismas expresiones, la misma fuerza pasional que ya existe en las calles. Esto no es ni malo ni bueno per se, tiene un componente muy transgresor, que es el de combatir el racionalismo burgués, ese falso juego de intereses y personas universitarias y bien domesticadas que se sentarían alrededor de una mesa a debatir sobre los males de mundo mientras dan sorbos a sus tacitas de café o té caliente.
Sea cual fuere la procedencia social de Marine Le Pen es indiferente, se enuncia y habla como se habla en las clases populares, al tiempo que genera un nuevo marco de opresión. Y por ello es un peligro, por ello tiene fuerza y por esas razones en Francia van a tener un enorme problema. Pocas personas, y menos aún en el ámbito político, parecen reconocerle a Le Pen que tiene el mérito de haber creado un lazo aterrador con las clases populares, medias y altas de Francia. Siempre se la ataca desde una posición de elitismo liberal en vez de reconocerla como una adversaria, como un partido y unas ideas que van de igual a igual. No debemos ponernos jerárquicamente o intelectualmente por encima de Marine, porque volvemos a caer en el juego y en el terreno del parlamentarismo liberal, debemos combatirla desde las clases populares y oprimidas. Es una amenaza real, una amenaza que reside en las pasiones tristes (en el sentido spinozista) de la multitud.
Podemos y la racionalidad populista
Podemos, por su lado, va mucho más allá que eso. No hace una exaltación pasional de los trapos y de un odio hacia las minorías sociales. Podemos crea y se realiza mediante una racionalidad populista, una racionalidad que surge del demos, de las multitudes. Si el Frente Nacional se queda en el populismo del pueblo moderno -de UN pueblo, con UNA idea, que toma UNA decisión, que está cerrado y limitado en sí mismo, que crea una separación entre su pueblo y el resto de pueblos- Podemos abre al pueblo para que devenga multitud, para que no haya repliegues soberanos, para que se tomen muchas decisiones y surjan muchas racionalidades. Además de ello, refuerza las pasiones alegres, generando composición social y aumento de potencia colectiva.
El populismo del Frente Nacional aspira a volver a hacer de los muchos una unidad estatal primera, pre-conflictual (pre-lucha de clases constitutiva del orden capitalista). En cambio, como asegura Paolo Virno en Gramática de la multitud: “la multitud está surcada por antagonismos, no puede ser nunca una unidad. Los muchos subsisten como muchos sin aspirar a la unidad estatal”.
Canalizar e intentar recluir las pasiones de las multitudes hacia un juego de intereses liberal y burocrático es un burdo intento de las élites para poder gestionar y subyugarnos con el subterfugio de la Razón burguesa (cartesiana, iluminista, elitista). Para que todo pueda volverse identificable y se pueda fijar, para que todo entre en sus reglas, para que sean ellos los que determinan esas reglas y para los que puedan utilizarlas sin cambiarlas los que sigan decidiendo desde arriba como gobernarnos. Es una actualización de la Idea platónica. Razón y pasión están siempre encadenadas y yuxtapuestas.
El problema no es nunca qué es racional o qué es irracional sino quién determina lo que es racional o irracional y en vistas a qué objetivos o en vistas a justificar qué estructura social.
Nosotros, los ciudadanos, las multitudes, generamos razón política desde abajo, una nueva “razón” alejada de los habituales mecanismos de represión libidinal. Nos separamos de los viejos ejes: razón/pasión, racional/irracional, izquierda/derecha. Queremos constituir un nuevo mundo de los comunes y por ello también realizamos y continuamos la pertinente crítica a aquellas estructuras que arbitrariamente se erigen por encima de nosotros, sean reyes y monarquías absolutas que se realizaban por razón divina, o sea por un posicionamiento jerárquico de un tipo determinado de Razón, de razón pura que impone una falsa dicotomía entre razón y pasión pero que en verdad sigue siendo su razón burguesa contra nuestra razón del pueblo, de las multitudes.
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