Una serie de recientes investigaciones revelan que las alteraciones neurobiológicas como consecuencia del abuso infantil, no solo aumentan la posibilidad de padecer trastornos mentales en la adultez sino que también aumentan las posibilidades de padecer trastornos orgánicos futuros, así como alteraciones conductuales.
El abuso infantil
El abuso infantil, la violencia intrafamiliar y el abandono en la niñez son posibles acontecimientos traumáticos para cualquier niño, y son mucho más frecuentes de lo que se piensa. Según el Centro de Salud Mental Infantil del Colegio Universitario de Londres, cada año entre el 4 y el 16 por ciento de los niños de los países occidentales industrializados sufren malos tratos corporales y 1 de cada 10 sufre abandono o sobrecargas psíquicas extremas.
En lo que respecta a los abusos sexuales en la niñez, entre el 5 y el 10 por ciento de las niñas y el 5 por ciento de los niños, lo han sufrido alguna vez a lo largo de su infancia.
Experiencias adversas durante la infancia
He divido el siguiente estudio en distintas fases, ya que a pesar de que el mismo empezase durante periodo 1995-1997, los análisis de los datos se han prolongado durante varios años, obteniendo una gran cantidad de resultados.
Fase 1 – Comienzo
El estudio se suele abreviar como ACE (por sus siglas en inglés).
La investigación comenzó en 1995 en San Diego, contando con la participación de 17.000 sujetos que fueron sometidos a revisiones médicas de forma regular. Ellos debían, asimismo, informar de manera detallada sobre qué tipo de experiencias traumáticas han podido sufrir durante la infancia (violencia, abusos, abandono) y en qué medida.
Fase 2 – Primeros resultados
En 1998, el investigador Vincent Felitti, quien pertenecía al departamento de medicina preventiva del grupo médico Kaiser Permanente, llegó a las siguientes conclusiones al analizar los datos obtenidos por el estudio ACE junto con su equipo.
Según una encuesta utilizada durante el estudio, los sujetos que respondían afirmativamente a más de tres preguntas sobre el abuso infantil y el abandono durante la niñez, tenían hasta 12 veces más posibilidades de sufrir alcoholismo, drogodependencias o desarrollar una depresión, en comparación con las personas que no habían sufrido estos acontecimientos (y por tanto, respondían negativamente a la encuesta).
Otros resultados llamativos fueron el aumento de: padecer tabaquismo y obesidad; practicar menos deporte y mantener relaciones sexuales esporádicas.
Fase 3 – Análisis de Variables
Posteriores a los resultados anteriores, en el año 2003 los investigadores decidieron comprobar los resultados sobre el aumento de la aparición de enfermedades cardiovasculares coronarias (como consecuencia de maltratos y abandonos) de la siguiente forma.
Analizaron cómo este tipo de enfermedades aumentaban de tres formas distintas:
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Tomando todas las variables, la posibilidad de padecer enfermedades cardiovasculares coronarias son 3,6 veces mayor que en la población que no ha traumas infantiles. Estas variables incluyen características individuales (sexo, edad, actividad física y hábitos alimenticios), problemas psicológicos (depresión y frustración) y, por supuesto, si han padecido algún trauma durante la infancia.
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Tomando los grupos de variables de problemas psicológicos y traumas infantiles, la posibilidad aumentaba 3,1 veces.
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Tomando solo las variables sobre los traumas infantiles, la posibilidad era 2,6 veces mayor.
Es decir, lo que más aumenta la posibilidad de padecer problemas cardiovasculares coronarios no son ni el sexo, ni si se padece depresión, ni los hábitos alimenticios, ni la actividad física, ni ninguna de estas variables, sino los traumas en la infancia.
Fase 4 – Últimos resultados
Finalmente, en el 2004, otras valoraciones posteriores de los mismos resultados revelaron que quienes habían sufrido estos malos tratos durante la niñez y juventud presentaban con mayor frecuencia cardiopatías coronarias, y más concretamente: cuanto más graves eran los traumas infantiles, mayores eran las posibilidades de padecer enfermedades cardiovasculares, patologías pulmonares, cáncer, hepatopatías (enfermedades relacionadas con la sangre) y trastornos autoinmunitarios.
Breve explicación biológica de los efectos del abuso infantil
Los traumas infantiles alteran los mecanismos biológicos del organismo. Las hormonas del estrés y determinados neurotransmisores influyen dejando huellas a largo plazo en el cerebro del niño.
Estas alteraciones son especialmente evidentes en la comunicación entre el hipotálamo, la hipófisis y la corteza suprarrenal.
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Durante una situación estresante, el hipotálamo segrega una hormona llamada corticotropina (CRH) que estimula la hipófisis.
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La hipófisis libera entonces al torrente sanguíneo otra hormona llamada adrenocorticotropa (ACTH).
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Finalmente, la corteza suprarrenal (situada encima de los riñones) recibe la ACTH, y esta reacciona liberando cortisol (hormona del estrés).
