Es sabido que las relaciones sociales cambian los aspectos más profundos de nuestra manera de ser. Gracias a la existencia de los otros, por ejemplo, aprendemos la habilidad de usar el lenguaje, gracias al cual somos capaces de pensar e, incluso, de llegar a desarrollar una identidad, un concepto del “Yo”.
Sin embargo, en ocasiones, la existencia de una civilización en la que destacar entre la multitud es considerado una gesta puede llevar a comportamientos que en el mejor de los casos son forzadamente estrafalarios y, en el peor de los casos, criminales. Este fenómeno por el cual algunas personas deciden hacer cualquier cosa, por extrema que sea, para hacerse famosas, puede ser llamado síndrome de Eróstrato.
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¿Quién fue Eróstrato?
Eróstrato fue un pastor griego originario de la ciudad de Éfeso. Pero a diferencia de otras grandes figuras históricas de la Antigua Grecia, no fue ni un intelectual de renombre, como Platón o Aristóteles, ni un político y militar como Pericles, ni un reputado comerciante.
Si hoy día sabemos que durante el mundo Helénico del siglo IV a. C. existió un hombre concreto llamado Eróstrato es porque él quiso que se le recordase durante milenios. Para pasar a la historia, el griego Eróstrato decidió quemar uno de los monumentos más bellos del Mediterráneo: el templo de Artemisa de Éfeso, una de las siete maravillas del mundo.
A pesar de que al conocerse las motivaciones de este humilde pastor quedó prohibida la mención o registro de su nombre para evitar que generaciones futuras supieran de su existencia, el resultado salta a la vista: Eróstrato quiso la fama a cualquier precio, y ni siquiera las amenazas más terroríficas evitaron que consiguiese su objetivo; lejos de frenar su popularidad, las prohibiciones alimentaron su leyenda.
Un caso de efecto Streisand
El fenómeno por el cual una información prohibida se difunde justamente por la prohibición que se impone sobre esta se llama efecto Streisand. El caso de Eróstrato encaja perfectamente en lo que siglos después de su vida y muerte se conoció con el apellido de la cantante, pero no es eso lo que llama más la atención de la historia del griego.
Lo que resulta fascinante es que, por un lado, alguien pueda llegar a orientar toda su vida hacia la obtención de la fama, por un lado, y que esta pueda llegar de un modo tan trágico como, en realidad, fácil: el único precio a pagar es la propia vida.
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El síndrome de Eróstrato llega a la actualidad
Lamentablemente, en la actualidad se dan dos condiciones que hacen que la historia de Eróstrato pueda repetirse muchas veces, dándose así el síndrome de Eróstrato.
Por un lado, la globalización hace que la distancia entre los ciudadanos anónimos y los famosos sea inmensa: impresiona pensar en la cantidad de gente que conoce a referentes como Shakespeare o, en los últimos años, Lady Gaga y similares. Por el otro, hay una gran cantidad de personas que viven en una apatía o en un grado de alienación que pueden propiciar la percepción del reconocimiento social como el objetivo máximo al que se puede aspirar.
En realidad, la sociedad del espectáculo, en la que es fácil obtener fama mediante actos rápidos, relativamente exentos de esfuerzo e impactantes hace que el síndrome de Eróstrato de fácilmente en la diana: la fama llega, si uno quiere.
Es posible crear fenómenos virales, actos que ocupan las portadas de muchas páginas web y diarios, y todo ello movido simplemente por el hecho que se ha querido estar ahí. Otras personas lo ven, observan cómo quien ha buscado la popularidad lo ha conseguido, y toman nota de ello. Esto, por otro lado, es un mecanismo que sirve tanto para los actos más o menos inocuos, como crear un vídeo gracioso, como para aquellos que causan dolor, como cierto tipo de atentados.
La misma sociedad que enseña que tener a atención de los demás es deseable, da las herramientas para que todos conozcan esa historia personal (o una versión deformada de esta, pero una historia propia, al fin y al cabo). Las redes sociales arden, los periódicos difunden todo tipo de información relacionadas, y hasta hay maneras de hacer que la leyenda pase de boca a oreja mediante el uso de teléfonos móviles o incluso transmisión en directo.
Está claro que no se puede controlar lo que los otros piensan de uno, pero hasta cierto punto sí se puede conseguir colarse en el torrente de pensamientos de los demás, irrumpir en las consciencias de otros aunque esos otros no lo hayan buscado. Es por eso que la historia de Eróstrato sigue siendo relevante hoy.
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