Bronisław Malinowski fue un antropólogo polaco que, a principios de siglo XX, revolucionó los estudios de esta disciplina por su insistencia en que el verdadero científico debe acudir al lugar de los hechos donde vive y se mueve la cultura que estudia. Esto, que nos puede parecer muy lógico, no lo era tanto para los académicos de la época, los muy a menudo denominados ‘antropólogos de sillón’.
Además de la idea de que el antropólogo debe ir al lugar y mezclarse con la etnia que estudia para poder comprenderla con profundidad, Malinowski introdujo también el funcionalismo en la antropología, que sostiene que toda cultura tiene un sentido y que las manifestaciones culturales surgen para adaptarse a unas circunstancias determinadas. Acompáñanos a descubrir más sobre Bronisław Malinowski, el antropólogo polaco considerado el fundador de la antropología social británica.
Breve biografía de Bronisław Malinowski, fundador de la antropología social británica
A principios del siglo XX, la antropología está dando sus primeros pasos, todavía muy vinculada a ciertos prejuicios provenientes del siglo anterior. En especial, triunfa la denominada ‘antropología de sillón’, una disciplina en la que sus investigadores se limitan a estudiar desde el salón de su casa o de la academia. Sin embargo, como podemos imaginar, la antropología, que estudia poblaciones humanas diversas, no puede restringirse al sillón.
Esto fue lo que pensó Bronisław Malinowski cuando entró en contacto con la antropología, hacia el año 1908. En esas fechas, el entonces doctor en Filosofía por la Universidad de Cracovia (su ciudad natal) había empezado a leer The Golden Bough: A Study in Magic and Religion (La rama dorada: un estudio sobre la magia y la religión), una obra del antropólogo James Frazer que era un hito en la disciplina. Y, a pesar de que Malinowski pronto empezó a criticar ciertas ideas de Frazer, ese fue su bautizo en la antropología, una ciencia que ya nunca más abandonaría.
Filósofo por doctorado, antropólogo por vocación
Bronisław Malinowski nació en Cracovia el 7 de abril de 1884, en el entonces Imperio Austrohúngaro, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Lucjan, era lingüista, profesor de lenguas eslavas especializado en el dialecto de la región de Silesia y director del Seminario de Lenguas Eslavas desde el año 1887; su madre, Józefa Eleonora Łącka, era hija de una familia importante de terratenientes polacos.
Podemos imaginar, por tanto, que la infancia de nuestro personaje discurrió tranquila y cómoda, y que tuvo las oportunidades correspondientes a una familia media de la Polonia de la época. A pesar de no carecer de nada, el pequeño Bronisław tenía una salud precaria. Ese fue el motivo por el que Józefa, la madre, se trasladara con él al sur de Europa en 1897, cuando Bronisław tenía trece años, buscando un mejor clima que ayudara a restablecer a su hijo.
El viaje a los países europeos del sur, de clima más cálido y soleado, era muy común en las familias acomodadas de aquellos años, que acudían allí con el objetivo de paliar enfermedades, especialmente las relacionadas con el sistema respiratorio. En 1903, el futuro antropólogo cuenta con diecinueve años e ingresa en la Universidad de Cracovia.
Pero no para estudiar antropología; en aquellos años, al joven Malinowski le interesa más la filosofía, disciplina en la que se doctora cinco años después y a la que complementa con una especialización en física y matemáticas. Nada hacía pensar, pues, que el joven Bronisław eligiera la antropología como trabajo y vocación.
La rama dorada, el punto de inflexión
Más o menos en la época en que acaba su doctorado y se traslada a Leipzig, Alemania, cae en sus manos un ejemplar de La rama dorada, un afamado estudio del antropólogo escocés Sir James Frazer (1854-1941). Su lectura lo introduce en el mundo de la antropología porque, a pesar que las teorías de Frazer fueron superadas después (el propio Malinowski revisaría sus postulados) se trata de uno de los grandes hitos de la disciplina.
La rama dorada es una recopilación de muchas prácticas mágicas y religiosas de diversas culturas del mundo. La tesis que Frazer propone en el libro es que, en un principio, los seres humanos se valen de la magia para ‘controlar’ la naturaleza.
Cuando, posteriormente, se dan cuenta que ellos no ejercen control alguno sobre ella, apelan a la divinidad. Según Frazer, el último estadio sería el de la ciencia, el momento en que el ser humano comprueba que existen leyes naturales inmutables que rigen el mundo.
Se trata, por supuesto, de una teoría muy vinculada al evolucionismo lineal que reinaba en todos los ámbitos académicos. Pronto, el mismo Malinowski se dio cuenta de que semejante hipótesis estaba obsoleta, y siguió su propio camino. Sin embargo, podemos decir que fue el libro de Frazer lo que lo catapultó hacia los estudios antropológicos. Siguiendo su nueva (y definitiva) vocación, Malinowski se traslada a Gran Bretaña, donde empieza a estudiar Antropología Social, en la que se graduó satisfactoriamente en 1910.
Para ser antropólogo, debes salir de casa
Bronisław Malinowski estaba radicalmente en contra de la ‘antropología de sillón’, que tanto gustaba a los académicos. Él mismo dio ejemplo de que, para ser antropólogo, el erudito debía salir de casa: en 1914, pocos años después de graduarse (y el mismo año en que estalla la Gran Guerra), encontramos al joven antropólogo en Papúa Nueva Guinea, deseoso de estudiar a los indígenas.
Su trabajo de campo fue especialmente exitoso en las islas Trobriand, donde Malinowski se dedicó a profundizar en el concepto del kula, un fenómeno que compartían muchas de las tribus neoguineanas de la zona.
Malinowski concluyó que el kula era un circuito ceremonial, mediante el que las poblaciones indígenas intercambiaban objetos: por un lado, pulseras hechas de conchas, las mwali, y, por otro, unas gargantillas llamadas veigun o soulava. Este intercambio era mucho más que un mero comercio: se trataba de un rito, de una actividad profundamente simbólica que implicaba a toda la comunidad.
El ‘observador participante’
A causa del estallido de la guerra, y al ser Malinowski súbdito del imperio Austrohúngaro, el antropólogo se vio obligado a permanecer aislado en las islas Trobriand, que estaban bajo jurisdicción británica. Su larga permanencia en Papúa Nueva Guinea le permitió estudiar con detenimiento a sus pobladores, un auténtico triunfo de la antropología de campo.
Lo que Malinowski estaba realizando era lo que más tarde él mismo denominaría ‘teoría del observador participante’, a través de la cual el antropólogo, para comprender en profundidad al pueblo que está estudiando, permanece con él mucho tiempo, conviviendo, aprendiendo su lengua y relacionándose constantemente con sus miembros.
En realidad, el trabajo de Malinowski en las islas Trobiand fue clave para la antropología, puesto que introdujo el trabajo de campo y la observación activa en este ámbito, alejándola para siempre de la ‘antropología de sillón’.
Una vez finalizada la guerra y después de obtener su doctorado en antropología por la London School of Economics, Malinowski ejerció como profesor en la Universidad de Londres, así como en diversas universidades de Estados Unidos. Fiel a su teoría del ‘observador participante’, en 1942 se trasladó a Oaxaca (México) para realizar un trabajo de campo. Allí falleció por un ataque al corazón, a la edad de cincuenta y ocho años.


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