Carecer de cariño puede ser tan grave como sufrir privación de comida o techo y tan duro como que te abandonen físicamente. Veamos un breve ejemplo que muestra este fenómeno.
Los efectos del abandono emocional, en un ejemplo
Gema fue a la universidad a recoger el título de su tercer master. Tras guardar el diploma recién firmado en un sobre enorme, el secretario se levantó y estrechó su mano mientras le daba una cálida enhorabuena mirándola a los ojos.
Salió de aquel edificio oscuro llorando como una “magdalena”, pues un pensamiento apareció en su cabeza como una revelación: “Es la primera vez que alguien me felicita de verdad por algún logro en toda mi vida”.
Entonces buscó un bar para tomarse algo que le ayudase a digerir todo lo que estaba sintiendo. Su primera reacción fue buscar información en su móvil. Durante horas no apartó su mirada de aquella pantalla, todo para llegar a una triste conclusión: había sufrido “abandono emocional” en la infancia.
Lo peor es que parecía que aquello dejaba huellas imborrables, era algo irreversible. Aquello la hizo sentir tan mal que no pudo parar de beber hasta casi perder la consciencia.
Pero ella era una luchadora nata. Así que al día siguiente, con un dolor de cabeza tremendo, decidió buscar una terapia que, si fuera posible, le ayudara a reparar su daño. Tras sopesar distintas opciones, decidió probar con el psicoanálisis.
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Secuelas de una infancia complicada
En la primera sesión me dijo que se sentía muy sola. Se culpaba por haberse centrado demasiado en los estudios y haber descuidado a sus amistades.
Le hablé de la importancia de lo que vivimos en la infancia. Pero Gema, como tantos pacientes, apenas recordaba nada de su niñez, todo estaba envuelto en una especie de nebulosa gris. Le expliqué que su mente había bloqueado sus recuerdos para protegerla.
“Yo era dos “ojitos” que miraban, pero a quien nadie veía”, dijo en una sesión llena de tristeza recordando a aquella niña abandonada que fue.
Cuando Gema creció un poco sus padres no dudaron en usarla para las tareas domésticas y para contarles sus problemas. Su madre la llamaba “mi paño de lágrimas” y su padre le relataba su triste infancia durante horas, en las que ni siquiera esperaba respuesta de ella.
Ellos salían de fiesta cada fin de semana. Muchas veces la dejaban sola en casa, al cuidado de su hermano pequeño. A veces llegaban bebidos y los oía pelear entre ellos.
Gema se volvió una niña muy callada y sumisa, incapaz de expresar sus deseos u opiniones por miedo a ser rechazada. Se entregó a la tarea de cuidar de sus padres y hermanos. Pero no le importaba, pues de esta forma sentía que era útil y al menos así la veían.
A pesar de ser una buena estudiante, en clase a Gema le costaba atender. Siempre estaba en su “nube”, despistada, debido a la confusión que reinaba en su mente. Aquello y quizás la ropa horrible que le ponía su madre, hacía que se burlaran de ella. Experimentó “bullying” por parte de algunas de sus compañeras, por lo que muchas veces quiso desaparecer del “mapa”.
Intentó hacer amigos, pero no terminaba de integrarse en ningún grupo. Entonces decidió buscar refugio en los libros, que le permitían vivir otras vidas mejores que la suya. Pero esto la recluyó aún más dentro de su coraza.
En la época de la adolescencia sintió que tenía que socializar, así que empezó a beber y a probar drogas para relacionarse.
Sus adicciones y obsesión con los libros continuaron en su vida adulta, en la que no consiguió forjar una sola relación estable. Todo fue a peor con los años.
El proceso de recuperación en terapia
Gracias a la terapia, Gema pudo darse cuenta que sus padres estuvieron siempre más preocupados por sus propias necesidades que por ella. No tuvieron un interés auténtico por sus amistades o intereses. Nunca la apoyaron ni la aplaudieron sus esfuerzos. Los estudios eran “su obligación” y daba igual lo que hiciera, nunca era suficiente. De esta forma fue imposible que ella constituyera una autoestima sólida.
La relación de sus padres con ella fue fría y distante. Y esto fue lo único que Gema luego pudo reproducir en su vida adulta. Era una “discapacitada” a nivel emocional. Le resultaba imposible establecer relaciones profundas y duraderas.
Y es que si no somos “vistos” de pequeños por nuestros padres es como si no existiéramos. No hay nada peor que éso, porque nos están sometiendo al “ostracismo”. No solo nos excluyen del entorno familiar, sino de la sociedad entera, en la que luego nos costará integrarnos.
De esta forma se está atentando contra el instinto natural de pertenencia, pues somos seres sociales que necesitamos conectar entre nosotros
Gema fue soltando todo su dolor en terapia. Sus heridas de abandono y rechazo fueron curándose de forma progresiva, con mucho sufrimiento, eso sí y con tiempo. “Si no duele no cura”, le solía decir con frecuencia en nuestras muchas sesiones.
Poco a poco empezó a valorarse, a sentirse orgullosa de sí misma y a tener la confianza suficiente para empezar a establecer más vínculos sanos con las personas adecuadas. Finalmente una vida nueva fue posible para ella.
En conclusión...
La sociedad debe tomar conciencia de que las consecuencias del maltrato físico y psicológico en la infancia son muy graves. Debemos darles unos buenos cimientos afectivos a nuestros niños, que necesitan el amor de sus padres, tanto como la comida o el aire que respiran. Si no es así, los efectos en la vida adulta son terroríficos.
Marisa Grueso López
Marisa Grueso López
Psicóloga y Psicoanalista
Y en el caso de haber sufrido negligencia emocional es necesario buscar una terapia que ayude a liberar todo ese dolor sufrido en la infancia, porque como decía Jung: “Hasta que no hagas consciente a tu inconsciente, este dirigirá tu vida y lo llamarás destino”.
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