Abuso emocional, abandono y Esclerosis múltiple
Un estudio llevado a cabo en la Clínica Universitaria Eppendorf de Hamburgo, encabezado por el investigador Carsten Spitzer obtuvo los siguientes sorprendentes resultados.
Escogió a un total de 234 pacientes con esclerosis múltiple y a 885 personas sanas. Todas ellas debieron informar sobre sus experiencias experiencias durante la infancia. Lo que se obtuvo fue que tanto el abuso emocional como el abandono eran el doble de frecuentes entre los individuos con esclerosis múltiple, en comparación con el grupo sano.
Un cuarteto moral, un Síndrome Metabólico y Traumas infantiles
Este síndrome consta de cuatro factores:
- La grasa abdominal
- Alteraciones en el metabolismo de la glucosa
- Alteraciones de los lípidos sanguíneos
- Hipertensión arterial
Una de las claves de este síndrome, es que la aparición de uno de estos factores, potencia la aparición de los otros.
Pues bien, diversos trabajos han confirmado que estos 4 componentes pertenecientes al síndrome metabólico pueden aparecer como resultado de experiencias traumáticas durante la edad infantil, de los cuales, el más acusado es el de la adiposidad abdominal.
Esto último ha sido corroborado por un estudio llamado NESDA (por sus siglas en inglés) y llevado a cabo en el año 2012, en los Países Bajos sobre la depresión y la ansiedad. En él encontraron una relación entre abusos sexuales durante la infancia y el exceso de grasa en el abdomen.
Maltrato infantil y Psicosis en la adultez
Antes de nada, definamos qué es el maltrato. Según la Organización Mundial de la Salud:
“El maltrato infantil se define como los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18 años, e incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación comercial o de otro tipo que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder. La exposición a la violencia de pareja también se incluye a veces entre las formas de maltrato infantil”.
Teniendo en cuenta la inmadurez neurológica del cerebro durante los primeros años de vida es bien sabido que este es más sensible a los acontecimientos y experiencias. Esta sensibilidad da la ventaja de aprender con gran velocidad, pero también puede conllevar grandes peligros:
Abuso en la niñez y síntomas psicóticos
Según un estudio de la Universidad de Barcelona analizó la relación entre maltrato infantil y el desarrollo de síntomas psicóticos. Lo primero que descubrieron era que a pesar de que había personas que aun habiendo sufrido maltrato infantil eran capaces de sobreponerse y llevar una vida mentalmente sana.
Posteriormente, los resultados apuntaron a que tales diferencias individuales residen en el gen del factor neurotrófico (proteínas que se encargan de la supervivencia de las neuronas) derivado del cerebro conocido como BDNF. Por lo que parece, este gen promueve el crecimiento, la diferenciación de las neuronas y la supervivencia de estas durante periodos de estrés.
En este estudio publicado en la revista The British Journal of Psychiatry, se explica cómo la exposición al abuso infantil grave (sexual, físico y/o emocional), se asocian con una mayor probabilidad de padecer síntomas psicóticos en la vida adulta. Además, y aquí es donde entre en juego el gen BDNF, los sujetos que presentan unos determinados alelos para este gen eran más vulnerables a este tipo de abuso, en comparación con los que presentaban otra variable (los primeros poseían un alelo llamado Met y los segundos Val).
Si no entiendes muy bien esto último, piensa que para la sangre hay 3 alelos: A, B y O, y de la combinación de estos se obtienen los distintos grupos sanguíneos.
Factores genéticos
Existen una serie de genes que aumentan las posibilidades de padecer problemas orgánicos a largo plazo si se han sufrido vivencias traumáticas.
Según algunos estudios, uno de estos genes parece ser el gen FKBP5. Este gen, codifica una proteína (junto con otras) afecta a la sensibilidad de los tejidos y órganos que reaccionan al cortisol (comúnmente conocida como la “hormona del estrés”).
Dados los resultados, se ha comprobado que determinadas variantes del FKBP5 elevan el riesgo de depresión (multiplicándolo por 8 para una de estas variantes), y de trastornos postraumáticos, para aquellos que sufrieron abusos en la infancia.
Además, estos mismos datos también apuntan a que algunas de las variantes de este mismo gen, también guardan relación con trastornos orgánicos. Pero esto queda pendiente de confirmación.
Lo verdaderamente llamativo de este tipo de genes, es la importancia que pueden llegar a tener para la aparición de diversos trastornos, pero solo si ha habido un desencadenante ambiental, que en este caso, son los abusos en la infancia. Dicho de otra forma, si una persona no ha vivido acontecimientos traumáticos y estresantes durante su infancia, la tenencia de estos genes no aumentarán las posibilidades de padecer estos trastornos.
Abuso infantil y su influencia en las modificaciones epigenéticas
Esto se conoce como modificaciones epigenéticas:
Estas modificaciones son unos apéndices que se adhieren al ADN influyendo en la frecuencia con que un determinado gen es leído. Es decir, aunque el código genético de la persona no cambia, su funcionamiento sí.