La teoría heliocéntrica propuesta por Nicolás Copérnico (1473-1543) fue un auténtico terremoto para su época. Desde la antigüedad clásica (y, en concreto, después de que Claudio Ptolomeo lo pusiera por escrito) se aceptaba plenamente que la tierra era el centro del universo y que, por tanto, eran los demás cuerpos los que giraban alrededor de ella. La teoría de Copérnico acabó con esta idea, pero ¿fue el primero?
No, no lo fue. Existieron con anterioridad otros pensadores que adivinaron el modelo heliocéntrico; entre ellos, Aristarco de Samos (h. 310-230 a.C.), un astrónomo griego afincado en Alejandría que, a través de cálculos geométricos, consiguió postular el heliocentrismo muchos siglos antes. Su teoría, sin embargo, no fue aceptada.
En esta biografía de Aristarco de Samos te contamos la vida del primero en sostener que la tierra gira alrededor del sol, Aristarco de Samos.
Breve biografía de Aristarco de Samos, el autor de la teoría heliocéntrica
La tradición religiosa griega (así como la de otras muchas culturas) sostenía que la tierra era el centro de la creación divina y, como tal, debía situarse en el centro del cosmos. Esta teoría era aceptada sin rechistar, no sólo por las clases más populares, sino incluso por los individuos más eruditos.
No conocemos ningún personaje anterior a Aristarco de Samos que se preguntara si realmente esto era así. Según los registros, este astrónomo originario de la isla de Samos y afincado en Alejandría fue el primero que postuló la teoría de que es la tierra la que gira alrededor del sol, y no al revés.
Con semejante idea, Aristarco desafió las convenciones de su época; su hipótesis, que intentó demostrar a través de elaborados cálculos, no fue aceptada y el geocentrismo siguió imperando en los estudios astronómicos hasta bien avanzado el siglo XV.
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El “fuego pitagórico” como posible base
Antes de adentrarnos en la figura de nuestro personaje, es necesario acotar el contexto en el que nos movemos. Aristarco de Samos vino al mundo hacia el año 310 a.C., en la misma isla que había visto nacer nada menos que a Pitágoras, el líder de la fraternidad pitagórica.
Si Aristarco era o no pitagórico, es algo que todavía se discute. Más probable parece que conociera la obra de Filolao de Crotona (h. 470-380 a.C.), que pertenecía a la cuarta generación pitagórica y que dejó por escrito la teoría del “fuego primigenio”, es decir, un fuego central del que emanaban todas las cosas.
Es posible que esta teoría “pirocéntrica” inspirara a Aristarco. Los pitagóricos, imbuidos de las religiones orientales (especialmente, del zoroastrismo), consideraban el fuego como el motor primero del cosmos. ¿Y no era acaso el sol una bola de fuego?
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Geometría para conocer las estrellas
No sólo la idea del “fuego primigenio” estaba presente en el contexto filosófico en el que creció Aristarco. Los pitagóricos habían hecho hincapié en la importancia de los números como expresión de la divinidad y testimonio de la estructura interna del movimiento del cosmos. El cálculo, pues, era algo indispensable para entender cómo funcionaba el universo.
No se conoce prácticamente nada de la vida de nuestro personaje, y poco se sabe de su obra. Sólo tenemos ideas y fragmentos recogidos por otros autores, como es el caso de Arquímedes (h. 287-212 a.C.), que lo menciona, a él y a su teoría, en su libro El contador de arena. Sí conocemos que fue discípulo de Estratón de Lampsac (335-269 a.C.) y que, a pesar de haber nacido en Samos, vivió la mayor parte de su vida en Alejandría, la gran capital del saber, ocupado en sus investigaciones y en la dirección del Museo de la ciudad.
En Alejandría tuvo probablemente la posibilidad de relacionarse con grandes eruditos, además de contar con muchas fuentes bibliográficas para sus investigaciones. Interesado en descubrir la distancia entre la tierra, el sol y la luna, Aristarco se valió de cálculos trigonométricos para sacar sus conclusiones, que ahora sabemos que eran erróneas. Pero lo que realmente cuenta en este caso no es el resultado, sino la idea que se encontraba detrás de ello.
Y es que Aristarco descubrió que el volumen del sol era mucho mayor que el de la luna y la tierra. El astrónomo calculó que tanto una como otra eran 20 veces más pequeñas que el sol (en realidad, 400 veces, como ha demostrado la ciencia actual), lo que convertía al sol en el cuerpo más voluminoso. Entonces, la pregunta era: ¿cómo era posible que fuera el sol el que girara alrededor de la tierra?
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La primera teoría heliocéntrica
A partir de aquí, surgió la idea. ¿Podría ser, entonces, que fuera el sol el centro alrededor del cual giraban los demás cuerpos? Aristarco acababa de formular la que se considera la primera teoría heliocéntrica de la historia; al menos, que nosotros conozcamos. Y como suele suceder, pronto aparecieron detractores.
No se trataba solo de un tema religioso. Existían hechos que no se podían explicar si se tomaba la teoría heliocéntrica como verdadera. Por ejemplo, el paralaje de las estrellas. El paralaje es el ángulo que se forma desde dos puntos de observación separados respecto al punto observado. Un clásico ejemplo es el de nuestros ojos; cuando observamos un punto lejano, si cerramos intermitentemente cada uno de ellos, el objeto “se mueve”. Esto es debido, por supuesto, a que nuestros globos oculares están distanciados suficientemente como para producir este efecto móvil.
Según los detractores de Aristarco, si fuera la tierra la que se moviera alrededor del sol, el paralaje se manifestaría también respecto a las estrellas observables, y esto no era así. Sin embargo, estos detractores no cayeron (y, al parecer, Aristarco tampoco) en que dicho paralaje no se manifestaba con claridad porque la distancia a la que se encontraban estos cuerpos celestes era excesiva.
Casi 20 siglos después
La teoría heliocéntrica postulada por Aristarco quedó, pues, en el olvido; sobre todo, cuando Claudio Ptolomeo codificó la teoría geocéntrica en el siglo II d.C. El mundo cristiano recogió la idea con entusiasmo, y durante muchos siglos fue la idea imperante, tanto desde el prisma religioso como el científico.
Casi 20 siglos después, un astrónomo polaco, Nicolás Copérnico, recogió las ideas de Aristarco de Samos. En su famosísima obra De revolutionibus orbium coelestium (De las revoluciones de los orbes celestes) el astrónomo explica detalladamente el heliocentrismo y los movimientos de los cuerpos celestes.
De esta forma, Copérnico acabó con la teoría geocéntrica consolidada por Ptolomeo, aunque la idea seguiría todavía imperando en muchos sectores y traería problemas de índole social y religiosa. No fue hasta el siglo XVII, con las demostraciones de Isaac Newton (1643-1727), que la teoría heliocéntrica quedó suficientemente validada. Pronto se olvidó, sin embargo, que el verdadero artífice de esta innovadora idea había sido un astrónomo griego del siglo III a.C.
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